Que esta comenzó cuando Mejía Víctores llevó a cabo la «apertura democrática», que consistió, entre otras cosas, en darle golpe de Estado a Ríos Montt, sacar al Ejército de las dependencias gubernamentales y negociar con empresarios y líderes de la oposición la realización de procesos electorales. El pueblo asistió a las urnas, eligió gobernantes civiles y legisladores y festejó el regreso a la vida democrática. La continuación de la guerra interna iniciada en los años 60 empañaba su idea de democracia, por lo que fue necesario que los siguientes gobernantes buscaran ponerle fin, lo cual logró Arzú Irigoyen al firmar en 1996, junto con los líderes de las organizaciones político-militares de izquierda, «la paz firme y duradera».
Desde esas fechas, lo que expresan gobernantes gringos, expertos de organismos internacionales, discursos presidenciales, políticas y programas de gobierno, campañas y procesos electorales, sermones religiosos, intervenciones empresariales y de autoridades universitarias, contenidos propagandísticos y publicitarios de los medios de comunicación, etcétera, está lleno de loas a nuestro sistema democrático y de llamadas a cuidarlo y fortalecerlo. El rasgo más visible de nuestra democracia es el sentir del pueblo guatemalteco, que en su mayor parte considera que, en efecto, Guatemala es un país democrático. Con dificultad se encuentra a alguien que sostenga lo contrario.
Pero la realidad guatemalteca es otra. Basta con revisar los índices de desigualdad y pobreza, la forma en que está distribuida la tierra productiva, el estado y funcionamiento de los servicios de salud, la infraestructura educativa, los niveles de empleo y de salarios y muchas más estadísticas que sería prolijo enumerar para saber que Guatemala es de los países más desiguales y, por ende, menos democráticos de América Latina. Todas las evidencias que se tienen son de ausencia de democracia, no de presencia de esta.
[frasepzp1]
Eso quiere decir que el pueblo guatemalteco ha creado, desde su subjetividad, una idea de democracia que dista mucho de lo que esta realmente es. La ha creado a partir del bombardeo cultural al que es sometido por los que lo gobiernan, que le hablan de democracia, pero lo inducen a valores antidemocráticos; que se le presentan como los adalides de la democracia, pero a quienes solo les preocupa mantener y reproducir sus privilegios. El pueblo no disfruta ninguno de esos privilegios, pero aplaude toda medida que tiende a perpetuarlos. Parangonando a Carlos Marx, podemos llamar a esa creación subjetiva de la democracia fetichismo democrático del pueblo guatemalteco y reconocer a sus velados impulsores como la derecha del país, en tanto solo les interesa el mantenimiento del statu quo.
Esa derecha presume su amor por la democracia, pero, igual que todas las derechas del mundo, es antidemocrática. La única vez que impulsó los valores democrático-liberales fue durante el gobierno de Mariano Gálvez, cuando fue revolucionaria. Nunca más ha vuelto a impulsarlos. La reforma liberal significó su consolidación como grupo antidemocrático y desde entonces hace lo que sea para mantener a su favor el poder del Estado. Es, como todas las derechas del mundo, «antidemocrática en todas sus vertientes: social, económica, cultural, financiera, religiosa o militar. El recurso que usa para evitar su desplazamiento consiste, en última instancia, en eliminar físicamente a sus enemigos. Cualquier cambio social democrático lo interioriza como un ataque a sus privilegios, posesiones y libertad de elegir». Sus miembros «en ocasiones son liberales, progresistas, conservadores, fascistas, nazis, neoliberales; en otras se declaran centristas, siempre anticomunistas. Con ideologías mutantes y sin principios, adaptan sus formas políticas al proceso de acumulación de capital [...] Asesinan dirigentes políticos, sindicales, medioambientales; ponen y quitan presidentes […] No tienen sueños ni principios; les mueve el ansia de riquezas. Sin escrúpulos, están dispuestas a matar con tal de no apearse del poder» [1].
Esa derecha, a través de sus partidos políticos, impone presidentes, legisladores y aplicadores de justicia; define la arena en la cual se lucha y manejan las agendas políticas. La izquierda, a través de sus partidos, se sube a ese tren antidemocrático y desde allí dice luchar por la democracia. ¿No debería, mínimamente, llevar a la arena política las demandas que el pueblo guatemalteco plantea en las calles? ¿No es su representante político?
* * *
[1] Roitman, Marcos (19 de enero de 2020). «Mientras la izquierda sueña, la derecha nunca duerme». La Jornada. México.
Más de este autor