Entre el 12 de marzo y el 6 de abril de ese año, la conformación de un movimiento pacífico como nunca antes se había visto en la historia de la humanidad se convirtió en uno de los eventos más importantes del proceso independentista indio. De maneras similares, y en un contexto complejo y distinto, la Marcha por el Agua, que se inició el pasado 11 de abril en el indómito interior de la república de Guatemala, llegó a la capital el viernes 22. Luego de 11 días de marcha, miles de guatemaltecos y guatemaltecas se unieron en una voz para reclamar respuestas y propuestas que desde hace años venimos pidiendo.
En 1930, el monopolio británico estableció que la venta y la producción de sal en la India solo podían ser emprendidas por el Gobierno británico. Violar esta ley era un delito. La sal, uno de los minerales más importantes para el sostenimiento de la vida y de la economía humana, era muy valiosa para la gente de aquel país. En Guatemala, la Marcha por el Agua buscaba la protección y la seguridad de miles de personas vulnerables ante la inminente escasez del recurso, que aumenta día a día de manera preocupante.
En la India, muchos de los manifestantes eran trabajadores agrícolas que dependían de la sal para sobrevivir en un ambiente caluroso y húmedo, donde la sudoración es profusa. La India está ubicada en el paralelo 17 norte, el mismo en el que se encuentra Guatemala, y no es difícil para nosotros entender cuán vitales son recursos como la sal y el agua para mantenernos vivos. La marcha de Gandhi comenzó apelando a todos los habitantes independientemente de su región, clase, casta y origen étnico. En Guatemala, la Marcha por el Agua surgió en el interior indígena del país como un reclamo que inmediatamente se volvió de todos nosotros sin importar nuestro estatus socioeconómico, cultural, étnico y religioso.
Este es quizá el momento idóneo para recordar uno de los principales conceptos de Gandhi: la satyagraha, que va más allá de la mera resistencia pasiva y que, mediante la unión de las palabras sánscritas agraha, ‘resolución’, y satya, ‘verdad’, buscaba encontrar la fuerza de sus seguidores para detener de forma pacífica a sus tiranos opresores. De la Marcha de la Sal que Gandhi lideró nos queda ahora recordar que la verdad (satya) implica amor, por una parte, y resolución o firmeza (agraha), por otra. Y que esta unión engendra la fuerza. Es en la unión de la fuerza donde nacen la verdad y el amor a la no violencia.
En 1930, el impuesto a la sal se convirtió en el detonante de una injusticia que amenazaba tanto al más pobre campesino como al más rico aristócrata de las castas superiores. Juntos, todos comprendieron la necesidad de la sal en la vida cotidiana. Ahora el agua se ha convertido en ese detonante para iniciar la búsqueda de consensos y diálogos que nos encaminen a establecer políticas y legislación que protejan el acceso al agua para todos los guatemaltecos y todas las guatemaltecas.
Asimismo, este es el momento idóneo para discutir cuáles serán las responsabilidades y las obligaciones que tendrán desde el más pequeño comerciante hasta el gran productor de productos que tanto requerimos en nuestra vida en sociedad. La Marcha por el Agua debe convertirse en el detonante para que seamos nosotros, los líderes de nuestras áreas de influencia, los primeros en llamar al diálogo a los actores de nuestra sociedad. Como defensor que soy de los derechos de la propiedad privada y como férreo defensor de los derechos individuales, me uno al llamado de los líderes de la Marcha por el Agua para que juntos establezcamos consensos que nos permitan construir una Guatemala en la que se proteja el derecho humano al agua tal y como lo define la Constitución Política de la República de Guatemala, que se refiere al agua como un bien que debe proteger el Estado guatemalteco en los artículos 97, Medio ambiente y equilibrio ecológico; 121, Bienes del Estado; 127, Régimen de aguas; y 128, Aprovechamiento de aguas, lagos y ríos.
Que esta marcha no se detenga. ¡Apenas estamos empezando la satyagraha!
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