Ciertos medios de comunicación, muchos políticos y columnistas han venido advirtiendo incansablemente sobre una conspiración para que Guatemala se convierta en otra Venezuela. Señalan a George Soros, a las Naciones Unidas, a Iván Velásquez y a otras tantas personas e instituciones ya mitificadas. Las visiones son apocalípticas: perderemos la libertad, nuestras pertenencias, nuestros ingresos; se instaurarán la inmoralidad, el ateísmo, la corrupción, la violencia; se destruirá a la familia, y etcéteras para rato.
Pues ¡sucedió! Mientras tomaba un cafecito llegó la epifanía: ya nos venezolanizamos desde hace rato. ¿Puede creerlo?
Veamos:
Los presidentes de ambos países ocupan los últimos lugares de popularidad y credibilidad, según un estudio reciente.
Hay un desplazamiento forzado (por las circunstancias de miseria y de ausencia del Estado y de programas de ayuda) de cientos de miles de ciudadanos. Las caravanas de emigrantes así lo demuestran. Son criminalizados y reprimidos.
Los vicepresidentes de ambos países consensuaron opiniones. «Se van porque es una moda, nada más», dijo Diosdado Cabello. «Se van porque quieren», dijo Jafeth Cabrera. La verdad es que ambas poblaciones se van porque necesitan poner pan en la mesa y porque el país no les ofrece ninguna oportunidad. Los emigrantes mueren en el camino, y ambos gobiernos niegan su sufrimiento y desarraigo. Los emigrantes no tienen gobierno que los represente y defienda.
Los indicadores sobre pobreza y exclusión social se han deteriorado en los últimos años, mientras que los otros países de la región avanzan hacia el cumplimiento de los objetivos de desarrollo sostenible.
La corrupción y la impunidad son la marca de la casa. El contrabando y la pobre recaudación fiscal asfixian las economías en ambos países.
El Ejecutivo tiene acaparados los otros órganos del modelo republicano y democrático. En Venezuela resiste la Asamblea General; en Guatemala, la Corte de Constitucionalidad y poco más.
Dicen que allá los votos se compran con cupones y con pequeños privilegios ofrecidos por el bando oficial. ¿Y en Guatemala?
En ambos países los presidentes fueron democráticamente elegidos, pero están totalmente dedicados a conservar el poder y a evadir enfrentarse a las consecuencias de sus actos.
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Erosionada su credibilidad nacional e internacional, ambos gobernantes se han apoyado en el Ejército, al que le han concedido recursos y poderes extraordinarios a expensas de la necesaria inversión social. Los gobiernos disponen de fuerzas paramilitares para atizar a la población, aunque en Guatemala no han llegado a ejercer la violencia de la misma manera que en Venezuela.
Ambos países consideran que las intervenciones humanitarias y los convenios con Naciones Unidas son parte de la perversa conspiración. Han resultado incompetentes en la respuesta humanitaria.
Las fiscales generales que se opusieron a las acciones de captura de parte del Ejecutivo están en el exilio y serían inmediatamente encarceladas si regresaran a sus respectivos países.
Para las familias pobres y de clase media, el salario mínimo es insuficiente para cubrir la canasta básica familiar. En Guatemala los ingresos deberían casi triplicarse y en Venezuela depende del día del cálculo, pues la inflación se recupera rápidamente ante cualquier aumento del salario.
Los funcionarios del Gobierno, por montones, tienen canceladas las visas para viajar a los Estados Unidos de Norteamérica. Aparecen en listas de corruptos.
En ambos países gobierna el populismo (en uno es de izquierda y en el otro de derecha).
Los canales de televisión abierta están al servicio del establishment, y los medios de oposición sufren asfixia económica y campañas de descrédito.
Y para qué seguir. Ya somos Guatezuela.
Es imposible llegar a ser Venezuela solo porque existen algunas diferencias infranqueables.
Por una parte, el Gobierno de los Estados Unidos, la OEA y otros actores (destacándose el sector privado organizado) actúan diferente respecto a cada país. En Venezuela usan todos los recursos a su alcance para hundir y asfixiar al Gobierno. En Guatemala lo hacen para mantenerlo a flote.
Allá le ponen el rotulito de imperialista a cualquier intento de reforma. Aquí la etiqueta es de socialismo, cuando los últimos socialistas notables fueron asesinados hace 30 años y no veo otro en la escena pública.
Guatemala es un país altamente conservador y, en política, con mentalidad aldeana, manipulable y puritana. De eso es de lo que se aprovechan los pregoneros del caos y cómplices de la inimputabilidad del podrido statu quo mientras esconden su complicidad para que hoy seamos Guatezuela.
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