Algunos de estos cinturones albergan a migrantes de todos los puntos del país, quienes muchas veces también viven en las laderas y sin servicios. Han viajado en busca de trabajo. Dejaron su lugar de origen por la aparente dignidad de la metrópoli.
Esto nos muestra que seguimos enfrascados en una visión unilateral, aglutinando el poder en el centro del país: amontonándonos donde están el trabajo, los edificios públicos, los centros comerciales, las universidades, los pasos a desnivel. Por esa saturación la gente se tarda una, dos, tres horas en llegar al trabajo.
Para salir de este embrollo asfixiante debemos revertir esta pulsión: que los cambios no provengan de la cima sociopolítica, sino de cada aldea, de cada cuadra, de cada río, de cada cerro. Regresar al poder local, como hacen los gringos, donde el sheriff, el fiscal y el juez responden a su comunidad.
Siguiendo la línea de un texto que escribí, en el cual afirmaba que este país podría triunfar si se define un rumbo y se propone potenciar un modelo económico basado en la siembra de árboles, ahora planteamos un ejemplo en un municipio específico.
San José Pinula. La idea es crear una entidad integrada por la Municipalidad, la Iglesia, las escuelas, los institutos, los colegios y las empresas que prestan servicios turísticos —que hay bastantes no solo en San José Pinula, sino en toda la región—, la cual fomente el cuidado ecológico.
El trazo es convertir a Pinula en un lugar tan reconocido como Tecpán (buscado por su gastronomía, sus paisajes y, claro, su punto estratégico en la ruta Interamericana, aunque debería ser también un lugar de hospedajes, y no solo de paso), adonde la gente de la ciudad acuda a pasear (almorzar, pasar un fin de semana, bodas, convivios, travesías) y a realizar actividades religiosas y laborales (como retiros o encerronas) en un ambiente verde, lejos de la bulla, entre el olor a coníferas, pero estando lo suficientemente cerca de la ciudad, digamos a media hora, 45 minutos.
El plan debe considerar varios factores para crear una visión a largo plazo, que sea sostenible. Que las escuelas y los institutos se amalgamen con los viveros y las empresas ecoturísticas para impulsar la carrera diversificada de técnicos forestales, guías turísticos, carpinteros y cualquier otro oficio dentro de esta actividad económica.
Habrá que apoyar a las microempresas con préstamos para que la gente emprenda nuevos negocios e invertir para que se construyan aserraderos y viveros ornamentales —y cualquier otro negocio que se ocurra— para que los visitantes turísticos se lleven un recuerdo. Hacer una marca del lugar. Un sello, un símbolo, una fragancia, un lema.
Cada parte del municipio deberá comprometerse con la visión. La Municipalidad sería la encargada de aglutinar este espíritu para encaminar el proceso. Esto puede ser un problema dada la corrupción estatal, pero la alcaldía tendría que percatarse de que la idea no solo es sacar al municipio del lumpen, sino convertirlo, por ejemplo, en el municipio más verde —no solo de Guatemala, sino del mundo—.
Las escuelas deberían desarrollar cartillas para sembrar en los terrenos baldíos, y la comuna y los grupos comerciales creativos, aglutinados probablemente en cooperativas y en empresas individuales, con un plan a veinte o treinta años plazo, estarían en la capacidad de invertir para incentivar estas siembras y, claro, recibir su contrapartida.
Porque el romanticismo del amor a la tierra y a lo ecológico no es suficiente. Debe producirse más riqueza a partir de este tipo de negocio. Lo verde es muy rentable porque se disminuye el consumo de recursos y se aprovechan los desperdicios, además de lo místico y profundo que nace cuando nos convertimos en creadores de vida.
La educación de los niños debe enfocarse en el cuidado de su terreno y del planeta en general porque allí están la riqueza y su futuro. Por lo tanto, su auténtica identidad. Es decidir apostarle a lo local (que a la vez se convierta en universal, porque las necesidades del mundo son las mismas) para asumir la responsabilidad de un lugar del que sí podemos, como comunidad, empoderarnos. Porque uno piensa que cambiar todo el país de un solo es bastante más complicado, y a veces la mente se extravía en ideas deformes.
Cuando este proyecto tome sentido y la gente camine recogiendo la basura de las calles para construir árboles de Navidad de materiales reciclables, se vendan carteras de deshechos y se vean muchas viviendas elaboradas con ecoladrillos (basura de chucherías adentro de dobles litros), cuando la pobreza y el analfabetismo sean unas cifras minúsculas, los demás querrán saber qué se hizo. Y entonces se compartirá el mensaje: el regreso a lo pequeño. De caserío en caserío, la voz irá empapando todo el territorio.
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