Entender esta simple afirmación parece fácil, especialmente cuando todos parece que hablan de lo mismo. Los políticos, las autoridades públicas, los ciudadanos, los periodistas, todos hablan de instituciones, de reglas, de Estado de Derecho y de un sin fin de términos afines. No obstante, tras la apariencia, hay un mundo de significados y caminos ocultos que, aunque todos lo sabemos, nadie se atreve a nombrar en voz alta.
Guatemala es un caso paradigmático: tiene reglas para todo, inclusive, para lo que uno ni se imagina. La maraña de leyes es tan interminable, tan enredada y compleja que graduarse de la Facultad de Derecho es toda una odisea, especialmente por el temido examen privado, el cual se estructura con la misma lógica casuística, ambigua y contradictoria que padece todo el sistema legal.
Lo interesante es que, pese a que hay leyes para todo, muchos de los cuerpos legales simplemente se crearon para nunca ser cumplidos a cabalidad, como la famosa Ley de Acceso a la Información Pública. De hecho, todo aquel que llega a un cargo público o que aspira a uno, como los candidatos a la Presidencia, sabe perfectamente que aunque las leyes parecen rígidas y estrictas, sabiendo “encontrar” la interpretación correcta o navegando en el mar de vacios y contradicciones de las normas, se puede incluso contradecir lo que teóricos como Montesquieu llamaron el “espíritu” de las leyes. El resultado: somos el país del “todo es posible”, aunque todo esté prohibido.
Un colega europeo, conocedor muy bien de esta lógica, le llamaba a esta nuestra forma de hacer las cosas la “cultura esquizoide”: aparentar lo que no somos, hacer lo que decimos que no haremos y prometer lo que sabemos que no se puede hacer.
La “doble moral”, como decía Octavio Paz en su famoso ensayo El laberinto de la soledad, es nuestra característica principal. Pero no solo de los políticos y de quienes nos gobiernan: de todos por igual. Nos quejamos, por ejemplo, de los cuantiosos recursos que usó el actual Gobierno para posicionar su estrategia política, pero nunca nos fijamos que cuando podemos nos aprovechamos del otro y le “vemos la cara”. No nos preguntamos las muchas formas que tenemos de evadir las reglas y buscar formas de obtener un trato diferencial basado en nuestros recursos económicos o nuestros contactos.
Un día, por ejemplo, me chocó un estudiante en la salida de la Universidad Rafael Landívar. Al principio, el culpable dijo que se haría responsable de los daños de mi carro. Sin embargo, bastó que recibiera el llamado de su progenitor para echarse atrás, con la regla de que “cada quien con su propio daño”. ¿Y la regla de quien pega, paga?, le reclamé. Con ojos de cinismo me dijo que en ese momento esa regla no le convenía. Dentro de mí pensé: ¿Ese es el ejemplo que le estamos dando a nuestras nuevas generaciones, a los futuros dirigentes políticos, empresariales y sociales de Guatemala?
Hace poco hablé, igualmente, con una amiga: su todavía esposo se ha valido de uno y mil trucos para trasladar cuentas, propiedades y bienes a nombre de sociedades anónimas, familiares o amigos para que cuando se decrete el divorcio ella no obtenga ni un quinto. Quien se dedique al tema de familia, niñez y adolescencia sabrá que de esos hay mil y un casos en Guatemala.
Por eso, las sociedades como las nuestras son tan complejas y tan difíciles de cambiar: todos decimos que añoramos un cambio, pero cuando tenemos la oportunidad de “hacer ese cambio” que tanto pregonamos, nos comportamos igual de hábiles para maniobrar en el laberinto de reglas destinadas a no cumplirse para “salirnos” con la nuestra. ¿Por qué desperdiciar mi oportunidad si, total, todos hacen lo mismo? Y como una sociedad destinada al fracaso, repetimos una y otra vez el mismo camino que siempre nos ha llevado al conflicto, a la descalificación, a la pobreza; total, es más fácil aprovecharse de la oportunidad, que correr el riesgo de no lograr el cambio y solamente perderse una oportunidad que, a lo mejor, no se vuelve a presentar.
El lema de los guatemaltecos parece ser: pan para hoy, no importa que haya hambre para mañana. Parafraseando lo que ocurre siempre en el deporte: deseamos como nunca, actuamos como siempre. ¡Bienvenido al subdesarrollo!
Más de este autor