Esta palabra se ha puesto muy de moda en muchas discusiones, ha sido tergiversada y prostituida, a partir de la adopción de un modelo económico extractivista para este país.
Desarrollo es la bandera de gobiernos y de muchas empresas. Los gobiernos dicen que trabajan por el desarrollo del país promoviendo políticas de competitividad (tipo el Guatemala Investment Summit) para hacer el país más competitivo –valga la redundancia–frente a otros. Esto quiere decir facilitarle todo el trabajo a las empresas extranjeras en Guatemala para tener menos costos y más ganancia. Esto está claro, es la lógica de toda actividad empresarial y, por lo tanto, lucrativa ¿no? De igual forma, esto es lo que toda persona procura en sus finanzas personales.
El problema es que estamos hablando de lo público y de la intervención de las instituciones del Estado de Guatemala –funcionando con los impuestos de todos y todas– para beneficiar a grandes empresas extranjeras, a costa de nuestros recursos naturales que son la garantía de la continuidad de la vida (territorio, agua, tierra, aire, bosques, siembras, alimento, etc.). Y el meollo del asunto no es que haya empresas extranjeras invirtiendo en el país. Se trata de la forma como lo están haciendo y el modelo que se está arraigando.
El problema no es solamente cuánto dinero están dejando en regalías ni cuánto están pagando en impuestos. El punto es preguntarnos si realmente ése es el modelo de “desarrollo” que queremos o no como país –comprendido por más de 14 millones de guatemaltecos y guatemaltecas (y si no, entonces cuál es y cómo lo construimos).
El problema está en que en lugares donde el Estado nunca ha llevado escuelas ni centros de salud ni hospitales ni edificios ni carreteras ni fuentes de trabajo ni capacitaciones ni canchas de fútbol... de repente llega una empresa que ofrece una o más de estas cosas. Entonces, al primero que viene a ofrecer algo a estos lugares olvidados, hay que rendirle honores y agradecerle infinitamente su bondad y misericordia de llegar a esa tierra abandonada por todos.
Entonces, si alguien de la comunidad cuestiona lo que la empresa va a hacer y si se opone a que ésta opere, es un malagradecido, haragán e ignorante que se oponen al “desarrollo”, y por lo tanto, merece ser segregado, controlado, reprimido y hasta enjuiciado. Ajá. Pero ¿de qué desarrollo estamos hablando?, ¿para quién? Eso, a lo que ustedes, señores gobernantes y empresarios, le llaman desarrollo, no es lo que muchas comunidades quieren y necesitan como desarrollo.
Desarrollo es más que lo que muchos creemos. Es vivir en equilibrio con la madre naturaleza, es la tierra donde se pueda producir alimentos que garanticen la soberanía alimentaria, es tierra y aire no contaminado, es agua limpia y disponible para la comunidad y para las siguientes generaciones, es salud, vida digna, es un Estado que reconozca y represente a todos y todas, etc.
Muchas de estas empresas lo han logrado casi todo. Han logrado comprar y callar presidentes, ministros, diputados, jueces, fiscales, alcaldías municipales, alcaldías indígenas y comunitarias, líderes comunitarios, iglesias, universidades, centros de investigación, medios de comunicación, oenegés, etc. Pero no han logrado callar a quienes se resisten a agachar la cabeza a cambio de espejitos, así como tampoco apagar las voces vivas de los más valientes que se atreven a decir “no” a un falso desarrollo y a denunciar los daños irreparables tanto para las comunidades como para el medio ambiente, a nivel local y nacional.
Vivimos en uno de los países más desiguales del mundo y sumamente empobrecidos. Los gobernantes y muchas empresas se aprovechan de la miseria y de la ignorancia –sembrada adrede–, para vendernos un falso desarrollo. Entonces ¿qué desarrollo?, ¿cómo?, ¿para quién? Implica también cuestionarnos qué tipo de Estado y gobernantes tenemos, ¿al servicio de la mayoría de su población o al servicio del mejor postor?
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