De igual forma he planteado a lo largo de estas entregas la necesidad de reconocer que “la afición a la muerte” es un problema de tipo estructural en la mayoría de ciudadanías, que podemos tipificar de neo-feudales o pos-feudales. Puntualmente lo que estoy diciendo es lo siguiente: mientras matar sea la respuesta efectiva para resolver la vida cotidiana,[1] en el contexto del sistema social resultará muy difícil modificar esta problemática desde el nivel del sistema político, puesto que el sistema político se nutre de la cultura.
La clave entonces radica en enviar los estímulos adecuados, suficientemente profundos para que puedan afectar el contexto cultural.
El poeta Hans Magnus Enzensberger denomina a este fenómeno como “guerra civil molecular”. El ejemplo de Enzensberger tiene una expresión demoledora en relación a la violencia, expresada en los contextos urbanos: “todo vagón de metro es ya una Bosnia en miniatura”.[2] Cuando el contexto de la dinámica en las ciudades (en oposición a la polis, la urbe no puede ser controlada) se expresa de formas violentas, es fundamental que la política pública envíe estímulos para puntual y constantemente intentar reducir esta expresión. No solamente se trata de reducir el índice de impunidad, se trata de evitar la acción que transgrede.[3]
Olvidar es el peor error.
Cuando Facundo Cabral fue asesinado en ciudad de Guatemala, si bien en los días siguientes a su muerte, la indignación colectiva se hizo sentir, el día de su aniversario no hubo ningún acto de recordación. Ahora hablemos de todas las muertes de ciudadanos que no son VIP o cuyos casos no son emblemáticos, ¿Quién les recuerda? ¿El espacio urbano nos hace no olvidar la violencia?
Es muy significativo cuando se recorren las calles de Berlín encontrar tantas placas, monumentos y “llamadas de pie de página en cemento”, que recuerdan el lugar preciso donde judíos berlineses y sus familias fueron asesinadas en el espacio público; en París abundan las leyendas en las paredes callejeras, donde se hace memoria de los miembros de la resistencia, asesinados durante la ocupación Nazi. En Israel, el país entero se paraliza durante el día de recordación del Holocausto, en memoria de 6 millones de inocentes muertos. En México, Estados como Durango o Chihuahua, construyen hoy monumentos a los muertos inocentes de la guerra de Calderón en lugares céntricos. ¿Por qué y para qué?
Aurelijus Rutenis Antanas Mockus Šivickas explica en su libro Dos caras de la convivencia: cumplir acuerdos y normas y no usar ni sufrir violencia la práctica acordada, una de sus políticas usadas en gestión cual alcalde en Bogotá: Minutos de silencio obligatorios en todas las actividades sociales (privadas y públicas) cada vez que el índice de homicidios superaba los números ´pactados´. Si bien la idea es lamentar cada muerte violenta, lo cierto es que se necesita crear conciencia permanente, cual el aguijón de San Pablo, que a todo momento nos impida ´hacer cotidiana la bestialidad´ y funcionar normalmente.
Por eso no es sorpresa que países como Guatemala, Salvador y Honduras, en lugar de recobrar los espacios públicos opten por el modelo de “ciudades privadas”.
Hay algo que no se ve. Para los antiguos hay política, ciudadanía y, por tanto, ciudad, si hay categoría de poliorcética. Pero la pequeña polis amurallada de “ciudadanos” y “desiguales” es eventualmente substituida por el Estado Nación moderno, donde hay emancipación y derechos universales.
Un efecto, producto de años y años de estrategias represivas-contenedoras del problema de la violencia.
[1] Aquí es interesante hacer mención a la expresión “te voy a matar” o “te mato”, tan común en la cotidianidad guatemalteca. A diferencia de las expresiones que uno puede escuchar en Costa Rica (por citar un ejemplo), es muy interesante cómo esta expresión aparece incluso utilizada de forma coloquial, en contextos donde la violencia no está mediando. Normalizar, vía el lenguaje esta expresión es probablemente el síntoma más claro de cuando la cultura de la violencia se hace parte del folclor.
[2] Enzensberger, H. M. Perspectivas de guerra civil.
[3] Por ello es que, si una ciudad como Montreal o Vancouver tuvieran que asignar una cantidad de fiscales para tratar los casos violencia, con el índice que suceden en Guatemala o México, simplemente no habría fiscales suficientes. En nuestro contexto, esa realidad ha producido expresiones artísticas que recrean el fenómeno del “carpetazo”.
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