El mandatario estadounidense concluirá su gestión en 2021, pero ya trabaja por una segunda administración, idea que fortalece los músculos de los sectores ultraconservadores en su país y en el mundo, ámbitos en los que eriza los pelos y eleva la presión en las esferas no radicales.
Hombre de negocios acostumbrado a colocarse donde más alumbran los reflectores mediáticos, el gobernante ha recorrido su trayectoria pública pegado a la fama que le permiten sus actuaciones irreverentes sustentadas en el poder de su fortuna financiera.
La más reciente maniobra de este personaje se produjo cuando anunció su interés por comprar la isla de Groenlandia
Por aparentemente absurda, la propuesta generó malestar, risas y dudas a lo largo y ancho del planeta, lo cual derivó en las típicas rabietas de quien no deja de mostrar su intolerancia.
Una vez más su vía de comunicación ha sido Twitter, una de las redes sociales que catapultaron la candidatura de su predecesor, Barack Obama, quien con visión estratégica sacó el mejor provecho del bum de esas herramientas.
Trump duerme y despierta conectado a su cuenta del pajarito, desde donde marca el ritmo de la política mundial, pues por ella aplaude o reprueba según le dicten sus impulsos programados.
Por esa vía ha puesto en guardia al régimen de Corea del Norte y a temblar la economía de México, por ejemplo. También ha abierto las heridas después de una tragedia en Puerto Rico o en El Paso, Texas. Guatemala no ha sido ignorada, y le ha tocado sufrir los berrinches a propósito de las discrepancias surgidas de la imposición de iniciativas antimigrantes pobres.
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Ahora bien, es importante no perderse en la simpleza de las ocurrencias de Trump, ya que no saltan por generación espontánea, sino que son movimientos orientados a concretar su permanencia en la Casa Blanca después de 2021. Es decir, sus ideas no son descabelladas, como algunos creen.
Y es que cuando Trump presiona Twittear sabe que ha medido en número y en impacto sus caracteres, tanto en las zonas de aceptación, que incondicionalmente lo respaldan, como entre sus adversarios o áreas de influencia de estos, que usualmente no superan el susto o la sorpresa.
Querer comprar Groenlandia suena tan fuera de lugar como si alguien promoviera la venta de Alaska, Hawái o Puerto Rico. La pretensión es inviable. Sin embargo, con solo haber pedido a sus asesores «evaluar si es posible», el gobernante motivó un alud de críticas, un pronunciamiento de la primera ministra danesa y la atención mediática.
Obviamente, la isla situada en la parte nororiental de América del Norte sería clave en el pulso que por la dominación del orbe mantiene Estados Unidos con Rusia y China, de manera que la tentativa excita las corrientes nacionalistas que hace dos años votaron por Trump y que volverán a hacerlo en los comicios de 2020.
En ese sentido, las locuras de Trump, propias de un guion de las cintas parodia protagonizadas por Leslie Nielsen, en realidad son recursos cuerdos porque le deparan apoyos con miras a controlar los destinos de la principal potencia mundial.
Vale señalar que el mandatario estadounidense, a veces en la polémica, otras veces bañado por sus autoelogios o por los que le mandan sus incondicionales, es quien define la agenda en los espacios periodísticos y se mantiene vigente, a diferencia de lo que se produce en las filas del Partido Demócrata, en el que todavía no se perfila quién puede con el paquete de disputarle la presidencia.
También es importante mencionar que, según quienes conocen la historia y la política de Estados Unidos, las 26 cartas que barajan las y los demócratas es la más diversa y con la mayor presencia de mujeres, variopinta oferta que en cuanto a edades va desde los 37 hasta los 89 años, abanico entre cuyas varillas desfilan imágenes que aún no calientan al electorado.
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