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¿Para qué sirve el periodismo de opinión? Entrevista a Félix Alvarado

«(...) simplemente si no nos ponemos de acuerdo, no vamos a caminar juntos»
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¿Para qué sirve el periodismo de opinión? Entrevista a Félix Alvarado

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Fue columnista de Plaza Pública desde el inicio. Hoy, en el mes que este medio cumple 13 años y tras un acuerdo editorial, se despide de su columna para evitar un conflicto de interés con su nuevo trabajo: formará parte del gobierno de Semilla. En esta conversación reflexiona sobre el periodismo de opinión, da elementos para saber distinguir una columna verdaderamente crítica, y ahonda en los efectos del periodismo que está al alcance de una pequeña élite académica y económica.

 

La conversación para establecer su salida como columnista de Plaza Pública ocurrió en un café de la zona 1 de la ciudad de Guatemala. Era diciembre. A una cuadra, un grupo de policías rodeaba el Congreso; al lado, un plantón exigía la salida de la fiscal general Consuelo Porras; y dentro del Legislativo votaban aceleradamente para retirar la inmunidad a los magistrados del Tribunal Supremo Electoral.

Días antes su nombre resonó a nivel nacional. El Ministerio Público lo vinculó a la supuesta estructura de lavado utilizada para financiar al partido Semilla. Félix Alvarado —formado en Medicina, en Educación y escritor del libro «Ensayos desde un Estado perverso»— prefiere dejar que sea la misma agrupación política quien explique por qué fueron sancionados con una multa de miles de dólares —fue una auditoría mal resuelta, se limita a decir—. Afirma que lo suyo fue un préstamo a la agrupación política para solventar esa deuda.

El caso no avanzó desde entonces, aunque en cualquier momento puede ser reactivado.

Antes de que se integre formalmente al gobierno de Bernardo Arévalo, Plaza Pública conversó con él para responder, entre otras, a una pregunta que pocas veces se hace ¿Para qué sirve una columna de opinión?

—Llegamos a 2024 y estamos súper conectados, ¿qué se entiende en esta época por periodismo de opinión?

—Empiezo por complicar la cosa preguntando si realmente es relevante preguntarme a mí acerca del periodismo de opinión.

—Tienes un libro de ensayos construido sobre tus columnas y fuiste columnista de Plaza Pública por 13 años.

—Sí, pero es la opinión como un ejercicio ciudadano versus la opinión como un ejercicio periodístico. Más bien tiendo a sospechar que llego al periodismo de opinión porque está hecho con bastante rigor, pero a partir de la opinión como ciudadano. Algo que podríamos estar haciendo en una tertulia con amigos tomándonos los tragos, donde realmente se puede afirmar casi cualquier cosa y no hay una obligación demasiado severa ni con los datos ni con las implicaciones que pueden tener estos datos.

En cambio el periodismo, entendería yo no siendo periodista, es una cosa bastante más rigurosa y que se procura someter a estándares éticos y técnicos más exigentes. Eso creo que es lo primero que habría que hacer: reconocer que hay un espectro, y creo que lo que sucede es que en esos espacios que los medios asignan para la opinión son algunos más laxos que otros, en términos de qué tan amplio es el rango de lo que admiten que se publique en sus páginas.

Entonces, ¿qué significa hacer periodismo de opinión? Creo que debe significar normativamente estar en extremo alto de ese espectro, es hacer un ejercicio de reflexión desde la postura personal pero sobre el respeto a los datos, a la información objetiva y sometido —en el sentido de someterte vos mismo— a los estándares éticos y técnicos que pudieran estar vigentes.

—Partiendo de ese marco, ¿para qué sirve el periodismo de opinión? En esta era de videos cortos, nos están sobrando las opiniones.

—Dejemos ese formato ultra corto por el momento para hacer un poco más de exploración, y detengámonos en lo que convencionalmente podemos pensar como periodismo de opinión.

Creo que el primer y más importante uso de la opinión es retar al lector en torno a sus criterios y valores. En el momento que lees las noticias recoges los datos del qué, cómo cuándo, dónde y por qué como dicen ustedes los periodistas. Luego pasas a la página editorial, a la de opinión pensando ¿Qué es lo que estás viendo? Te están retando en torno a esos hechos del momento y debiera someterte a reflexionar sobre tus propias ideas acerca de esos eventos e ideas. Creo que ese probablemente debe hacer el papel más valioso de la opinión: el retar las ideas propias.

No es tanto persuadir, convencer, abrumar al lector con tus ideas y que te las vaya a comprar, porque probablemente no va a pasar —o al menos no en el corto plazo— solo si te lee regularmente. No estoy diciendo para qué le sirve al que opina, esos son otros 20 pesos y ahí puede haber de todo, desde los egos hasta tratar de poner algo sobre la mesa.

—¿Cómo estamos retando ahora al lector? Lo pregunto en función de esta columna en la que hacías una crítica al podcast Tangente y Radio Con Criterio

—Pienso que ahí volvemos al asunto del formato ultra corto, que tampoco es novedad de Twitter —ahora X—, al fin y al cabo los aforismos han estado ahí, son un formato corto y lo han sido desde siempre. Es decir, cosas así breves que podrían ser tuits, yo creo que son como estimulantes, como la boquita que te dan, son cuestiones que te puyan pero aprovechan, o tocan más al afecto.

—Entonces el problema no es la extensión

—Bueno, creo que es difícil que una cosa breve apele a la razón, es más probable que apele al afecto. Me gusta, me disgusta, por eso funciona para estos fines.

Pero si lo que necesitas es explicar una cadena de razonamiento, eso es lo que hace idealmente el periodismo de opinión. Te permite examinar más o menos con detenimiento una secuencia lógica, si es un ensayo lo hará con más complejidad, si es una columna serán pocas ideas bien hiladas, pero siempre la clave está en el argumento.

Entonces, ¿qué estamos haciendo ahora y dónde está el problema? Es que probablemente estamos dejando pasar mucho como periodismo de opinión, que no se somete a esa prueba básica de contenido razonable, o simplemente lo que está haciendo es un ejercicio retórico que suena bien, pero el momento en que lo comienzas a desempacar te das cuenta de que las premisas no pegan con la conclusión. Creo que por ahí viene un poco el problema

Lo que comentaba y criticaba respecto a hacer ese contraste entre lo que me estaba ofreciendo Con Criterio y lo que me estaba ofreciendo TanGente. El segundo estaba poniéndome sobre la mesa cadena lógicas que tenían que sostenerse, mientras que Con Criterio está dejando pasar ocasionalmente, no siempre, como opinión cosas que no se someten a esa exigencia que contengan lógicamente. Y claro, puedes apelar al afecto en un en trozo corto, pero eso no quiere decir que no puedas apelar a la razón en una pieza de opinión o en un formato de radio de opinión.

—Ricardo Méndez Ruiz retrata lo que mencionas, allá por el 2011 o 2012, él tenía una columna de opinión en elPeriódico y era de las primeras formas en las que él se estaba dando a conocer. Él repetía esas categorías que mencionas

—Fíjate que voy a terminar el punto anterior con una observación de mi propia experiencia ¿Qué columnas encuentro que son más leídas? Son las que tienden a despotricar, o sea, las que apelan al afecto.

Es un negocio más fácil para crispar los ánimos. Hay que tener cierta desconfianza si el autor está tomando el camino perezoso de crispar los ánimos y en ningún momento llegará a las razones. A la hora de valorar una columna de opinión y a un opinador tendríamos que estarnos preguntando si está construyendo buenos argumentos o no, y tengo la sospecha también de que eso nos dice algo acerca de la relación entre periodismo de opinión y educación. Mientras más educas a la población en pensamiento crítico, probablemente los preparas para enfrentar un poco las estrategias para evaluar y para comunicarse de una manera racional.

En cualquier contexto puede ser que estés educando para no pensar, y eso probablemente ya le va a doler al segmento lector de tu medio en el área de opinión. Si lo que tienes son columnas de opinión muy razonables, muy sesudas, pero la población no ha aprendido a manejar argumentos complejos porque no lo tuvo en la educación, entonces no va a tener muchos likes, ni muchas visitas por esa sencilla razón. Mientras que, si esos columnistas se dedican a despotricar y a azuzar ánimos, entonces seguramente vas a subir el nivel de visitas a tu sección de opinión.

Yo creo que el reto en el caso de la opinión siempre te lleva a preguntarte si está construyendo un argumento, si es razonable o no. Esa sería la primera línea que yo utilizaría para decidir si alguien ha estado haciendo uso meritorio del espacio. Puede ser el tipo más conservador y a mí me podría parecer una posición objetable políticamente, pero si me está construyendo argumentos sensatos acerca de por qué eso tiene sentido, entonces está ganándose el espacio. Eso sería lo segundo, al igual que en la medicina, lo importante es no hacer daño, esa es la máxima de ellos y que creo que sigue vigente.

—Mencionabas hace un momento que estamos educados para no pensar, ¿dirías que eso es parte del proyecto del que en tu libro llamas «Estado perverso»?

—Fíjate que sí, porque habiendo trabajado muchos años en el sector educación uno escucha muchas expresiones que suponen que la educación es un bien en sí mismo y, generalmente es cierto, más educación es mejor que menos educación.

Pero también es posible educar —llamémosle mal educar— para tener ideas poco constructivas hacia ti mismo o al resto de la sociedad. Entonces sí es posible educar para no pensar y creo que no sería impreciso decir que una fracción no despreciable de nuestros ejercicios de desarrollo educativo han estado dirigidos en esa en esa línea. La aguda segmentación de nuestro sistema educativo refleja esa segmentación de otros planos, podrías decir de nuestro Estado.

Tienes una educación en el pensamiento crítico que tiende a ofrecerse en los contextos de élite, pero mientras más te vas hacia lo popular, más débil es la educación. No solo por las debilidades intrínsecas que de por sí limitan los recursos, si no lo ponen los maestros o incluso de los contenidos de los currículos, de los libros de texto, las historias oficiales que cuentas tienden a reproducir de una manera automática e impensante ciertos tropos que quieres que la gente adquiera sin decirles: «Mira, piensa dos veces acerca de esto que te estoy diciendo».

Las reacciones que una y otra vez ves a las columnas, a las noticias, a los tuitazos, te sugieren que en efecto la gente no tiene quizá las herramientas básicas de retóricas y lógicas para desempacar argumentos, o incluso tiene una carga de ideas y conceptos que más bien le estorban y dificultan si no lo rechazan.

En algún momento escribí una columna se llamaba «Lo sacro y el candado de la razón» que es eso, ponía yo el ejemplo de que cuando tenés dos o tres años y te hablan de Santa Claus, hay una premisa muy sencilla y absolutamente falsa: si no te portas bien, Santa Claus no te va a traer regalos. Entonces el niño es sensato y dice bueno, me voy a portar bien para que me traiga regalos. Pero resulta que Santa Claus no solo no trae regalos, sino que no existe, son sus papás, pero eso no lo sabe el niño y se le educa así. Eso es una pieza educativa.

Hay otros aspectos en los que eso no sucede, y eso es lo que llamamos lo sacro, lo que aprendemos en el contexto de la religión tiende a ser del tipo de ese mismo formato lógico pero con un quiebre. Había una vez un Dios que se hizo hombre y vino y si no lo crees, te vas a ir al infierno, entonces tú decides muy sensatamente hacer la apuesta de Pascal de «mejor creo». Si no existe pues no pasa nada, pero si existe ya me fui feo.

Llegamos a los 90 años esperando el más allá, y no solamente no le quitamos el candado, sino que con frecuencia le entregamos la llave a alguien más, y ese alguien más ya no solamente tiene un interés, digamos conceptual emotivo en los asuntos del más allá, sino que con frecuencia también tiene un interés material en mantenerte dentro de ese marco. Tú pagas los diezmos porque estás creyendo en ese más allá, entonces por supuesto que no te voy a decir «mire la verdad es que no era cierto, era de mentiritas», porque dejas de pagar el diezmo. Entonces ahí se alinean una serie de razones internas y externas para nunca quitar ese candado.

Es perfectamente posible educarnos así y lo hacemos todo el tiempo.

—Hablando de esos candados, ¿cuál es el incentivo de mantenerlo específicamente en temas de educación, en temas críticos? Lo pregunto imaginando si hay alguien que todas las mañanas se levante y hace una agenda para calendarizar cómo va a bloquear el pensamiento crítico en Guatemala.

—Es como la mayoría de la realidad social. Tal vez tiene un mínimo de construcción deliberada y una mayoría de patrones de conducta de los seres humanos que así lo hacemos.

Es que tenés un problema sustantivo: todos los humanos buscamos cómo hacemos para trabajar juntos. Ya lo dice (Yuval Noah) Harari, el arma secreta de la humanidad es la capacidad de ponernos de acuerdo para actuar juntos. Somos monos desnudos, débiles, sin garras, pero con una capacidad tremenda de coordinar nuestros esfuerzos.

Ese es nuestro súper poder, podríamos decir, y lo hacemos como contándonos historias. El problema es que ese mismo mecanismo puede ser y es sistemáticamente hackeado, no con mala fe, sino porque simplemente si no nos ponemos de acuerdo, no vamos a caminar juntos. Entonces siempre vamos a generar historias que nos permitan operar juntos, así sean ficticias de dioses y poderes naturales, de superioridad intrínseca.

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La ciencia y la democracia son tan cuentos y tan historias como el derecho divino de los reyes, o las explicaciones basadas en el más allá de los fenómenos naturales, con la única particularidad de que se someten a la validación continua, pero son igualmente cuentos. Entonces, no necesitas que se levante una cábala de misteriosos manipuladores a planificar cómo van a controlar, no, es lo que hacemos los humanos, es manipularnos mutuamente a través de las historias.

Tiende a converger con más facilidad cierto grupo de manipuladores cuando las ideas que los organizan son más simples. En ese sentido, y por eso la condición humana prehistórica e histórica tiende a ser una de explotación y de extracción, es más fácil ponerse de acuerdo en eso. Alguien dice «bueno, nosotros cinco le vamos a sacar el jugo a aquellos; vamos a depredar este territorio o lo que sea» ¿Qué vas a hacer con lo que depredemos? ¡Qué importa! Cada uno decidirá qué hace con lo que obtiene de la empresa en común, basta con que se pongan de acuerdo que van a extraer de la gente, del subsuelo, de la tierra, de las plantas, de lo que querrás, pero vamos a extraer. Ese es el camino fácil y podríamos decir natural, es lo que nos dio la ventaja sobre los animales.

La vaca depreda la grama, el león a la vaca, pero escasamente necesitan ponerse con altos niveles de organización como los humanos llevamos. Por decirlo de alguna manera con casos concretos, el pacto de corruptos, es una historia que se cuentan con unos pocos para depredarlo, pero no necesitan estar de acuerdo para lograrlo.

—¿En qué situación nos dejan los gobiernos de Jimmy Morales y Giammattei, quienes canalizaron la polarización del momento?

—Eso es una lección interesante. Yo creo que habría que partir con algo que no es propio de ellos, porque estos cuates no fueron para nada innovadores.

Lo que hicieron fue romper cosas, y eso es fácil cuando tu agenda es romper algo, no necesitas demasiado empeño ni demasiada coordinación. Imagínate a un oficial nazi diciéndole a sus huestes: «Mañana es la noche de los cristales rotos».

Les ordenan que rompan algo —«¿Qué rompemos jefe?» — «¡Cualquier cosa! Rompa algo, lo que sea». Y lo hacen. En cambio, cuando vos decís, «Ok, tenemos que levantar el edificio Bundestag (Parlamento alemán), eso debió haber tomado muchísimo trabajo. Hacer los planos, comprar el terreno, hacer el diseño, partir las piedras, hacer los ladrillos. Fueron un montón de acuerdos de un montón de gente trabajando un montón de horas en hacer un montón de normas —algunas más pendejas que otras—, pero les tomó un montón de trabajo.

La agenda de Morales y Giammattei era romper, acabar con la justicia. Todo lo demás es, por decirlo así, daño colateral.

—En esta agenda de romper buscaron unificar a la población con un discurso provida, pero al final vimos que no les rindió frutos

—Es que no es sustantivo a la agenda de romper cosas.

Se creen todo el rollo y le ponen todo el empeño que pueden a sus ideas ingratas para conseguir sus resultados, pero si con eso no se quiebra algo, la verdad es que es absolutamente excedentario, es accidental, no necesitan ser provida. Si con promover el aborto pudiera conseguir el mismo resultado ¡Órale! ¡Pa’lante!

—Aquí me va a meter un territorio un poco delicado pero no irrelevante: la triste historia de Nómada lo ilustra perfectamente

—Las personas que desencadenaron la crisis lo están haciendo con un propósito absolutamente legítimo y apreciable. Es en efecto necesario que las mujeres puedan existir en el trabajo o en la calle tranquilas de que no hay quien las va a acosar. Pero desde el punto de vista del que quiere quebrar a Nómada, es tan eficaz como lo es empezar una campaña negra contra el medio. O sea, romper cosas, insisto, es fácil. Es casi como la gravedad, cualquier cosa que vos la dejés en la orilla de la mesa se va a caer.

Entonces, estos señores (Morales y Giammattei) su agenda no era de construir, era más bien de destruir los múltiples, pequeños y muy difíciles esfuerzos de ir saliendo de las consecuencias de la guerra desde 1996 con los Acuerdos de Paz. Todo el esfuerzo es ir quebrando lo que costó muchísimo construir, y para eso no necesitas gran talento, solo necesitas decirle a tus seguidores: «Muchá, quiebren algo».

—Volviendo a la pregunta inicial sobre el periodismo de opinión. En un Estado perverso que ha estado quebrando la capacidad de pensar, tener acceso a ese periodismo de opinión parecería más bien un bien de lujo o de élite —entendida como un reducido grupo con acceso a recursos y formación académica—, tanto ejercerlo como leerlo

—Fíjate que no.

A ver, pensando en voz alta, primero porque tendrías que tener cuidado de no pensar que el periodismo de opinión es solo el periodismo de lujo que hacemos nosotros.

Hay periodismo de opinión que no es el nuestro y quizá no lo vemos como lujoso. Como los Hermanos Pacheco, se volvieron virales durante la resistencia el año pasado y se comunicaron con millón y medio de personas. Vos y yo tal vez no le queremos llamar así porque no sacaron un doctorado ni escriben en Plaza Pública, pero tengo la poderosa sospecha de que ese periodismo de opinión es de consumo popular y es, no solo efectivo, sino necesario.

Entonces el mío es periodismo de opinión de lujo y lo consume la élite intelectual, el que puede tener la conexión digital. Pero más importante que eso es que tiene el tiempo para leer Plaza Pública, para opinar al respecto y hacer algo con ello en su entorno, pero son otros 20 pesos.

Creo que ahí es donde está el asunto, la opinión, el criterio de este ejercicio es indispensable como parte de ese proceso narrativo y auto narrativo de la sociedad. Digamos que no es una peculiaridad, es un rasgo de la forma cómo construimos sociedad, es generar opinión, compartirla, distribuirla, así que no, no es un lujo. El nuestro lo es, pero eso tal vez no lo queremos admitir tan fácilmente.

Y mira, que circule en una élite no lo descalifica por dos razones. La primera es porque muy poca gente tiene la capacidad de actuar a distancia, los comunes mortales no tenemos más remedio que actuar localmente. Gandhi pudo actuar a la distancia y en el tiempo, vivió en la India y sus luchas fueron más allá, pero la mayoría no somos así de talentosos ni de meritorios. Entonces lo nuestro se va a acabar en los cinco pelones que nos leen, en las personas con las que interactuamos.

Vas a tener efectos locales, vas a convencer a las personas, le vas a escribir a las personas con las que tienes contacto, las que se parecen a vos, las que hacen cosas similares a las tuyas. Pero la segunda es porque sí hay efectos secundarios, o sea, vos hablás con gente y ellos hablan con otros, y después descubren que están metidos dentro de un mismo contexto de caja de resonancia —para bien o para mal— en el que las ideas empiezan a ser comunes.

En mi caso, habré escrito unas cuantas columnas que llegó a gente que por casualidad estaba metida en Semilla, la leyó y dijo que era una buena idea. O alguien más escribió el equivalente, o leyeron otra columna en Plaza Pública o un reportaje en Plaza Pública, y formaron un criterio que les llevó a decir: «Miren muchá, este partido debiera ser de «x» o «y» forma». Sucedió entonces que armaron una agrupación que tenía la forma apropiada para que cuando sucedieran esos procesos sociodemográficos, respondieran de una manera adecuada.

Esta es la feliz coincidencia, si querés de la actuación local de una élite por un lado y de la actuación local por otro, donde siempre te toca hacer tu pedazo de la lucha. No sabes dónde va a terminar esto, pero casi invariablemente excepto muy contadas excepciones, va a ser absolutamente local en el mejor de los casos.

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