Conocido en otros ámbitos como el NO… SE… N, la instancia del Cisen realiza mesas de diálogo permanente con expertos regionales en diversas materias. Y entre dichas materias, no puede faltar la temática del crimen organizado.
En el contexto de estas reuniones seudoacadémicas, siempre me resulta muy simpática la facilidad con la que funcionarios y especialistas mexicanos (por no decir latinoamericanos) creen a ciencia cierta los datos, opiniones y prospectiva presentada por los es...
Conocido en otros ámbitos como el NO… SE… N, la instancia del Cisen realiza mesas de diálogo permanente con expertos regionales en diversas materias. Y entre dichas materias, no puede faltar la temática del crimen organizado.
En el contexto de estas reuniones seudoacadémicas, siempre me resulta muy simpática la facilidad con la que funcionarios y especialistas mexicanos (por no decir latinoamericanos) creen a ciencia cierta los datos, opiniones y prospectiva presentada por los estadounidenses. Afirmaciones relacionadas con el tamaño operacional de los cárteles (por cierto, la ONU les llama mafia y los estadounidenses les denominan células terroristas), nuevas rutas, modalidades de ataque o fragmentación de las organizaciones son algunas de las recientes novedades aparecidas en los reportes de la consultora Stratford. La recopilación de dicha información requiere, para creer en su veracidad, la presencia definitiva en el terreno o la extracción de información vía informantes. Y puesto que en el caso del crimen organizado la convivencia participativa al estilo Malinowsky resulta tantito difícil, no puede el lector acucioso dejar de hacer varias preguntas.
Primero: ¿tiene Estados Unidos agentes oficiales en terreno mexicano infiltrados para recolectar dicho volumen de información? Segundo: ¿hay filtraciones de inteligencia mexicana que pasan primero a manos extranjeras? O (tercero) ¿estas son jaladas de los gringos, pero se aceptan en la lógica de falacias Ad Baculum?
Es un supuesto secreto a voces que buena parte de las detenciones recientes de capos pesados
(El Jefe de Jefes y la Barbie) fue producto de información de inteligencia estadounidense. No sorprende que Estados Unidos utilice aviones no tripulados para reconocimiento territorial, pero con ello la información no sería tan detallada como se presenta en los informes. El conocimiento detallado sobre las tipologías de comportamiento propias de la mafia (cualquiera que esta sea) requiere estancias cortas y medianas en el terreno de los hechos para medir las reconfiguraciones en los ámbitos de las subculturas criminales. Por ello, el analista respetado en materia de la etnografía del crimen organizado (sea esta la italiana o la mexicana) debe recorrer los terrenos propios de la mafia, dialogar con los lugareños y tratar de percibir las dinámicas afectadas por el crimen organizado. Lo peor que puede tenerse son analistas de escritorio describiendo la realidad.
Estamos, entonces, ante una guerra de información y desinformación.
Lo que más simpático resulta es la rápida credibilidad que reciben los datos provenientes de las agencias estadounidenses sobre lo que sucede en el terreno mexicano cuando ellas mismas no fueron capaces de prevenir los atentados de septiembre 11 en su propio territorio. Las sugerencias y estrategias “vendidas” por los tanques de pensamiento proto-militares son la última novedad en el léxico de los analistas de seguridad, pero provienen de un Gobierno que minimizó la capacidad de reacción de la insurgencia rebelde en Irak. Entonces, ¿por qué se le cree tan fácil a los gabachos?
Poco se repara en cuanto a que el diagnóstico estadounidense sobre el conflicto en México lentamente adquiere la conveniente necesidad de mayor presencia foránea. ¿Coincidencia?
Bien haríamos en tomar todo lo que emana de Estados Unidos no como episteme, sino como doxa. Y recordarles que ellos mismos han fallado en proteger y detener el terrorismo en su propio territorio.
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