Entender al mensajero junto con el mensaje encuadra mejor esta dialéctica extrema. El predicador de la excelencia es un escritor glorioso que se hizo como reportero; el notario de la debacle es la consultora CareerCast, que realiza desde hace un cuarto de siglo una encuesta anual sobre los mejores y peores empleos en Estados Unidos.
Hablando a una asamblea compuesta por los dueños, gerentes y directores de los principales periódicos del Hemisferio –buena parte de los cuales precipitó, con extraordinaria miopía empresarial, la crisis profunda de hoy–, García Márquez recordó en el periodismo de su juventud las lecciones que hacen de este oficio la mejor vocación.
“El periodismo escrito es un género literario” dijo al empezar su discurso. Un arte y artesanía que se aprendía cada día en la redacción y los talleres del periódico, esa “fábrica que formaba e informaba sin equívocos”.
Y ahí se informaban y formaban juntos los jóvenes vehementes y los veteranos talentosos. “La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo… como nosotros mismos lo llamábamos”.
En su visión, el periodista necesitaba apenas la mínima tecnología de, “tres recursos de trabajo que en realidad eran uno sólo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían”.
Al final de esa asamblea de 1996, en la que también participaron Henry Kissinger y Óscar Arias, los asistentes aprobaron una moción de agradecimiento a la larga lista de anfitriones gringos, presidentes de cadenas periodísticas y gerentes de medios poderosos.
Muchas de esas cadenas ya no existen hoy y gran parte de los nombres que se mencionan en la felicitación desaparecieron del periodismo sin dejar rastro en él.
Mientras se cerraba un periódico tras otro en Estados Unidos y los departamentos de recursos humanos blandían la guadaña en las redacciones, Paul Gillin, un periodista con aparentes inclinaciones funerarias, fundó en 2007 un periódico digital llamado el Newspaper Death Watch, una vigilia de periódicos moribundos que describe su misión como la crónica de “la decadencia de periódicos y el renacimiento del periodismo”. Su portada mantiene una columna de recientes defunciones de periódicos y otra contigua de desahuciados.
No fue casual que CareerCast, la consultora que encontró este año que el periodismo escrito era el peor trabajo en Estados Unidos, incluyera un comentario de Gillin en su explicación resumida sobre el campeón de las calamidades laborales: el reportero de periódico.
“Un trabajo que ha perdido dramáticamente su lustre […] Paul Gillin dice: ‘el modelo de impresión no es sostenible. Probablemente desaparecerá dentro de los siguientes diez años”.
¿Por qué el mejor oficio del mundo es el peor empleo en Estados Unidos? Imaginen el resultado de un proceso de años de redacciones asoladas, con gerentes que arrojan periodistas por la borda, con la lógica de arrojar el motor de la embarcación como si fuera el lastre que resta flotabilidad. Los periodistas sobrevivientes son el equivalente de tripulaciones constantemente disminuidas, y por ende atareadas, tratando de mantener la navegación de una flota precaria, que habiendo perdido el rumbo pierde el destino y pierde el futuro.
Con bajos sueldos, largas jornadas, magros estímulos y virtualmente asegurada decadencia, ¿puede sorprender que la mejor vocación se convierta en el peor trabajo?
Es verdad que el CareerCast no considera ocupaciones extremas en su ranking de empleos abominables, sino las más o menos establecidas en el mercado laboral. Aún así, que el reportero de periódico –ese empleo con resonancias míticas de bohemia, intrepidez, individualismo, gruñona nobleza y revelación impactante de la verdad de los hechos– esté en un trabajo que ahora se considera peor que el de leñador, cartero, lector de medidores, ordeñador de vacas, entre otras de las ocupaciones menos favorecidas pero comparativamente mejor situadas, indica cuán profunda es la crisis y cuán aterradoras sus perspectivas.
Parece ser un problema que hasta derrota los poderes de Superman. En efecto, como sabe todo aquel que no haya pasado la niñez en una urna de kryptonita, Clark Kent es reportero en un diario cuyo director parece pertenecer, sabiéndolo o no, a la escuela de García Márquez.
Como cuenta Emilio Camacho en su excelente nota (‘Hombre de acero y reportero de papel’) en el último Domingo de La República, Clark Kent y un veterano colega, Perry White, compiten por lograr la mejor primicia. White la consigue y entonces el jefe de ambos, George Taylor asciende a Kent a editor y deja a White como reportero. Como escribe Camacho, probablemente el periodista con mayor erudición sobre Comics en el área andina y quizá también en Unasur, “Sin querer, DC Cómics rendía homenaje con esta historia a los reporteros de calle, a los que no dejan de buscar una exclusiva”.
Pero el año pasado, Clark Kent renuncia a The Planet. Parado en medio de la redacción, vibrando de indignación mientras sus apocados colegas husmean desde sus cubículos, Kent proclama en voz alta que cuando creció en Villachica (Smallville) “Creí que el periodismo era un ideal […] se me enseñó a creer que con las palabras se podía cambiar el curso de los ríos, que hasta los secretos más oscuros caerían ante la áspera luz del Sol […] pero la información ha sido reemplazada por el entretenimiento, los reporteros se han vuelto mecanógrafos… no puedo ser el único a quien asquea el pensamiento de lo que hoy se presenta como noticia”.
No. Claro que no es el único. Cada día amanece con nuevos periodistas incorporados en el empeño de encontrar nuevos medios, nuevas formas para cumplir la inalterada misión del reportero, la que le enseñaron a Kent en Villachica y que Gabo predicó ante la SIP.
El peor trabajo nunca ahogará al mejor oficio. La crisis de medios, que probablemente se agudice, destruirá empleos, erosionará los números, pero finalmente demostrará, al hacer falta, la vital necesidad del periodismo honesto y competente para la sobrevivencia de la democracia y la ciudadanía.
* Director de Asuntos del Sur, publicado en ese medio, el 2 de mayo.?
Más de este autor