Si dejamos de vernos el ombligo, nos daremos cuenta de que la dinámica internacional no está a la espera de si Guatemala, específicamente, ha cumplido con las metas trazadas en el año 2000. Las discusiones mundiales se dan en otras lógicas y en otros tiempos, marcados por dinámicas de poder internacional y ciertamente con otras prioridades.
Lo que acaba de lanzarse es una agenda que empezó a discutirse por el 2013, cuando se llevaron a cabo consultas y debates sobre aciertos y desaciertos de las metas del milenio. El ejercicio en Guatemala reflejó la falta de apropiación, de presupuesto y de voluntad política para alcanzarlas, entre otras carencias. Muchas voces a nivel mundial criticaron la ausencia de temas como la desigualdad y la violencia. Otras enfatizaron en temas que finalmente no se incluyeron. Metodológicamente fue discutido el tan debatido promedio que se utiliza para reportar que un país como el nuestro oculta grandes carencias: por algo somos un país de ingreso medio y con un índice de desarrollo humano medio, pero con poblaciones conviviendo entre grandes riquezas y extremas pobrezas.
La existencia de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) evidencian la apertura del mundo a nuevos temas centrales en el desarrollo, y por primera vez se ponen metas también para los países desarrollados, dado su fuerte énfasis en la sostenibilidad ambiental y en la inclusión de la noción de desigualdad. Son un gran paso entre las dinámicas de poder internacionales. Su valor estriba precisamente en proponer un piso mínimo de condiciones que todas las poblaciones del mundo deberían tener.
Frente a las tendencias económico-darwinianas de sobrevivencia del más fuerte en las relaciones internacionales, donde están de moda la desigualdad a ultranza, la reconcentración de la riqueza, el consumismo desmedido y la pérdida de derechos ancestrales y recientes (laborales por ejemplo), lo menos que podemos esperar de un consenso entre países es precisamente que se comprometan a reducir el hambre y la pobreza, a mejorar las condiciones de las mujeres, a bajarle al consumo masivo, a promover la paz, a la cooperación para el desarrollo. ¿Falta? Pues claro.
Lo valioso para nosotros no es solo alcanzarlos automáticamente, sino el debate que abren sobre nuestra agenda de desarrollo. En Guatemala, lamentablemente estamos acostumbrados a firmar cuanto tratado y convenio internacional se nos pone enfrente (razonando únicamente textos que atentan contra las posturas más conservadoras del país), pero en general no le damos la importancia a su implementación, mucho menos a su seguimiento, evaluación y sostenibilidad en el tiempo (ejemplo concreto de esto es que en el año 2012 casi alcanzamos la educación primaria universal y ahora estamos de nuevo donde empezamos: ¡82 % de los niños inscritos en la escuela!).
Estos antecedentes nos plantean el reto de ver nuestras propias carencias. ¿Puede este Estado (en este estado) cumplir con estas metas? Quizá no, pero seguramente debería poder. Y es a esto a lo que como ciudadanía deberíamos apuntar: a la construcción de esa idea común de lo que el Estado debería ser capaz de hacer y no ha hecho, considerando además otros temas que por locales (o espinosos) no aparecen en el debate internacional.
Es de aprovechar que la sociedad puede exigir el cumplimiento de nuevas metas que el Gobierno se ha comprometido a cumplir y que la ONU se ha comprometido a apoyar hasta el 2030. Necesitamos evaluar las herramientas y los datos que necesitaremos para las nuevas metas. El censo, por ejemplo, es indispensable. Consensuar los objetivos de desarrollo que queremos es una necesidad precisamente en este 2015, que representó mucho en términos tanto de participación social como de constatación de la fuerza de los cimientos retrógrados y conservadores en los que fundamos nuestro país.
Los ODS y sus metas son puntos en el horizonte que nos invitan a animarnos a alcanzar como sociedad, apostando a lo que corresponda, trabajo conjunto, presupuesto, políticas sociales coherentes y contundentes, presencia institucional…, todo ello sin corrupción y con gran auditoría ciudadana.
Pienso que los ODS nos posibilitan nuevamente pensar en el piso de nuestro desarrollo. Nos invitan a dar pasos fuertes para alcanzarlos. No deberíamos renunciar a ello. Estos no pretenden ser el final del camino, sino solo su principio.
#EstoApenasEmpieza.
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