Dejemos que el mismo Benedetti nos guie:
“Hay una diferencia sustancial entre el amnésico y el olvidador… El amnésico ha sufrido una amputación (a veces traumática) del pasado; el olvidador se lo amputa voluntariamente, como esos reclutas que se seccionan un dedo para ser eximidos del servicio militar. El olvidador no olvida porque sí, sino por algo, que puede ser culpa o disculpa, pretexto o mala conciencia, pero que siempre es evasión, huida, escape de la responsabilidad.
No obstante, el olvidador nunca logra su objetivo, que es encerrar el pasado (cual si se tratara de desechos nucleares) en un espacio inviolable. El pasado siempre encuentra un modo de abrir la tapa del cofre y asomar su rostro... Tampoco los gobiernos son amnésicos, aunque a veces intentan ser olvidadores. Curiosamente, su forma de olvidar suele ser proselitista, ya que su objetivo es que los demás también olviden. Siempre es un mal síntoma cuando un gobernante intenta basar su poder en el olvido colectivo. Por lo general, es entonces cuando propone empezar desde cero, como si eso fuera posible. Lo cierto es que esa frase tiene para él un encanto particular. Hay que prohibirse mirar hacia atrás; hay que mirar siempre hacia adelante, no tener ojos en la nuca”.
¿Por qué a la alianza de poderes paralelos y militares, asistidos por mercenarios y uno que otro bienintencionado les interesa decretar un olvido imposible en Guatemala? Benedetti nos dice:
“Es obvio que se trata de una metáfora oficial, burocrática, pero en el subsuelo de cada metáfora siempre yace un sentido recóndito. El significado superficial es que no cultivemos el rencor ni la venganza. Bravo. El significado recóndito es que renunciemos a ser justos: que el sentido de la justicia desaparezca junto con los desaparecidos. De todo el legado de los Evangelios, sólo rescatan aquello de poner la otra mejilla, y en consecuencia preparan minuciosamente la segunda bofetada. Sin embargo, ningún pueblo logra una verdadera paz si tiene un pasado pendiente. Los olvidadores también lo saben (¿quién puede no saberlo?) pero no les importa mucho, porque en el fondo no les importa la paz”.
El artículo también trae un mensaje para el cooptado Sistema de Justicia:
“La palabra es probablemente la mayor dificultad con que se enfrentan los olvidadores profesionales, porque la vocación congénita de la palabra no es omitir, sino nombrar, así como la justicia está para juzgar y no para complicarla en el olvido”.
La venganza no tiene cabida en el guion que, paradójicamente, deben interpretar quienes tienen el turno y quienes se autonombraron irremplazables y vitalicios guardianes del Estado de Derecho:
“El rencor y la venganza inferiorizan al rencoroso y al vengativo. Ah, pero la justa sanción de la tortura y otras violaciones de los derechos humanos dignifican a la humanidad… La tortura no puede ser purgada torturando al torturador, debido a que la sevicia corrompe a quien la practica, aunque el ex victimario y ahora presunta víctima pudiera, en un dictamen apasionado, merecerla. Ocurre que ningún ser humano, por inhumano que sea o parezca, es merecedor de tortura”.
Termino la cita al entrañable escritor y humanista uruguayo con esta frase:
“No es el olvido lo que puede salvar a una comunidad del rencor y la venganza. Sólo el ejercicio de la justicia permite que la comunidad recupere su equilibrio.”
Genocidio es la única puerta que quedó abierta para ventilar y conjurar el pasado. Blindada ésta, el establishment tiene todo bajo control. Para lograr su objetivo, no le importará desenterrar y poner a andar a ese pasado que juran no existió.
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