Aún no está claro cómo arrancó: existen hipótesis, y tanto estadounidenses como chinos se acusan mutuamente de ser los iniciadores. No hay elementos suficientes, al menos de momento, para asegurar que en todo esto hay agenda oculta. Existen especulaciones al respecto, como el curioso Evento 201, simulación de una pandemia casualmente muy similar a la actual, realizada un mes antes de que comenzara el brote en el ciudad china de Wuhan.
Cómo evolucionará, cuántos muertos dejará y qué seguirá después es una incógnita. Sin dudas, habrá cambios en el panorama geopolítico y en la cotidianidad de la vida en cada rincón del planeta. Como van las cosas, lo único que sabemos es que estamos ganados por el miedo (¿manipulado?, ¿agigantado por intereses desconocidos?). De igual modo, nadie puede vaticinar qué seguirá. Se habló de un nuevo orden mundial pospandemia, de una nueva configuración ya no basada en la globalización neoliberal, sino en un mayor proteccionismo nacionalista. Es probable. La fortaleza de China, en este momento, en buena medida se debe justamente a esa globalización.
Difícil, cuando no imposible, predecir lo que vendrá. ¿Una población más disciplinada, controlada, maniatada? ¿Es esta encerrona universal, toque de queda incluido, un ensayo de cómo se mantendrá a la población de aquí en más? ¿Teletrabajo para todos? ¿Hipercontrol a través de medios digitales que saben en detalle cada cosa de nuestras vidas? Hay voces que, viendo el desastre del neoliberalismo (es decir: la entronización absoluta del libre mercado sobre la intervención estatal), piden —esperan, anhelan— un nuevo orden más solidario, no centrado tanto en los negocios como en lo humano (¿estado de bienestar keynesiano?, ¿socialdemocracia?). Sin dudas, la fuerza con que golpea la epidemia muestra que solo los Estados fuertes (socialistas, como China, Cuba, Corea del Norte, o con capitalismo de Estado, como Rusia) pueden afrontar exitosamente desastres sanitarios como el presente. Los países del tercer mundo, como Guatemala, que de momento no muestran cifras alarmantes de infección o de decesos, en todo caso dejan ver que ni siquiera un conteo exhaustivo de la situación pueden presentar. Y esto abre la pregunta de cuánto golpeará allí (África, Latinoamérica) efectivamente la pandemia, considerando que tienen carencias crónicas y Estados raquíticos faltos de recursos, problemas inconmensurablemente potenciados por las políticas fondomonetaristas de estos últimos 40 años. Dicho de otro modo: ¿cuántos muertos habrá en esas áreas con esta crisis?
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El mundo seguirá, por supuesto, porque esta pandemia no terminará con la especie humana. ¿O será, como dice cierta visión conspirativo-paranoica, que ya hay poderes que están preparando la vacuna (con la que podrán inocularnos cualquier cosa, eventualmente)? ¿Terminará el capitalismo con todo esto? ¿Terminan las luchas de clases? ¡¡Ni remotamente!! En todo caso, se reconfigura el mundo. Probablemente China se alce como la potencia dominante (con una economía más sólida, no basada en la especulación financiera, sino en la producción de bienes reales, con una fuerte y efectiva reserva monetaria fijada en toneladas de oro, y no en papeles bursátiles) y el dólar vaya perdiendo su hegemonía. ¿El mundo mirará con cariño las posturas socialistas, la solidaridad que mostraron China y Cuba en la oportunidad? Es probable, pero ello no pasará de una cuota de cariño/admiración que no logrará cambiar ideológicamente aquello para lo que está preparada la población mundial: trabajar sin protestar, consumir lo que el mercado impone, no organizarse, no pensar en cambios radicales, no sentirse dueña del poder. La ideología sigue siendo la misma. Eso no lo cambia un virus. Como bien dice Michele Nobile: «El resultado final más probable es el regreso a la normalidad [es decir: todo lo indicado más arriba], no sin haber integrado la experiencia del estado de emergencia en el arsenal de políticas públicas».
¿Servirá todo esto para denunciar a la oprobiosa serpiente viperina que es el capitalismo? ¿O hay en juego una jugada maquiavélica que traerá más capitalismo todavía, quizá menos gente en el mundo («¡que mueran los viejitos!», pedía el vicegobernador de Texas, Dan Patrick), y poderes hiperdominantes que digitarán nuestras vidas haciendo pensar, con sus maquinaciones actuales, en películas de ciencia ficción? (el Gran Hermano orwelliano parece ya un hecho). Por supuesto que la actual es una ocasión maravillosa para hacer aquella denuncia y profundizarla. La privatización inmisericorde de todo, el negocio antepuesto a lo humano (business is business), el lucro individual como baluarte fundamental de la vida, ahora más que nunca —viendo las consecuencias espantosas que pueden acarrear—, pueden ser cuestionados. ¿Puede servir la pandemia quizá para acercar a un cambio revolucionario de paradigmas? De nosotros depende.
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