No se formarán más los maestros en instituciones especializadas bajo la rectoría del MINEDUC, simple y llanamente porque la pareja que hoy ejerce el máximo rango en el poder Ejecutivo así lo dispuso, orientados por asesores que bien saben lo que hacen. Por su intermedio el Estado renuncia, pues, a dar sentido y contenido a la formación de los maestros de nivel primario y otras especialidades para, con un pensum apenas esbozado, ser ofrecida por ese caótico y deformado amontonado de empresas que se autonombran universidades.
Este raudo y poco notado proceso de militarización de los procesos de gestión pública ha producido deliberadamente un caos en el futuro de la formación de educadores. El maestro, desde esta concepción autoritaria del quehacer social, más que ningún otro profesional debe aprender desde niño a obedecer ciegamente. Ha sido por ello que, ante la dispersa y poco organizada oposición de los estudiantes de las escuelas normales, la respuesta ha sido el garrote, la bomba lacrimógena y la cárcel. No fuera a suceder que la oposición se ampliara a demandas más sociales y la Plaza de la Constitución se convirtiera en la Plaza Tahrir de los descamisados guatemaltecos.
Nadie, en su sano juicio, es capaz de oponerse a que los futuros maestros tengan una mejor y más calificada formación que la que hasta ahora se ofrece. Sin embargo, para que esto se materialice es necesario que se establezca lo que ahora comúnmente se conoce como línea basal. Es decir, que tanto docentes, administradores públicos, estudiantes, padres de familia y demás ciudadanos interesados tengamos claras cuáles son las deficiencias de esa formación y de qué manera influye en los resultados esperados del estudiante. Para ello, evidentemente, hay que tener claro también, qué tipo de formación se espera dar a los niños, más allá del listado de “competencias” que enumera el Currículum Nacional Base –CNB.
Durante los últimos diez años, la propaganda difundida por los centros y medios de comunicación de orientación neoconservadora y privatista se ha centrado en promover simplistamente el aumento del tiempo para la formación, insistiendo también en que quien debe hacerla son las universidades. Sin embargo, a la invitación a un debate sobre las bases empíricas en las que sustentan sus afirmaciones, simplemente reiteran que así se hace en otros países. Pero en otros países, la escolaridad previa al ingreso a la universidad es de doce años, y no de once como en Guatemala, los maestros de las diferentes disciplinas para los niños mayores de diez años son especializados y el “maestro de grado” es solo responsable de la coordinación de su grupo. Sin embargo, estas cuestiones que son fundamentales para el mejoramiento de los aprendizajes no forman parte del discurso pedagógico oficial.
Resta saber para qué le servirán a la sociedad los “bachilleres con orientación en educación” y qué harán con ese diploma los jóvenes que lo obtengan. Seguro disputarán espacios laborales con maestros, peritos y secretarias en bancos, abarroterías y, muy posiblemente, terminaran de soldados en ese nuevo ejército de ocupación interna que las reformas constitucionales nos quieren imponer.
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