Estas expresiones, no obstante, tienen una carga ideológica menor. Pueden dar una sensación de estar a la moda al decir que se *apertura una cuenta en lugar de que se abre una cuenta o al utilizar *expertís cada dos por tres, en lugar de habilidad, conocimiento, pericia u otra palabra equivalente. Igual, las personas usan el lenguaje como les parece. Y ya decía Wittgenstein que «el significado de una palabra es el uso que se le da», pese a la Real Academia o a cualquier persona con alma de policía del lenguaje.
Sin embargo, hay otras expresiones que no son tan inocentes y que en realidad cumplen una clara función ideológica, como encubrir la realidad o deformarla sirviendo a intereses específicos de sectores hegemónicos que así transmiten y refuerzan su visión del mundo. Pongo como ejemplos las expresiones ganar-ganar o colaborador, tan usadas en el mundo de las empresas.
Ya no existen los trabajadores. Ahora existen los colaboradores. La gente no trabaja en una fábrica, una empresa de servicios, una universidad o lo que sea. Es colaboradora. Un albañil es un colaborador en una empresa de construcción. Y un experto en la extracción de basura colabora al realizar su diaria faena.
Otra expresión por el estilo es la de ganar-ganar. Aquí se presupone que lo que es bueno para la empresa es bueno para los colaboradores. Mejorar el clima laboral sirve para que los colaboradores estén más contentos. Y más contentos producen más. Ganar-ganar, ¿o no?
De nuevo, cada quien es libre de utilizar el lenguaje como quiere. El problema es cuando el lenguaje lo utiliza a uno y se transmiten ideologías portadoras de valores dominantes, contrarios a los propios intereses. Expresiones como ganar-ganar o colaborador lo que hacen es ocultar algunas realidades del mundo de la producción capitalista.
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Las empresas, se advirtió claramente al inicio de la pandemia, no son el mundo de felicidad con unicornios y arcoíris que venden los motivadores profesionales. El trabajo (palabra que proviene del latín tripalium, un tipo de castigo romano) exige esfuerzos como los que recuerda la sentencia bíblica «con el sudor de tu frente».
Además, está el tema de la apropiación del excedente. Gana dinero la empresa y gana dinero el trabajador. Todos ganan. Es una situación de ganar-ganar. Pero ¿quién gana más? ¿Quién se apropia del excedente? ¿Quién tiene un alto nivel de vida y quién gana para medio ir pasándola cada fin de mes?
Y por supuesto está la situación de quién puede ordenar y poner límites, es decir, el tema del poder. El colaborador del mes, cuya foto se encuentra en lugar visible de la empresa, no puede dar órdenes, sino que las recibe y encuentra que tiene ya un marco dado de regulaciones que lo obligan a colaborar felizmente en ciertos asuntos clave como horario, salario y actividades. Se puede hacer de forma apasionada o resignada (también hay trabajos que son mejores que otros y resultan más creativos), pero eso no quita que hay márgenes, muy precisos, a la acción, a la iniciativa y a las necesidades personales.
Los defensores de este sistema pueden argumentar que las personas son libres de elegir. Y es cierto: las personas pueden elegir morirse de hambre si no trabajan, lo que no quita la coacción existente en el mercado laboral.
Casi todos los trabajadores somos apasionados de comer y de no morirnos de hambre. Otra cosa es que en la satisfacción de esa pasión se niegue la existencia de relaciones de poder asimétricas y la apropiación del excedente en el trabajo. Ganar-ganar y colaborador, entre otras, son expresiones que ocultan o disfrazan la realidad.
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