El interfecto resultó ser un micoleón (Potos flavus), especie de mamífero que se alimenta de frutas, insectos y huevos si los hay (carnívoro oportunista, según los biólogos). Y luego de que la prensa diera a conocer el hecho se suscitaron una y mil reacciones, incluso a nivel internacional.
A guisa de termómetro social, vale la pena argüir acerca de cuatro contextos que sobresalieron principalmente en los comentarios de las redes sociales.
El primero es el de las leyendas. Muchos se retrotrajeron al tiempo de Miguel Ángel Asturias y de su obra Leyendas de Guatemala, un libro cuya novedad en el momento de su primera publicación fue contraponer la temática de las creencias vernáculas (sobre las cuales trata) a los contenidos de la leyenda europea. Pero nada de los rescates culturales de dicha obra se argumentó. La mención de Asturias fue en orden a glosas como «¡Qué hubiera dicho Miguel Ángel Asturias!» o «¡Pobre[s] Asturias y su Cadejo!» y una sarta de vituperios que, dada su enjundia, vale la pena analizar en el siguiente contexto. Sin perjuicio de ello, beneficioso fue el hecho de que se recordara el libro de don Miguel Ángel. Sé de dos jóvenes que como consecuencia del infausto suceso procuraron un ejemplar de Leyendas de Guatemala para leerlo y estudiarlo. Mejor decisión no pudieron tomar. En esta época de copiar y pegar, chats y emoticones, el libro físico está corriendo la misma suerte del pobre micoleón.
El segundo es el de las críticas. Las hubo sanas, las hubo clarificadoras en orden a la posible comisión de un delito, las hubo enriquecedoras, como las de algunos expertos en biología, y también las hubo abrumadoras y farisaicas. Escuché a una persona decir: «¡Qué ignorancia la de esos analfabetos!». Y despotricó en contra de los esoterismos que a criterio de él motivaron la muerte del micoleón. Ni bien había terminado su diatriba cuando una amiga le recordó que ella (la persona que trataba de ignorantes a los pobladores) es asidua consultora de ciertos adivinos y devota de la lectura del tarot. Es decir, amante de la cartomancia. ¿Entonces?
El tercer contexto es el de los contrastes y los símiles. Recordé la alocución pronunciada por Dom Hélder Câmara durante sus Lecciones en el Club Católico de Lidcombe, Sídney, y en el Genazzano College, en Kew, Melbourne. El motivo fue una serie de conferencias sobre la reconciliación con los pueblos indígenas realizadas en febrero de 1994. Expresó Dom Hélder: «Cuando yo doy pan a los pobres, ellos me llaman santo. Pero, cuando yo pregunto por qué la gente es pobre, ellos me llaman comunista»[1]. ¡Ah! Cuánto me gustaría que las personas que tratan de ignorante e inculta a la población menos favorecida se pregunten el porqué de su situación y el rol que ellos (los críticos) podrían tener en semejante escenario.
El cuarto es el de la ignorancia de algunos que se creen muy letrados (y reprochan y satirizan). Desconocen la terrible destrucción de los hábitats de la fauna mesoamericana por el avance de las vorágines de cemento y de las fronteras agrícolas. Porque hasta ciertas aves que hace algunos años se alimentaban solo de frutas y semillas se han vuelto predadoras ante la desaparición de las especies de árboles donde encontraban su fuente de alimento. No nos extrañe entonces que mapaches, micoleones y otros mamíferos cuyo hábitat se circunscribía a las selvas y a los bosques ronden ahora los gallineros y hasta las despensas de casas construidas en comunidades que limitan entre lo urbano y lo rural.
En resumen, no estuvo bien matar al animalito. Menos con la saña exhibida. Pero levantarse muy de mañana, acudir al gallinero para procurar el desayuno de la familia y encontrar solo cascarones vacíos es para pescocear no solo al Cadejo, sino a otros responsables (de la falta de alimentos que sufre la población) que hoy por hoy rondan ciertos hábitats muy citadinos. Predadores hay por todos lados.
Sí, se tronaron al Cadejo (un inocente Potos flavus), pero ¿fueron los pobladores de San Rafael Pacayá II los únicos responsables? Yo creo que no. También lo fueron quienes han depredado las selvas y acabado con muchos ecosistemas, los que tienen sumida a la población en la economía de subsistencia, los que han provocado el descalabro más grande que se haya visto en la educación guatemalteca y los fariseos que se rasgan las vestiduras para mitigar así su adeudo con la sociedad y con sus prójimos.
Al entendido, por señas.
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[1] Dom Hélder Câmara (1994). Lecciones. Australia: Catholic Club of Lidcombe, Sydney; Genazzano College, Kew, Melbourne.
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