De mi parte reconozco a amistades, compañeros(as) y colegas ideológicamente afines, pero no necesariamente constituidos en un colectivo específico. No puedo hablar en representación de un grupo, más bien me toca asumir una (dolorosa) orfandad política y hablar a título personal, pero esperando que otros(as) me reconozcan como una de los suyos.
Considerándome de izquierda por la mirada crítica que tengo sobre el capitalismo, la pregunta ahora es ¿qué hacer al respecto? Cambiar un modo de producción no resulta tarea fácil para una sociedad, particularmente cuando este modelo económico impone un orden político y social que lo perpetúa y profundiza. Mientras que para la primera mitad del siglo XX, muchos de los esfuerzos de la izquierda se dirigieron a revoluciones y luchas armadas, el siglo XXI parece demandar otro tipo de trabajo. Es aquí donde el quehacer de la izquierda se diversifica, no aspirando necesariamente a un cambio total del modelo económico, sino enfocándose en procesos políticos más circunscritos, pero igualmente cuestionadores y transformadores del sistema capitalista: pueblos indígenas, igualdad de género, diversidad sexual, tierra, defensa local del territorio, empleo digno, luchas sindicales, reformas universitarias, migrantes, memoria histórica y justicia, entre muchos otros.
En mi caso, considero clave la construcción de un Estado distinto, que sea representativo de la población que lo conforma, ponga un límite efectivo a la voracidad del mercado y cumpla con su papel de redistribución de la riqueza (vía reforma agraria, esquema fiscal progresivo y políticas sociales). No obstante su origen liberal, le apuesto a los derechos humanos, tanto a los civiles y políticos, como a los económicos, sociales, culturales y ambientales. Los derechos humanos asignan responsabilidades al Estado y estimulan la ciudadanía, por lo que son instrumentos políticos que pueden acercarnos a la equidad de género y la igualdad social (sin desconocer la diversidad cultural). También hay mucho que aprender de la lucha y de la visión holística de los pueblos indígenas, en donde todo (personas, mundo y cosmos) está interrelacionado, y en donde la naturaleza no está a la orden y disposición de los humanos, sino que somos parte de ella.
Para Guatemala, se hace necesario reconocer los avances, pero también las continuas amenazas al ejercicio de la libertad de expresión, organización y participación, venciendo el miedo a informarnos y posicionarnos, y no permitiendo la criminalización de las protestas sociales. Y, dada mi historia familiar, no puedo dejar de lado la lucha por la memoria histórica y la demanda de justicia; como sociedad debemos reconocer y repudiar los errores pasados, y mostrar un compromiso público porque los crímenes cometidos no vuelvan a repetirse.
Haciendo alusión a un comentario de la columna anterior, vale aclarar que ser de izquierda no significa ser anti-derecha, y la (relativa) claridad ideológica no es sinónimo de cerrazón ideológica. Así, no espero que la gente piense igual a mí y, en nuestro contexto, bastante será con haber superado la indiferencia y asumir una posición sobre la situación general o un tema particular. Por eso, aunque confieso disfrutar las conversaciones con personas afines, resulta estimulante el intercambio con personas de posturas distintas; lo único que pido (¡por favor!) son argumentos sobre las ideas, no señalamientos estereotipados o ataques personales. En este orden de ideas, cabe cuestionar cualquier autoritarismo o caudillismo (sea de izquierda o de derecha), ya hemos visto que los monopolios de poder son contraproducentes para cualquier sociedad.
Por último, soy una convencida de que la historia se construye en la cotidianidad, por lo que mucho del trabajo político se puede desarrollar en la familia, el trabajo, los círculos cercanos y la solidaridad con las luchas sociales. No obstante, nos urge pensar en un proyecto político o ciudadano que nos aglutine, con más alcance en el mediano y largo plazo. ¿Cómo le hacemos para detener el arte de restar y empezamos a sumar?
**PD: No me sé ninguna canción de memoria de Pablo Milanés o Silvio Rodríguez. En los entrenos y carreras me ayuda mucho escuchar a Daddy Yankee y Pitbull, y mientras escribía esta columna sonaron John Mayer, Coldplay y OneRepublic. No son mis gustos musicales los que me hacen más o menos de izquierda.
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