El paso más importante es haber derrotado al principal enemigo de toda sociedad que aspira a la democracia: el miedo instalado. Ese miedo que, como bien lo señala Carlos Figueroa Ibarra, fue el recurso principal de las fuerzas del terror para imponer su voluntad a sangre y fuego. La fe del pueblo en la sola potencia de sus manos, como dijo Otto René Castillo, fue suficiente para vencer a un opresor que no tiene rostro, pero que ha dejado una huella profunda en las generaciones mayores y pretendía instalarse en las juventudes, esas que saltaron de alegría bajo la lluvia, sabedoras de que el destino de su generación y las venideras bien podría estar en sus acciones.
Con la fuerza social empujando, el miedo empieza a retroceder. No se ha ido definitivamente. Se agazapa y refugia en la capacidad de sus manejadores en todos los espacios posibles, esos donde ha permanecido levantando su brazo amenazante cada vez que se ve un intento por vencerlo y empezar a construir democracia. La prueba está en las agresiones constantes y crecientes en contra de defensoras y defensores de derechos humanos a lo largo y ancho del país.
Se ve en la ejecución extrajudicial de un líder en Cotzal, defensor de los derechos al territorio, a un ambiente sano, a la organización comunitaria y a la memoria, verdad y justicia por genocidio. Está en el ataque a las oficinas de la organización de mujeres Mamá Maquín. Se ve claramente en la campaña mediática (pasquines, columnas y redes sociales) en contra del trabajo del Centro de Acción Legal, Ambiental y Social (Calas), en cada uno de los hechos que la Unidad de Protección a Defensoras y Defensores de Derechos Humanos en Guatemala (Udefegua) ha reportado. Se encuentra, en fin, en cada hecho que pretende impedir que los defensores y las defensoras desarrollen su trabajo libres de riesgo y temor a represalias.
Allí está, a punto de ser vencido por el accionar pacífico, sostenido y masivo de quienes tienen solo la vida y el amor por la humanidad como divisa y la lucha pacífica pero digna como herramienta. Y allí surge un nuevo actor, vital para la recuperación de espacios que el miedo intentó destruir. Uno de ellos, baluarte del movimiento social desde su fundación en 1920, ha sido secuestrado por el terror y su consecuencia, la corrupción personificada. Se trata de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) Oliverio Castañeda de León.
La AEU cayó en manos de las mafias hace una década y sigue capturada por estas. Desde entonces, lejos de jugar el papel que siempre desempeñó en las luchas sociales, se convirtió en aliada de los agresores y en operadora de criminales. Mediante maniobras y amenazas (incluso armadas), así como por medio de agresiones físicas, los matones al frente de la AEU hicieron de esta un nido del terror.
La aurora de la movilización en esta primavera naciente dejó en su cosecha un movimiento estudiantil universitario en la San Carlos (USAC), e interuniversitario en todo el país, que se levanta con energía y dignidad renovada. Ese grupo, que con paciencia ha desarrollado mecanismos de coordinación en distintos niveles y ámbitos nacionales, busca que desde la misma USAC se consolide uno de esos espacios, la AEU.
De esa manera, para asegurar que en efecto ese espacio sea rescatado de la sombra en que lo han sumido, hace falta el apoyo social, ciudadano e interuniversitario. Quienes se levantan desde el fondo del terror que desangró a la USAC y mutiló sus raíces no han de caminar en solitario. Las vuvuzelas, los gorgoritos, los tambores y los sartenes que dieron ritmo al sonido de la primavera que derrotó al miedo también llevarán su melodía para marcar el paso del rescate. La AEU merece renacer.
Más de este autor