La bautizaron con el nombre de globalización y la fundamentaron en el modelo neoliberal de desarrollo. En Guatemala, la guerra civil y el militarismo que la mantenía constituían sendos frenos para que aquel propósito se cumpliera, razón por la cual fue necesario que el Ejército ofreciera en esos años una apertura democrática y negociara diez años después la paz firme y duradera.
Con la apertura democrática, El Ejército acercó la izquierda política a los procesos neoliberales. Los líderes de lo que quedaba de los partidos de izquierda que ese mismo Ejército había desmantelado en las décadas pasadas, en su mayoría, habían tenido que salir del país. El gobierno militar envió a sus representantes a hablar con ellos y les ofreció un regreso seguro, incluirlos en las estructuras gubernamentales y legalizar sus partidos. La única condición que les puso fue romper los vínculos que tenían con las organizaciones de la izquierda revolucionaria.
La vergonzante aceptación de las condiciones ofrecidas dio lugar al surgimiento de viejas y nuevas siglas partidistas, ninguna de las cuales, desde esas fechas hasta ahora, ha planteado la lucha por cambios estructurales, como lo hiciera la burguesía cuando fue revolucionaria, la Generación del 20 cuando enfrentó las dictaduras liberales y la izquierda que en los años 40 llevó a cabo una revolución y mantuvo presencia política y revolucionaria durante los años de la guerra civil. Todas han ubicado la confrontación política en los aspectos coyunturales planteados por las agrupaciones de derecha.
Para acercar la izquierda revolucionaria a los procesos neoliberales, el Ejército planteó la negociación de la paz firme y duradera. Si bien en los acuerdos a los que se llegó se plantean cambios estructurales, han pasado más de 20 años y ninguno de ellos se ha cumplido. La URNG se convirtió en partido y hoy debate, igual que los otros partidos de izquierda, las cuestiones coyunturales que plantea la derecha. Las demandas estructurales han pasado a segundo término o han sido olvidadas.
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Sin oposición de izquierda, los corruptos gobernantes, sus testaferros legislativos, los acomodaticios magistrados y un buen número de aprovechados empresarios de la era neoliberal han sumido el país en la total descomposición política, económica y social. En palabras de la Cicig, se trata de un «Estado cooptado». La corrupción es tal que luchar contra ella pareciera ser lo más propio de las organizaciones políticas que luchan por un mejor país. Eso es lo que precisamente han hecho los partidos de izquierda, y sus representantes, conforme se han centrado más en luchar contra la corrupción, más se han alejado de las demandas de la población guatemalteca y de los cambios estructurales que se necesitan. Lo que es peor: muchos de los integrantes de esos partidos han terminado participando en los actos de corrupción realizados.
Esa lucha, incluso, los ha llevado a renegar de la condición de partidos de izquierda. Impresiona que aquellos grupos políticos que la derecha considera de izquierda últimamente no aceptan tal calificativo y gastan recursos y tiempo en desmentirlo. Evidentemente, tal señalamiento puede resultar ser la antesala de la aplicación de la violencia política extrema, que históricamente ha sido su principal argumento, pero negar la cruz de la parroquia puede no ser el mejor camino para enfrentar esos señalamientos. Tal actitud puede interpretarse como el abandono de los principios y fines que siempre han caracterizado a la izquierda en momentos en los que se necesita un fuerte contrapeso para quitarles el control del Estado a los corruptos.
La izquierda guatemalteca necesita reflexionar sobre sí misma, sobre lo que ha sido su participación política desde la apertura democrática y la negociación de la paz firme y duradera. Necesita una reflexión colectiva que tenga como punto de partida la problemática de la izquierda y como punto de llegada la construcción de una nueva expresión política, capaz de luchar contra el oprobioso régimen político que nos domina.
La construcción de esa nueva expresión política no puede ser trabajo de una sola organización de izquierda. Es imprescindible la unidad de todos aquellos grupos que en momentos anteriores han mostrado ser de izquierda, pero que en la actualidad han perdido el rumbo. La unidad es el mejor argumento para lograr un mejor país y la mejor defensa contra el salvajismo de la derecha.
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A Claudia, mi sobrina.
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