Es decir: pululan por las calles capitalinas alrededor de 300 travestis, no sólo en el centro sino en diversos puntos. ¡Diez veces más de oferta! ¿Qué significa eso?
El fenómeno existe, y nadie puede alegar desconocerlo. Pero, por supuesto, como todo fenómeno admite ser interpretado de distintas maneras, radicalmente antitéticas incluso. Según como se mire, para algunos podrá ser síntoma de descomposición social. De esa cuenta, para quien defiende una moral pretendidamente férrea y pura, este crecimiento sería indicador de una decadencia en los valores más sagrados de la sociedad. Según esa posición, vamos hacia un libertinaje promiscuo, por tanto condenable. Por otro lado, para los travestis, que siguen creciendo en número día a día, esto significa: 1) una mayor posibilidad de ganarse el sustento diario con la venta de servicios sexuales, dado que por la discriminación de que son objeto no consiguen otras fuentes de ingreso (¿quién le da trabajo a un travesti?), y 2) como colectivo, una mayor presencia (quizá no aceptación, pero sí al menos visibilidad) en la dinámica social.
Podría intentarse aún otra lectura de los hechos: si crece de tal modo la oferta de servicios (un 1,000% más que una década y media atrás), ello responde y se articula con un similar aumento en su demanda. ¿Hay más homosexuales varones que requieren los servicios de un travesti? No, no es así: básicamente la oferta de esto(a)s sexoservidore(a)s es tomada por varones oficialmente heterosexuales.
La cultura patriarcal dominante excluye y estigmatiza a esta considerable cantidad de travestis, condenándolos a la marginalidad (y en más de algún caso, a la muerte, como producto de este disparate al que algunos llaman “limpieza social”. De hecho, no es infrecuente la persecución y golpiza de alguno de ellos por parte de “machos”, de lo cual se habla poco y nada). Pero ¿quiénes consumen estos servicios? Dicho por los mismos sexoservidores que venden sus cuerpos noche tras noche, son varones, hombres con bigote y con todas las características de un reconocido como “macho viril” quienes les contratan. Nunca son mujeres ni homosexuales. ¿Qué puede concluirse de eso entonces?
La ciencia del psicoanálisis, que no es denostada como los travestis pero que tampoco es lo más aceptado en nuestra moral cotidiana, precisamente a partir de la infundada “denuncia” de pansexualimo, muestra con lujo de detalles cómo se construye nuestra sexualidad. Con esto se pone en entredicho la visión biológico-instintivista que uniría “machos” y “hembras” en función de la procreación. En otros términos: la bisexualidad es una posibilidad siempre abierta. Escandalizarse de ello es “querer tapar el Sol con un dedo”.
El crecimiento en la oferta de travestis, ¿habla de una “enfermedad” moral o de una realidad que se prefiere callar? Siendo rigurosos con el análisis, y haciendo uso de los conceptos psicoanalíticos, es evidente que la moral basada en “normales” y “desviados” no alcanza.
Preguntémonos seriamente: ¿dónde está nuestro padre, o nuestro hijo varón, o nuestro hermano en estos momentos? ¿Podrán ser ellos uno de los clientes que buscan los servicios del creciente número de travestis que se ofrece por allí? ¿Por qué no? ¿Qué garantiza que no lo hagan: su declarada heterosexualidad? Como vemos, esa declaración no es sino un estandarte que no se sostiene. La identidad sexual es una larga y penosa edificación psicosocial (no asegurada biológicamente) que puede dar como resultado final un varón o una mujer “normales”; pero las cicatrices y magullones que ese transcurso deja, permite ver que la normalidad es pura cuestión de grado. Los “rudos” varones son los que contratan a estas/os trabajadoras/es sexuales. Esto, como mínimo, debería servir para empezar a cuestionar qué entendemos por masculinidad.
http://noticias.com.gt/files/2010/04/3038233w-400x265.jpg
Más de este autor