Por línea materna soy nieto de judíos alemanes sobrevivientes del Holocausto. Mi abuela materna fue prisionera en Dachau y, cuando dicho campo fue liberado, los prisioneros sobrevivientes judíos –entre los cuales había un cantor–[1] comenzaron a entonar el canto llamado Adom Olam.[2] A mí la anécdota me parecía siempre extraña pues no comprendía por cual razón no se hubiese preferido otro tipo de expresión religiosa, digamos, ofrecer una oración por los muertos. Por el contrario, entonar esta pieza musical en la cual se acepta la sumisión al ´dios eterno´ luego de sufrir una ola de barbarie y destrucción puede parecer un acto irracional.
Un cercano amigo, rabino (del ala liberal del judaísmo) me daba una interpretación interesante de este hecho: Toda religión es ambivalente, como todo niño es ambivalente con los padres y todo padre es ambivalente con los hijos. Esa relación Yo-Tú nunca es fácil y nunca es simple. Yo hubiese mencionado además de la relación padre-hijo la relación entre amantes (hetero u homosexual), no es necesariamente fácil de llevar. Sin embargo, lo que captura mi atención en términos de esta simbología es representar la relación entre ´mi yo´ y la ´deidad´ en razón de relaciones que no son necesariamente de igualdad. El padre tiene autoridad sobre el hijo,[3] y entre los amantes no hay plena igualdad: Habrá un dominado y un dominante.
Aquí es que vale la pena preguntarse si no es posible plantear la relación ´mi yo´ y la deidad´ en términos de partes iguales, porque si pudiera existir algún tipo de diálogo lo mejor es que se lleve a cabo entre partes que se reconocen mutuamente cual iguales. Muy tangencialmente esta situación se observa en la relación que los Patriarcas tenían con el irritable Jehová del antiguo testamento, cuestionaban directamente y protestaban por las decisiones del ´omnipotente´.[4] Pero, afuera de este particular momento en la tradición yahvista, las tres grandes religiones abrahámicas suponen un grado de sumisión: El término Islam significa precisamente eso, sumisión a un dios y a un su profeta; el cristianismo, en cualquier de sus vertientes deberá de rozar el Credo de los apóstoles cual elemento para sentar doctrina y, el judaísmo centraliza este acto de sumisión en oración ´escucha Israel, el Señor tu Dios es uno´.
No voy a preguntar entonces ¿De qué le sirve la religión al hombre? Me interesa preguntarme si ¿Un ´espíritu libre, tolerante y crítico´ puede quedarse con algo del mundo religioso?
Honestamente hablando, la vigencia de las religiones se debe al carácter finito de esta existencia, encontrar un asidero que pueda acompañarnos en el momento tan privado de la muerte y nos asegure la permanencia de la conciencia.
Fuera de ello, actuar con justicia, dar a cada quien lo suyo, proteger al huérfano, respetar al prójimo y vivir con honor son metas de vida que no requieren de una teología o de un ser superior.
Por eso, dicho sea de paso los romanos educados y estoicos nunca quedaron sorprendidos con el mensaje cristiano.
[1] Se denomina así en el ritual judío contemporáneo aquella figura encargada de entonar cantos rituales especiales. Por lo general son voces magistrales y muy bien educadas. Dentro de las anécdotas terribles de la crueldad nazi, se cuentan repetidas historias de ´cantores´ que eran obligados a sentarse sobre un varilla de metal y pegar de alaridos, con la finalidad obviamente de ridiculizar su capacidad artística.
[2] La expresión Adom Olam no es exactamente hebrea sino aramea. En términos concretos significa ´Señor Eterno´, aunque en el hebreo moderno la palabra ´olam´ quiere decir mundo. Puntualmente, la idea es la misma, es un canto de sumisión y reconocimiento de la unicidad de la divinidad, de su pre-existencia y su permanencia cuando todas las cosas desaparezcan. Se acostumbra a cantarla durante la fiesta de día de Expiación, el día más sagrado del calendario judío. Según la mitología bíblica, este era el día cuando el Sumo Sacerdote ingresaba al Sanctum Santorum para expiar los pecados del pueblo.
[3] Así inicia el argumento aristotélico para definir la relación que debe existir entre los iguales, los ciudadanos: algo distinto de la tutela del padre al hijo o del médico al enfermo. El primer derecho político griego, la isegoría o libertad de opinión era una situación entre iguales.
[4] El mejor ejemplo de ello en la tradición judaica es el diálogo en Abraham y dios en lo momentos previos a la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra.
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