El Presidente ha aparecido en casi todas las ruedas de prensa que dan a conocer casos de corrupción, lo cual permite inferir que Santos dirige personalmente esa cruzada.
¿Por qué el Presidente aparece destapando tantos escándalos y desfalcos?
Si le preguntan a Santos, dirá que lo hace porque esa es su convicción, personal y, como gobernante, y porque fue una de sus propuestas de campaña.
Si le preguntan a Lucho Garzón, dirá que es porque el Presidente se apropió de la bandera del “no todo vale”. Más allá de que esa sea la justificación de los Verdes para transformarse en UriVerdes, puede ser que efectivamente el olfato político de Santos aprecie el hecho de que a punta de esa bandera se formara, de la nada, una ola ciudadana de tres millones y medio de votos.
Si le preguntan a Uribe dirá, como ya dijo, que es porque “este gobierno lo quiere graduar de corrupto”.
Hay un poco de los tres ingredientes. Santos está dejando que los escándalos salgan para evitar que se los facturen más adelante, para ganar tiempo y para quitarle oxígeno al jefe de la oposición.
Una regla no escrita, pero cierta, de gobernabilidad versa que lo que pasa en el primer año de gobierno es culpa del anterior; todo lo demás es culpa del actual. Santos intuye, con razón, que desfalcos como los de las EPS, los falsos niños matriculados, estupefacientes, o la Dian van a salir a la luz pública en cualquier caso. Mejor que salgan en el primer año y se carguen a la factura del gobierno anterior y no a la suya. Los actuales ministros, o por tecnócratas, o por sus aspiraciones políticas, no dejarían pasar malos manejos. Además, ven que el propio Presidente no se siente con la responsabilidad de cargar cuentas ajenas. Luego, ellos asumen que tampoco tienen que cargarlas. Todos están en la tarea de limpiar la casa por dentro.
Producir resultados el primer año de gobierno es muy difícil. Pero producirlos con unas entidades descuadernadas, tomadas por aventajados y manejadas con oportunismo político y económico, es virtualmente imposible. La salud, por ejemplo, es un caso emblemático. El sistema está plagado de malos diseños, incentivos perversos y corrupción. Sacar los escándalos ahorita, le permite al gobierno comprar tiempo, mientras se inventa un sistema que funcione. Si aplica la regla de gobernabilidad, le queda apenas un mes para hacerlo.
Aun si Santos, como dice, sigue guardando gratitud y aprecio por Uribe, Uribe ya no tiene con él gratitud alguna. Se la tendría si le hubiera guardado la espalda, tapándole los errores y los escándalos. Al fin y al cabo para eso es que los gobernantes quieren herederos y no cualquier sucesor. Pero, a los ojos de Uribe, Santos no solo no le ha cubierto la espalda, sino que lo está dejando empeloto.
La haya o no buscado deliberadamente, Santos sabe que la ruptura con Uribe es irreversible, al menos por ahora. Y conoce bien el talante del contradictor que se ganó. Por eso, cuando Uribe se montó públicamente en el ring de la ruptura con Santos, con el titular “este gobierno me quiere graduar de corrupto”, Santos respondió graduándolo no de corrupto (ese trabajo lo está haciendo el destape) sino de miembro de una de las manos negras. No hay que ser un genio para relacionar a Uribe con aquellos que se oponen a la Ley de Víctimas, la restitución de tierras y quieren destacar mayor inseguridad y caos. La respuesta sirvió en todo caso para bajarle el tono a Uribe y presionarlo a ser más moderado en su pelea con el Gobierno.
La convicción, olfato y audacia de Santos en materia de transparencia y anticorrupción se medirá cuando tenga que afrontar los conflictos de interés y desmanes de su propio gobierno. Sacarle rédito a los del anterior no es convicción sino papayazo.
El artículo originalmente se publicó en http://www.lasillavacia.com/historia/cruzada-anticorrupcion-26035
Más de este autor