Con su llegada al poder quedaba inaugurado el Estado de terror que se caracterizaba por los escuadrones de la muerte, los desaparecidos, los torturados y las ejecuciones extrajudiciales de oponentes políticos.
La USAC era víctima de este Estado de terror. Catedráticos y estudiantes eran desaparecidos o asesinados a diario. El rector de ese entonces, el doctor Rafael Cuevas del Cid, y su secretario adjunto, Roberto Díaz Castillo, se enfrentaron con valentía y talento al gobierno de Aran...
Con su llegada al poder quedaba inaugurado el Estado de terror que se caracterizaba por los escuadrones de la muerte, los desaparecidos, los torturados y las ejecuciones extrajudiciales de oponentes políticos.
La USAC era víctima de este Estado de terror. Catedráticos y estudiantes eran desaparecidos o asesinados a diario. El rector de ese entonces, el doctor Rafael Cuevas del Cid, y su secretario adjunto, Roberto Díaz Castillo, se enfrentaron con valentía y talento al gobierno de Arana.
Fueron estos valientes revolucionarios quienes le ofrecieron el cargo de jefa de Publicidad y Relaciones Públicas de la universidad. Su antecesor había renunciado y tenía un salario mensual de Q700 al mes. A ella, sin embargo, le ofrecieron solo Q300. Era una propuesta de doble filo, como ella misma reseña en su Sumario del recuerdo. «Por un lado, era un honor que una mujer alcanzara dicho cargo; por otro, se le trataba de menos y se olvidaban de sus derechos como profesional». «Simplemente por ser mujer habían decidido pagarle menos de la mitad, como si la plaza no estuviera ya contemplada dentro del presupuesto de la USAC y el dinero [tuviera que salir] de sus bolsillos».
Finalmente aceptó el puesto con aquel salario. Desde allí se encargó de redactar los comunicados de prensa cargados de enfrentamientos políticos en los cuales la universidad daba a conocer sus protestas y puntos de vista revolucionarios. También se la designó jefa de redacción de la revista Alero, donde casi nunca pudo publicar su opinión porque limitaron su labor a la edición de los textos que otros publicaban.
Sumida en ese mundo de machos revolucionarios, tuvo que soportar maltratos, descalificaciones, abusos y discriminación. Por ser mujer le pagaron menos aunque hiciera igual o más trabajo que su antecesor. Por ser mujer la despreciaron. La izquierda universitaria la acusó de ser burguesa y reaccionaria. La derecha la tildó de comunista. En la Rectoría quisieron obligarla a recibir un curso de doctrina marxista, al que asistió solo un par de veces y después ya no porque ella «odiaba toda doctrina impuesta, viniera de donde viniera». «Ser mujer y no acatar las disposiciones doctrinarias del marxismo de la USAC implicaba exponerse al desprecio». En ese momento, ella fue despreciada.
El día de su muerte llegamos a la cama donde ella acababa de exhalar su último aliento. Yacía inerte al lado de sus hijos, de sus sobrinos y de su amada Berta (la persona que la cuidó sin descanso todos estos años). En mi obsesión pueblerina, corrí a cerrarle la boca y amarrarle un pañuelo alrededor de su cara. Tengo la idea de que el rostro debe reflejar la paz de la partida, y no la angustia de la muerte. «Ya puede callar, Margarita, que otra Guatemala gritará sus batallas», quise susurrarle al oído, pero no tuve el coraje.
En la funeraria, para salirme de dudas, levanté la tapa del féretro y con alegría comprobé que de su pequeña boca de muñeca de porcelana salían unas arrugas apenas marcadas. Eran mis testigos imaginarios de una sonrisa furtiva y cómplice de mis arrebatos.
Ser mujer no es cosa fácil. La lucha es diaria y sin treguas. Heme aquí de soldado tomando tu estandarte. Descanse en paz, Margarita Carrera. Nosotras seguiremos luchando.
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