Hay cosas que los hombres nunca podremos experimentar: el embarazo, el parto o amamantar. Pero en sociedades enfermas como la nuestra, también hay sentimientos que nos cuesta mucho asimilar tal como ellas los sienten. O sufren.
Uno de ellos es la rabia por un ataque por su condición de mujer. ¿Qué es lo que realmente pasa cuando una mujer es víctima de un vejamen en la vía pública? Supongo que un siquiatra podrá explicar lo que siente el agresor, la enfermedad que padece. Pero lo que siente la víctima es mucho más complejo, es una expresión subjetiva, necesariamente irracional. Y temo que los hombres, por muy honesto que sea nuestro esfuerzo, difícilmente comprendemos plenamente.
Independientemente de la gravedad de la agresión, desde un piropo (por inofensivo que se le quiera defender), hasta un ataque físico, el daño causado al vejar la condición de mujer es el mismo, y creo que sólo una mujer puede sentirlo. Quizá uno pueda aproximarse cuando la mujer atacada es alguien a quien uno quiere: compañera sentimental, madre, hija o hermana… Le pasó hace unos días a una hermana, muy querida, y por supuesto, el ataque causó consternación en la familia.
Quise acercarme a entender lo que ella, y lo que toda mujer sufre cuando es atacada por su condición de mujer. La rabia que algunas mujeres víctimas descargan violentamente, u otras reprimen dolorosamente. La impotencia que les inunda. La desazón y desesperanza por la estupidez del agresor, e incluso del temor a que sea una condición “natural” en todos los hombres, incluyendo a quienes ellas aman.
¿Qué se puede hacer para apoyar sinceramente a alguien que ha sido víctima de un ataque por su condición de mujer? Y luego, y no menos importante, ¿qué debe hacer el Estado para prevenir y sancionar estos ataques? Es una situación muy compleja porque, como sucede en todo proceso formal de administración de justicia, el sistema legal puede terminar siendo gélido e insensible ante las muy particulares circunstancias emocionales de la víctima. Y es que, un sistema funcional deberá buscar justicia y no venganza, en el sentido que deberá garantizar los derechos del agresor, entre otros, presumirle inocente y garantizar su defensa. Y si el proceso logra evidencia que conduzca a una condena, la sanción o castigo deberá ser conforme a la ley. ¿Cómo debe ser una ley justa que castigue al agresor de una mujer?
Insisto, es una situación muy compleja, porque creo que sólo una mujer entiende (o siente) que un piropo puede ser tan hiriente que una agresión sexual física (si no le parece que así sea, muy probablemente usted no es una mujer o tiene la suerte de nunca haber sufrido una agresión de este tipo…). En un sistema legal funcional en el que la severidad de las sanciones y castigos deben guardar correspondencia razonable a la gravedad de las faltas y delitos, ¿cómo puede hacer justicia al hecho subjetivo de que un piropo daña tanto a una mujer como una agresión física?
El panorama es abrumador si se reflexiona que estas consideraciones son igualmente aplicables a los padres y madres que sufren el asesinato de un hijo o una hija, o tragedias similares. ¿Cómo puede un sistema de justicia aspirar a ser el bálsamo que alivie estas formas de dolor humano tan profundo? ¿Se discutirá esto en las facultades de derecho y en los círculos juristas?
Desde esta perspectiva personal, el desafío de lograr y administrar justicia luce frustrante.
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