Escriben, apoyan, mandan mensajes, participan en discusiones y, frustrados y cansados, abandonan al final del día escandinavo, mediterráneo, australiano, porteño, quebequés. Cogen las llaves, bajan al portal y salen con el perro o con su hijo en el carruaje y se juntan a tomar el aperitivo con los amigos y a comentar las incidencias del barrio. El verano se está instalando, y ese vientecillo cálido te empieza a envolver la piel. La luz intensa se refleja en los árboles, ya poblados de hojas. ...
Escriben, apoyan, mandan mensajes, participan en discusiones y, frustrados y cansados, abandonan al final del día escandinavo, mediterráneo, australiano, porteño, quebequés. Cogen las llaves, bajan al portal y salen con el perro o con su hijo en el carruaje y se juntan a tomar el aperitivo con los amigos y a comentar las incidencias del barrio. El verano se está instalando, y ese vientecillo cálido te empieza a envolver la piel. La luz intensa se refleja en los árboles, ya poblados de hojas. Se sienten optimistas, seguros, felices. El frío que te cala y cuela entre la cintura cuando te descuidas quedó lejos. Hace ya varias semanas que guardaron la ropa de invierno en los armarios y dispusieron la de temporada: sandalias, faldas vaporosas, pantalones de algodón, camisetas frescas y un par de suéteres para las noches.
Están planeando su viaje estival, pero aprovecharán los fines de semana para visitar los pueblos cercanos; ir a un festival, a un concierto, al cine al aire libre, al mercado el domingo; sentarse en la plaza a comer un helado mientras los niños corren y juegan tenta gritando y riendo. Verán el reloj y se dirán: «Ahora son las dos de la tarde allá».
Sacarán su teléfono, abrirán las redes sociales y les volverá a hervir la sangre. Fraude o negligencia. Leerán sobre los magistrados del TSE, sobre el sistema de cómputo, sobre las cajas electorales posadas en los techos como gatos sobre el tejado caliente, sobre el partido vampiro, sobre la suma que no cuadra, sobre los cuadros que no suman, sobre los gritos de guerra, los bloqueos, las manifestaciones, la impasividad, Galdámez y Betty, el dúo picapiedra por mentalidad y discurso.
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De repente algo les hace poner atención en la plaza. Levantan la vista, y dos músicos callejeros tocan un fragmento del concierto para dos flautas de Vivaldi. Y les duele Guatemala. Mucho. Saben que allí nunca más. Guatemala: nunca más era solo un anhelo. Guatemala: muchas veces más. Una y otra vez. Suspiran y oyen esas flautas barrocas. Qué lejos y qué cerca están de su país.
De lejos les parece un cuento. Es irreal, pero es lo usual en el fondo del tercer mundo. Es lo usual cuando los que mandan son muy pocos. Es lo esperable en este barranco inmundo de plásticos. Esto no es una república: es un relleno sanitario. Ya vamos aceptando nuestro destino en el conjunto de naciones. Somos un cuento medieval para Occidente. Somos columna de opinión en diarios alemanes, artículo neoyorquino, conferencia en Ginebra, fondos congelados, tercer país seguro, patio trasero, finca en usufructo, encomienda, carne de cañón, mal chiste de estandupero de Netflix. Somos mano de obra barata para construir el muro de Trump ahora en Huehuetenango, niños muertos en centros de Arizona, niñas gritando mientras se queman en un hogar seguro. Somos mineras sin permisos. Somos lagunas del Tigre deforestadas. Somos pistas clandestinas. Somos narcoalcaldes, narcobancadas, narcomunicipios.
Somos hijos de las élites viajando a esos pueblecitos occitanos de ensueño, que se toman un Cinzano en una terraza y piensan: «Ojalá que repliquen esto en Cayalá».
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