Pero ¡por supuesto! ¿O qué esperábamos, pues? Las elecciones se dieron bajo las mismas condiciones, esas que hartaron a una buena parte de la sociedad y la hicieron salir a manifestar su descontento y a exigirles a sus gobernantes —algo completamente atípico para sectores urbanos de clase media—.
Desde hace mucho tiempo, pero sobre todo a partir de ese llamado despertar ciudadano, se comenzó a plantear con más fuerza que las elecciones del 2015 serían totalmente «ilegítimas, ilegales y fraudulentas». No es que antes no lo fueran, pero fue este momento coyuntural el que le dio mucho más respaldo a la demanda.
Hubo propuestas de aplazar las elecciones con el fin de que se llevaran a cabo con nuevas reglas y posibilidades. Hasta se llegó a plantear la idea de un gobierno de transición. Y también hubo quienes defendieron respetar la ley —así a secas— y llevar a cabo las elecciones.
Entre incertidumbres, denuncias e impugnaciones por parte de la ciudadanía en contra de partidos políticos y candidatos se llevaron a cabo las elecciones, tal y como estaba establecido. Ni modo. Y los resultados hablan por sí solos: en el ambiente se siente una depresión colectiva, tristeza, cólera e impotencia, pero sobre todo frustración. Y claro que era de esperarse. En la paleta de colores para elegir no había nada decente.
Para la presidencia, la gente votó 1) por el representante de la «antipolítica» como una acción desesperada, 2) por aquella que aseguró un clientelismo para asegurarse continuidad política y 3) por el candidato al que le tocaba. Para sorpresa de no pocos, Baldizón no arrasó con el primer lugar, Sandra Torres se disputa el segundo lugar y Jimmy Morales cómodamente garantizó su segundo round. Pero fuera este u otro el escenario, no imagino otro panorama en el que ese sentimiento de frustración no privara.
Probablemente la aprobación de las reformas a la Ley Electoral, aunque no fueran válidas para estas elecciones, garantizaría que este sería el último sufrimiento que tendríamos que soportar esperando mejores condiciones. Pero esto tampoco pasó y se nos fue el momento. A los diputados no les dio la gana, y ahora nada nos asegura que los nuevos (más de lo mismo) vayan a aprobarla, lo que alimenta esa frustración colectiva.
Ahora bien, la unidad que se ganó en las históricas manifestaciones puede sufrir un quiebre por preferencias en el camino hacia la segunda vuelta. Y aunque ciertamente debemos alertarnos entre todos para evitar el mal peor, hay que ir por más. Sobre todo debemos recordar una y otra vez que este pueblo ya no es el mismo y que eso es lo que debe seguir llenándonos de orgullo, pero sobre todo de esperanza y energía para seguir luchando y levantarnos de las cenizas.
En medio de todo este terremoto político de los últimos meses no dejo de tener sentimientos encontrados al reconocer que nos movemos dentro de las coordenadas que los gringos quieren —a través de la Cicig/ONU—, pero que a la vez sus jugadas han tenido consecuencias no previstas como el alzamiento ciudadano. Y de esto es de lo que debemos aprovecharnos para volver a tomar impulso cada vez que nos choquemos con la podrida realidad.
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