Por la cantidad de contendientes, quienes organizan estos eventos suelen definir un ciclo de preguntas idénticas para cada participante quien responderá a las mismas en un tiempo relativamente corto —de tres a cinco minutos por tanda—.
Así las cosas, la dinámica suele ser que quien modera, lejos de ejercitar dicha función para estimular el debate, se limita a indicar a quién corresponde dar respuesta a la pregunta de turno. Conforme avanza el orden de las intervenciones, las respuestas empiezan a tener coincidencia o semejanza en su contenido. No importa de qué tema se hable, casi invariablemente los interlocutores (si es que se les puede llamar así) responden con un estribillo a tono con el tema propuesto y lo que, asumen, es la preocupación de quien organiza o convoca. No les importa a ellas y ellos rallar en la incoherencia entre lo que afirman en un foro y lo que dicen sus propuestas oficiales en el tema en cuestión.
De esa cuenta, el foro que se realizó la mañana del miércoles 13 debió haber colocado sobre el tapete las propuestas o líneas de acción en materia de salud reproductiva. Mal llamado foro por la Vida y la Educación, devino en una sumatoria de declaraciones misóginas, de intolerancia cuasi inquisitorial a la diversidad y, sobre todo, de estímulo hipócrita —porque no se expresa con claridad— a la violencia contra la mujer y a la intolerancia de la diversidad sexual.
Hubo voces que mientras suenan modocitas en otros temas, ante lo que habrán visto como declaración ante Torquemada, levantaron el tono y pretendieron expresar a gritos o con falsa energía su declarada misoginia y fobia a la diversidad.
Por la tarde, en cambio, ante un escenario flanqueado por entidades de Derechos Humanos, todos y todas eran seguidores y respetuosos de las convenciones suscritas por Guatemala en esa materia. También todos y todas, no importa si sus candidatos han sido cachados matando a sus contendientes, apelan por la transparencia y la rendición de cuentas.
En los encuentros para abordar el tema de seguridad, enarbolan el apelativo de seguridad democrática —incluso en sus anuncios de campaña— pero con seguridad, por lo que se analiza de sus intervenciones, no tienen ni la más peregrina idea de lo que quieren decir con ello. Se limitan a ofrecer acción enérgica, a hacer cumplir la ley (pero la violentaron con campaña anticipada o manejando con total opacidad sus ingresos y egresos).
Casi sin distingo, uno a uno, estos encuentros que debieran ofrecer la oportunidad de conocer los elementos centrales en las propuestas, terminan siendo rondas aburridas de respuestas mecánicas, empaquetadas al gusto del cliente pero, eso sí, sin comprometer la palabra de quienes contienden, no sea que alguien se las tome en serio. Solo contrasta con estos esquemas aquellos encuentros en los que intentan lucirse como los cantantes en los concursos por eliminación, aunque sin que podamos contar, como espectadores, con insumos para analizar y entender las distintas propuestas. Puede ser por la cantidad de aspirantes, ahora 11 a la Presidencia, aunque menos del 30 por ciento con credenciales (al menos al momento de escribir esta nota).
De esa cuenta, en vez de un espacio en el que los planteamientos surgen para ser dinamizados con la discusión, el choque de ideas e incluso el cuestionamiento a los mismos, los mal llamados foros políticos electorales se han convertido en vitrinas de maniquís que guardan las formas y congelan no solo las sonrisas, sino los pensamientos.
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