Fue una investigación forense al mejor estilo del género policiaco. Seguir las pistas, relacionarlas de manera coherente y encontrar al culpable “más allá de la duda razonable” -dirían los gringos. Como dijo Tyson: nuestras huellas digitales están por todas partes.
Tuvo además el buen gusto de no ser de esas presentaciones fatalistas del calentamiento global y nuestro fracaso como especie para preservar el planeta en condiciones apropiadas para la vida humana, que gritan cuánto nos necesita nuestro planeta –el planeta ni es nuestro ni nos necesita, nosotros lo necesitamos y no en cualquiera de sus posibles versiones, sino en una que guarda un equilibrio muy específico que consistentemente amenazamos. Al contrario, mostró una visión esperanzadora, en la cual se manifiesta la confianza en que la especie humana –tan reciente pero que ha llegado tan lejos, para bien o para mal–, encontrará la manera de sortear el desastre, de tomar conciencia y actuar, para heredar a las nuevas generaciones un lugar donde vivir bien.
El episodio final mostró la vastedad del conocimiento que hemos generado, las grandes distancias que hemos recorrido, la validez del método, las preguntas por responder y el hecho de que el conocimiento científico nos pertenece a todos. Debemos hacerlo nuestro para utilizarlo en asegurar un futuro viable, no para unos pocos y sus bolsillos – cuyos descendientes sufrirán las consecuencias como todos–, sino para la comunidad global. Esa idea de ser una sola comunidad nos cayó encima desde que tuvimos la perspectiva única de vernos pequeñitos y aislados desde el espacio, gracias a la tecnología de la era espacial. Somos “nosotros” y “ellos”, los otros que jamás hemos encontrado pero que seguramente existen, tan lejos que para el caso estamos solos. Más vale unirnos, sobrevivir y superarnos como especie, como humanos, como resultado único y magnífico de una línea evolutiva que nos hermana con el resto de especies, y que a la vez nos diferencia radicalmente de ellas. Si la otredad fuera “nosotros” en la Tierra y “ellos” en otros planetas, quizá pensaríamos distinto. Veríamos el poder que hemos adquirido para modificar nuestra casa, entenderíamos que nuestras elecciones sobre cómo utilizar dicho poder determinarán si seguimos aquí o desaparecemos.
Y para “ellos” mandamos un mensaje “a quien corresponda”, o más bien, a quien lo encuentre. Esa inútil cosa, siendo tan inmenso el Universo, con una probabilidad tan baja de ser hallada por una especie inteligente que haya desarrollado ciencia y matemática. Es igualmente probable que en 752 años se estrelle en un planeta estéril o en uno habitado por gusanos. Pero vale la pena el intento de mostrar a “ellos” esta maravillosa cosa que somos. ¿Inútil? Tal vez, si es inútil lo inherentemente humano, si es inútil el ejercicio de mirarnos a nosotros mismos y reconocer aquello que hay de hermoso en nosotros, así sea para mostrarlo a otro que quizá no lo encontrará. Un mensaje en una botella, una carta en clave, con el código inscrito en ella para poder leerlo –matemática, pulsares, una síntesis que revele hasta dónde hemos llegado–, música, imágenes, sonidos, una fotografía nuestra elegida como si fuera selfie para el Facebook –nuestra mejor versión–, con todo y fecha para que sepan de cuándo es la cosa y que podríamos haber cambiado. Un ejercicio tan humano, tan de “nosotros”. Un intento de inmortalidad, las Voyager que llevan nuestro mensaje, las botellas que llevan ese pedacito nuestro nos sobrevivirán por mucho. Y un montón de gente no lo sabe. Cosmos hizo llegar esto y más a millones de personas en nuestra comunidad global. Hizo que mucha gente se sentara durante una hora a la semana para aprender ciencia, que las familias conversaran sobre ciencia.
Cuando se critica que hablemos de Cosmos, que hagamos esfuerzos de divulgación, recuerdo que la importancia de hacer que el conocimiento le pertenezca a la humanidad, a todos, ha sido reconocida al punto que se enseña a los científicos a comunicar. Como dijo Glen Crawford: “La ciencia ya no es la fea que nadie invita al baile de secundaria. Así que pregunto a mis colegas científicos: cuando la música comience, ¿van a mirar al piso y arrastrar los pies, o van a mostrar lo que tienen?”. Muchos ya estamos bailando. La ciencia es hoy un fenómeno dentro de la cultura popular, es cool, es sexy. Es ese lenguaje con el que hablamos tanto “ellos” como “nosotros”, en la distancia.
* Us and Them, canción de la banda Pink Floyd, del álbum The Dark Side of the Moon (1973).
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