Espacios públicos como los parques, los centros de recreo y las bibliotecas, así como la seguridad en las calles, son un persistente centro de contención entre las autoridades electas y los ciudadanos que reclaman esos espacios para que los servicios municipales sean ofrecidos equitativamente y se constituyan en lugares de cohesión y vida comunitaria.
De mis notas resaltan varios planteamientos básicos para la acción política. El replanteamiento de las relaciones de poder pasa por a) entender la composición demográfica de la ciudad y la falta de representatividad de sus autoridades, b) estudiar el contexto histórico desde el cual se efectuaron las decisiones políticas y c) analizar las repercusiones de las leyes que intencionalmente segregaron a los vecindarios con base en pertenencia racial y étnica, de manera que crearon barreras sociales y económicas que les impidieron prosperar a la par de localidades más afluentes, generalmente de ascendencia blanca. Efectivamente, el tema de las inequidades económicas y raciales en los Estados Unidos es un punto de agenda postergado a pesar de la recuperación económica que ha experimentado el país en los últimos años. Como es común escuchar por parte de organizadores y analistas de políticas, las inequidades no son naturales, sino creadas por individuos, y por lo tanto pueden cambiarse.
Traigo a colación esta experiencia local, pues ese mismo sábado ocurría un ejercicio de democracia similar —pero a nivel macro— a miles de kilómetros de mi vecindario de trabajo, en un clima envidiablemente cálido. Cientos de ciudadanos guatemaltecos se reunían de nuevo en las plazas para revivir las manifestaciones pacíficas que, luego de más de cinco persistentes meses en 2015, defenestraron a un gobierno corrupto e impidieron la llegada de otro similar. Los depuestos gobernantes Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti no pudieron transmitir con decoro la banda presidencial y vicepresidencial por encontrarse en prisión, y un cuestionado excandidato presidencial, Manuel Baldizón, quizá habrá visto el impuntual acto del 14 a las 18 desde un lejano país.
La mayoría de los presentes esa tarde de enero seguramente le apostaron al recién inaugurado mandatario, el comediante y no tan viejo en la política Jimmy Morales. Si bien pesan serios cuestionamientos sobre sus financistas, los vínculos de algunos de sus miembros con desapariciones forzadas durante el conflicto armado, la falta de un plan de gobierno claro y la composición de su nuevo gabinete, el simple mensaje de ni corrupto ni ladrón bastó para calar en la población. Así, la convocatoria a inicios de enero del movimiento ciudadano ahora llamado #EstamosAquí se basa en exigir que Morales cumpla esa misma promesa. No están contra el nuevo gobierno, dicen, pero no tolerarán más abuso, arbitrariedad e impunidad. A la vez, acogen a distintas expresiones del movimiento social con reivindicaciones históricas.
Las convocatorias desde abril del año pasado, que poco a poco se van materializando en propuestas más concretas, han ofrecido de alguna forma la visión moral de una sociedad que necesita de liderazgos innovadores, probos y capaces. ¿Cómo hacer para que esa debilidad política crónica que sufre el país, tan bien explicada por Manolo Vela en su interpretación del cambio político en Guatemala, sea revertida y para que la posibilidad del cambio institucional esté a la vuelta de la esquina, como él indica?
Paradójicamente, con más política y mayor politización. Me remito entonces de nuevo al ámbito local porque es en este espacio donde continuarán encontrándose las soluciones a los problemas que más aquejan a la sociedad. El cambio vendrá cuando la agitación se combine apropiadamente con la práctica política. A la par de la movilización como la han hecho con bastante éxito las agrupaciones sociales, también se requiere seguir capacitando políticamente a gran escala, en el vecindario, en la comunidad, en las escuelas y en la universidad. En una sociedad polarizada, la tensión y el disenso pueden ser la chispa para transformar el hastío y el enojo en habilidades políticas para dialogar, negociar, cabildear y realizar proyectos en los cuales los ciudadanos lideren los cambios. Creer en milagros, prédicas y donaciones populistas desde la nueva administración efecenista es condenar los próximos cuatro años a otro sueño diferido, como diría el gran Langston Hughes.
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