El caso Mack y el caso por genocidio están vinculados entre sí por la historia, por los actores y por la búsqueda de justicia. A Myrna la asesinaron precisamente porque, en conjunto con el equipo de AVANCSO, había estudiado y había dado a conocer las masacres y la persecución de la que había sido víctima la población Ixil. Elizabeth Oglesby, amiga y colega Myrna, fue una de las peritas que explicó cómo el ejército clasificó a la población ixil de enemigos, subversivos y rebeldes, cómo se intentó aniquilarla y la manera en que se destruyó su entorno social y cultural. Gran parte de su informe pericial se basó en las notas de campo de mi mamá.
Con 11 años de diferencia entre los juicios orales, puede verse alguno que otro progreso. Por ejemplo, mientras que en el caso Mack hubo una fuerte discusión de si debía ser juzgado en un tribunal militar (por ser militares los imputados) o en un tribunal civil, en la actualidad no parece haber duda alguna. Los tribunales militares son para juzgar delitos y faltas militares. Las violaciones de derechos humanos, aún cometidos por militares, se juzgan en un tribunal civil.
Algo que parece seguir generando debate son las recurrentes solicitudes de amnistiar estos delitos. Los tres acusados de ser los autores intelectuales del asesinato de mi madre, fueron los primeros en intentar utilizar la Ley de Reconciliación Nacional, paralizando por año y medio el proceso. Esto no ha faltado en los demás casos, pero las resoluciones se dan en tiempos más cortos y se espera que se siga acatando la idea que la responsabilidad penal no se extingue para violaciones de derechos humanos.
Uno de los avances es la aceptación de la responsabilidad, de acuerdo a la cadena de mando. En el caso Mack, desde nuestro punto de vista, se logró probar que Beteta (uno de los autores materiales) no pudo haber actuado solo; el operativo de inteligencia no podría haberse realizado sin la orden, el conocimiento y la autorización de uso de recursos por parte de los tres acusados, por el puesto que ocupaban dentro del Estado Mayor Presidencial. Sin embargo, esta argumentación no “pegó”, lo que llevó a la condena (por mayoría) de Valencia Osorio fueron las grabaciones de entrevistas, en las que Beteta señala a Valencia Osorio como la persona que le dio la orden de eliminar a mi mamá. Para cuando llegamos al caso de Genocidio, la argumentación sobre la cadena de mando es aceptada (por unanimidad), los altos rangos son responsables de las acciones sistemáticas de sus subordinados y no pueden fingir desconocimiento de lo que ocurría pues fueron quienes dieron la orden y a quienes se les reportaba periódicamente.
Encontrarse con la impunidad, ¿acaso vale la pena?
Pero claro, no todo termina con la sentencia del tribunal de primera instancia, porque de ahí hay que pasar a la Sala de Apelaciones en donde se revisan el procedimiento y el fondo, pudiéndose ratificar o anular la decisión previa. Y después tiene que irse a la Corte Suprema de Justicia (CSJ), con la casación, para que el fallo quede “en firme”.
En el caso Mack, la sentencia fue condenatoria para el autor material en las tres instancias. En el proceso contra los autores intelectuales, sólo Valencia Osorio fue condenado en primera instancia, absuelto y liberado en apelación. Para cuando llegamos a la CSJ, el fallo final fue nuevamente condenatorio, pero para cuando se giraron las ordenes de re-aprehensión, el militar ya se había dado a la fuga. En la actualidad, Valencia Osorio continúa prófugo.
En el caso por genocidio, Ríos Montt fue condenado, pero la sentencia ni siquiera llegó a ser apelada, sino que fue la Corte de Constitucionalidad la que, usurpando las funciones de una sala de apelación especial, resulta anulando la sentencia y deja el proceso entero en el limbo.
Cualquiera podría pensar que para estos casos la impunidad permanece, pues Valencia Osorio sigue prófugo y libre, y Ríos Montt probablemente fallezca sin volver a poner un pie en la cárcel. ¿Acaso ha valido la pena tanto esfuerzo o hacerse ilusiones que la justicia es posible en un lugar como Guatemala?
Aquí sólo puedo pedirles que imaginen el silencio y el miedo que se palpaban en la morgue de la Ciudad de Guatemala, la noche en que mataron a mi mamá. Más difícil aún, que imaginen el silencio, la tristeza y el terror que quedan después de una masacre en la que se ha asesinado con saña, se ha violado a niñas y mujeres, se han destruido cosechas y quemado casas. Ahora recuerden la sala de la Corte Suprema de Justicia en donde se ha llevado a cabo el juicio, recuerden a los perpetradores y sus abogados en el banquillo de los acusados, los testimonios de las víctimas y los informes periciales, el acompañamiento que se ha dado y se ha recibido. Recuerden la lectura de la sentencia condenatoria, los gritos de emoción, las lágrimas y las sonrisas de alegría, los aplausos, los cantos y los abrazos…
Por supuesto que valió la pena. Alguien dentro del sistema de justicia nos escuchó, nos creyó y la historia jamás volverá a ser la misma.
* *Este texto se ha basado en una presentación preparada para la mesa redonda “Genocidio e impunidad en Guatemala: a un año de la histórica sentencia al genocida Ríos-Montt”, realizada el 9 de mayo de 2014 en la Ciudad de México.
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