Pasadas las horas, y luego de haber digerido el aluvión de noticias y comentarios expresados en los medios de prensa y en las redes sociales (unos en la pena y otros en la repepena), me nació una pregunta: ¿de qué cuchitril pudo haber provenido semejante ataque? Porque dar por sentado que las maras son entes autónomos implica estar inmersos en una terrible incapacidad para distinguir entre el bien y el mal.
Sin quebranto de la búsqueda de la verdad y sin perjuicio de las hipótesis que en este momento estén intentando probar y comprobar los investigadores a quienes se les habrá adjudicado el caso, bien vale la pena reflexionar acerca de algunos escenarios que sobresalen en la mar de tinta que se ha derramado sobre el río de sangre que, como muestra de las enfermizas luchas que nos aquejan, signó para siempre al hospital Roosevelt la mañana de la embestida.
El primero que llama la atención es atinente a las perversas intentonas de desviar la atención de la población hacia instituciones y contextos muy particulares para descargar (en ellos) la responsabilidad de lo sucedido. Es evidente que no se trata de minimizar el impacto psíquico de los crímenes, sino de provocar un efecto de masa similar a los tumores que empujan y desplazan el tejido sano. Se impone así una vacuidad del intelecto que da paso al culto de la muerte. De esa cuenta, las imprecaciones pidiendo la pena de muerte sustentadas en la manipulación de los sentimientos se volvieron el cotarro. A tan inaudito extremo se llegó que no faltaron peticiones de acribillamiento inmediato de las personas capturadas en el nosocomio y sus alrededores.
No puede soslayarse en el antes y el después (del hecho) los ataques sistemáticos a los miembros de la Policía Nacional Civil. Muchas acometidas han sido simultáneas, y se ha demostrado así una coordinada estrategia que no puede devenir de patojos extraviados, que no por serlo (patojos) dejan de ser criminales. La pregunta es: ¿quién o quiénes los cosifican, utilizan y coordinan? Las armas que utilizan, como bien dijo un amigo ya octogenario, «no son pistolitas de agua».
No pasó por alto el fariseísmo gubernamental. Presidente y funcionarios, en un desayuno de oración el día siguiente. ¡Por favor! De haber estado allí, el Jesús histórico los habría tratado como a los mercaderes del templo. De nuevo la insulsez desplazando a la razón, ahora al amparo de casi esoterismos (que no por tales dejan de ser inocuos), porque actos culturales no son. Así, la hipocresía rebasó la vergüenza y la vulgaridad la bonhomía. Y bajo ese oscurecimiento se están cobijando deshonrosas infamias que no pueden llamarse cortina de humo, pues van mucho pero mucho más allá del significado tradicional que en Guatemala se le ha dado al término. Baste analizar el rumbo que tomaron ciertos casos judiciales —horas después de la arremetida— para tener idea de la putrefacción que envuelve al Estado.
Unos en la pena y otros en la repepena. Con escasas horas de diferencia, 52 árboles de jacaranda fueron talados ilegalmente en el arriate del bulevar Juan Pablo II. ¡Carajo! ¿Cómo pudo haber sucedido semejante felonía en el corazón de la ciudad? ¿Y con qué propósito? (Obstruían la visión de algunas vallas, dicen por ahí). Ah, pero la respuesta fue una regañadita y una decisión de que los hechores reforesten el lugar porque el daño al patrimonio «no quedó demostrado». Los sujetos ya están libres, y de los autores intelectuales no se sabe ni pío.
¿Y qué decir de los atentados —casi a diario— de pilotos de buses de transporte urbano y extraurbano? ¿Por qué las agresiones a pilotos y ayudantes? ¿Por qué años hace que vienen sucediendo semejantes ataques sin que gobierno alguno haya dado una explicación, y menos una solución razonable? ¿Es solo la extorsión la causa o un extraviado propósito para mantener en vilo a la población y quién sabe a qué otro sector?
Los últimos dos escenarios parecerían inconexos con el embate sucedido en el hospital Roosevelt, mas no lo son. El enigma iterativo del mal nos puede dar una aproximación a las respuestas. Del cielo a la tierra nada queda oculto y más temprano que tarde se sabrá.
Por tales razones reitero: ¿de qué cuchitril provino el ataque sucedido en el hospital Roosevelt?
Ayude usted, estimado lector, a apresurar el develamiento del mal.
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