Me parece apropiado dedicarle una reflexión a esta afirmación partiendo desde la experiencia de alguien que, además de laborar en una institución jesuita, ha podido conocer a la Compañía de Jesús desde diferentes ángulos.
Mi primer contacto con la Compañía de Jesús fue durante mis estudios de licenciatura. Sin embargo, este contacto primariamente se limitó a disfrutar de la riqueza intelectual de sujetos que habían abandonado el sacerdocio. Fue una primera experiencia parcializada. Durante dicha época, el término Compañía de Jesús significa, literalmente, elitismo epistemológico. Años después, durante mis estudios de formación de postgrado, tuve la experiencia de ser alumno de un discípulo de Porfirio Miranda. En este caso, mi profesor era, además de un intelectual, un hombre de vocación religiosa.
Durante dicha época, el término Compañía de Jesús significó elitismo epistémico y espiritualidad profunda. Fue entonces, en la primera década del 2000, que las obras de Ellacuría, Martín Baró, Teillard de Chardin, Athanasius Kircher, la poesía del Padre Juan Andrés (por citar algunos nombres conocidos), se hicieron parte de mi acervo lectivo recurrente. En dicho momento de mi vida, la fortaleza del método científico, el espíritu del cuestionamiento constante, la crítica severa, la lectura profunda de todo texto, la necesidad de utilizar la lógica en toda respuesta; el imperativo por la rigurosidad del trabajo de campo empírico, la ortodoxia para el manejo de los términos científicos y la capacidad para discernir los espíritus, eran los sinónimos con los cuales yo asociaba a la Compañía de Jesús.
Algunos años después, ya en un contexto de proceso vocacional para el ingreso en la Compañía de Jesús, la experiencia de convivir con diferentes comunidades de jesuitas ya formadas hizo que el sentido de lo Jesuita tomase otro significado. No solamente significaba una espiritualidad creativa con énfasis en el examen de conciencia. Cobró para mí capital importancia el sentido vital de la Congregación General 32, en la cual el entonces Padre General P. Pedro Arrupe aludía con claridad y fortaleza a un tipo de espiritualidad y vida espiritual en la cual la salvación no estuviese desconectada de la necesaria acción para reducir las condiciones de pobreza y miseria que aquejan nuestro entorno. La espiritualidad cristiana y el sentido de la identidad católica nunca serían los mismos, católicos por estar en este mundo para servir al Dios Creador del mundo. Pero el deber de quienes están en el mundo es mejorar las condiciones de injusticia material que aquejan a las grandes mayorías. El deber de todo cristiano (y de todo hombre) es ahora restaurar la justicia en un mundo quebrantado y construir el Reino de Dios en la tierra.
Mi experiencia docente me ha mostrado con claridad que muchos son los estudiantes que si bien se han enrolado en instituciones jesuitas desconocen el sentido de la tradición académica jesuita. Casi todos los colegios jesuitas tiene una plaza llamada Plaza Kotska (en honor de San Stanislao de Kostka), quien además de ser el santo Patrón de los novicios nos heredó la frase ad majora natus sum.
Pero pocos estudiantes de secundario saben el significado de dicha frase. A nivel universitario las cosas no son mejores. Pocos estudiantes de Ciencia Política, Economía, Derecho y Comunicación Social (según mi experiencia docente) han leído la obra de Rafael Landívar Rusticatio Mexicana. Celebramos 50 años de la tradición Jesuita en Guatemala, y eso puede significar muchas cosas para el estudiante guatemalteco. No faltará la discusión sobre los excesos del clero durante el siglo XIX o los excesos de los regímenes liberales. En lo que no debiese haber discusión alguna es en la misión de corazón que todo aquel que haya conocido a los jesuitas está obligado a desarrollar: construir el Reino de Dios en esta tierra, un reino de mejores condiciones para todos los hombres.
Pierre Teilhard de Chardin SJ, místico, paleontólogo y filósofo francés, pasó a la fama por haber influenciado con sus escritos el espíritu del Concilio Vaticano II. Autor de la famosa oración Misa sobre el Mundo, nos deja una máxima por demás hermosa: Nuestra labor es construir el Reino, en una comunidad que abarca a todo el universo, no la pequeña pero querida Sociedad de Jesús sino en cualquier parte en que nos encontremos y con el material que contemos. La libertad, lo mismo que el Reino es algo que construimos necesariamente en comunidad. Ya sea en la Compañía de Jesús o la URL es igual. Todos somos sacerdotes del Cristo y todos tenemos el poder de transformar con nuestras acciones de justicia lo cotidiano en lo sagrado. Transformar nuestro mundo quebrantado en un mundo de paz y armonía donde el León paste con la oveja, y el niño tenga en sus manos una serpiente.
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