El viernes 19 de febrero dejó de existir. Tenía 84 años y, a mi modo de ver, tuvo una vida larga y productiva en su campo. Algunos dicen que la calidad de su producción literaria tuvo forma de curva de campana: ascenso, cúspide y descenso. Como esto es cuestión de gustos y opiniones, creo que en sus últimas obras se encuentran las dos que más me gustan: El cementerio de Praga y El número cero.
¡Qué bien que le dio tiempo de concluir y publicar El número cero!...
El viernes 19 de febrero dejó de existir. Tenía 84 años y, a mi modo de ver, tuvo una vida larga y productiva en su campo. Algunos dicen que la calidad de su producción literaria tuvo forma de curva de campana: ascenso, cúspide y descenso. Como esto es cuestión de gustos y opiniones, creo que en sus últimas obras se encuentran las dos que más me gustan: El cementerio de Praga y El número cero.
¡Qué bien que le dio tiempo de concluir y publicar El número cero! Acá en Guatemala debería ser lectura obligatoria en estos tiempos que corren, pues la forma como novela la historia de un diario jamás publicado, cuyos reporteros y redactores pasan sus días construyendo las historias que su mafioso propietario insinúa a las potenciales víctimas de los escándalos ciertos o inventados por el medio, se asemeja, aunque con poco glamur, a la práctica en nuestro medio de pescar ciudadanos con cola machucada o sin ella, atrapados en rumores de investigaciones y persecuciones.
Estos personajes del número cero a la Tortrix recorren la sociedad hablando en claves según ellos sofisticadas, que muchas veces sus interlocutores no entienden, pero sobre las cuales tampoco preguntan. Tienen listas y datos ultrasecretos que por lo general muestran desde un celular y pronostican grandes desgracias como consecuencia de una cacería de brujas que solo ellos pueden evitar.
Este ejército de malas gentes se ve engrosado cada vez más por los que fueron sus aprendices y, lo más cómico, por los que en un momento dado fueron sus víctimas y luego pasaron a querer ejercer, atraídos por el beneficio pecuniario o por el encanto de verse como los chicos malos del barrio.
Que descanse en paz Umberto Eco. Y no cabe duda de que en esta tierra, donde todavía resuena la frase de Asturias: «¿No ven las cosas que pasan? ¿Para qué llamarlas novelas?», él también habría aprendido algo.
Más de este autor