La vida de muchas personas se ha deteriorado en el aspecto económico con la pérdida del trabajo, de mejores opciones, de estar sin posibilidades reales de hacer frente, con dignidad, a la cotidianidad. Para quienes tenemos el privilegio de estar en casa y somos responsables, también las cuestiones vitales han dado un giro.
Sin embargo, el hecho de creer que seríamos mejores personas porque la configuración social se ha modificado es falso. A nivel social, vemos desde nuestra casi total impotencia cómo los políticos desde sus sitios como funcionarios siguen usufructuando del Estado. Vemos cómo los grandes empresarios también se benefician de la crisis, pues pueden soportar las muertes, pero no la inactividad económica. Asimismo, los organismos del Estado siguen moviéndose para que cada una de las piezas de la corrupción, representadas hoy por uno, mañana por otro, den vueltas de tuerca cada vez más apretadas hasta que al final terminemos asfixiándonos.
En medio de ello, la nueva normalidad se ha establecido como una etapa casi surrealista. Cada vez enferman más personas y cada vez importa menos. Al centro se acentúan las pequeñas y grandes agresiones en el hogar, en el trabajo, en algunos espacios que antes eran quizá más relajados o menos evidentes. En el interior de las familias la violencia ha aumentado. La cercanía y la falta de locomoción han potencializado las acciones violentas y de maltrato.
Las expresiones de violencia han trascendido la esfera de lo privado y se han instalado en lo público. No es necesario trabajar en una empresa o institución para sufrir agresiones. Basta con pertenecer a algún grupo, ya sea de estudios, de lectura, de lo que sea, para que cualquiera que esté desprevenido sea objeto, innecesario, de la agresividad del otro. Las expresiones istas están a flor de piel de quien las dirige, de quien las recibe: machistas, racistas, clasistas y oportunistas, entre otras.
[frasepzp1]
Todo ello nos genera ciertas reflexiones que no podemos ni queremos obviar. Para los ingenuos y bien pensados que creían que este encierro nos convertiría socialmente en mejores personas y, por ende, en una mejor sociedad, hemos visto que simplemente no. Para ejemplificar algunos casos, quien se considera a sí mismo como alguien que posee o ha alcanzado cierta jerarquía mira con dificultad a los demás como sus iguales. Actúa, por lo tanto, en consecuencia: amable y bien dispuesto mientras logra sus objetivos, distante y esquivo una vez que considera que los ha alcanzado. Si quienes estamos en el medio logramos visualizar más allá y podemos salirnos de esa rueda a tiempo, ganamos.
Otros se sienten realizados con el protagonismo que han adquirido a través de la cámara de las plataformas para exponerse tal cual: pequeños dictadores prepotentes potencializados por grupos temerosos de las represalias. Porque también debemos reconocerlo: con o sin pandemia, seguimos siendo un pueblo acosado por el miedo. Entonces, quien llega bajo cualquier bandera a ostentar una mínima brizna de poder bajo el aparente manto de querer lo mejor para el otro aprovecha la menor oportunidad y lo insulta, trata de humillarlo e incluso lo amenaza. Peor aún si el otro es mujer. El patriarcado desatado en su máxima expresión.
Como muchas otras cuestiones negativas, hay un exceso de violencia introyectada en los genes del guatemalteco. Ahora esta se ha potencializado. Nos corresponde, si queremos, trabajar desde dentro para que, mientras podamos, dejemos de descargarla en nosotros y en los demás. Ello, porque, cuando la violencia, ya sea en sus expresiones individuales o sociales, nos llega de afuera, también nos atañe detenerla, ponerle freno, denunciarla, sentar precedentes. Solo en la medida en que nos hagamos conscientes de ello, solo en esa medida, tendremos opción de crecer, de transformarnos, de ser mejores si no socialmente, al menos sí de manera individual.
En fin, los aprendizajes, si se dan, reitero, son a nivel individual. Por mi parte, he aprendido que, para que nos agredan, a veces no hay más que estar en el momento y el lugar equivocados. Que es mejor mantenernos arraigados en la realidad y defendernos, el miedo ya no es una opción. El mundo que nos espera una vez que pasemos la pandemia se vislumbra, lo lamento, desolador. Nos toca llenarnos de fuerza, de alegría, de amor, de luz.
Más de este autor