Trabajando por San Marcos he tenido la oportunidad de escuchar testimonios desgarradores acerca de niños que se han perdido en el trayecto al Norte secuestrados, extorsionados o eliminados físicamente por los buitres humanos que acechan en las rutas por donde caminan buscando lo que nos han metido en la cabeza: el sueño americano. Huyen de la pobreza, del abandono, de la delincuencia local, de la ignorancia y de la enfermedad. Son víctimas del abandono del Estado, cuya macroeconomía es robusta tanto como la pobreza es grande: ese juego de suma cero en el cual la acumulación de la riqueza crece en la medida en que la desigualdad también lo hace.
Son miles de historias ocultas por el triunfalismo y el descaro politiquero y tecnócrata, que se enorgullece de que las remesas vayan creciendo cada año, ya que eso es bueno para el país. El presidente Berger, en su momento, dijo más o menos: «Quédense allá, muchá, y manden dólares». En números redondos, el envío de remesas a América Latina y al Caribe ha pasado de 62 000 millones de dólares en el 2007 a casi 70 000 millones en el 2016. Y para el caso guatemalteco, ese río de millones de norte a sur[1] va a parar a manos de bancos, telefónicas, grandes supermercados y cadenas de almacenes de electrodomésticos, así como al monopolio cementero y a ferreterías, ya sea que los recursos se destinen a la construcción o al consumo. Al final son los grandes productores y comerciantes quienes se nutren de ese dinero, muchas veces ganado con sacrificios, sudor y sangre.
El Estado actúa para las grandes corporaciones nacionales e internacionales. Se preocupa más del aumento de las remesas que de disminuir el flujo de migrantes, que abarca todas las edades y que, en el caso de los niños, es cómplice del robo de la infancia de estos. Ni las autoridades gubernamentales ni las municipales ni las comunitarias han abordado el problema de manera eficaz. No les interesa más que las remesas, no la dignidad humana. El Estado ha incumplido la Constitución de la República en materia de derechos humanos. Los derechos a la vida, al trabajo, a la dignidad, a la salud, a la educación, etcétera, han sido violentados por las estructuras de poder.
Ante el triunfo de Trump, el pánico cunde en los sectores dominantes (no por la deportación de los migrantes o porque se les vaya a impedir a estos entrar a Estados Unidos), ya que para ellos el drama humano se tapa con las pingües ganancias. Están asustados por la eventual disminución de las remesas, que afectará la sacrosanta economía nacional, y porque, a pesar de repetir el discurso del libre comercio, de la competitividad, del clima de negocios, de la certeza jurídica, de los no privilegios, etcétera, son incompetentes en el ámbito del libre mercado y sobreviven y acumulan, por un lado, por los privilegios y la tutela que el Estado les brinda y, por el otro, con la expulsión de grandes contingentes de población rural para corregir, con los dólares que ingresan al país, las distorsiones que ellos mismos generan al no ser ellos capaces de competir y el Estado de cumplir sus fines y objetivos.
El problema no es que haya ganado en Estados Unidos el candidato señalado de racista y machista y que esto ofenda a las élites guatemaltecas, pues estas, a su vez, son racistas en el ámbito interno de Guatemala. Basta ver el trato que se les da a los vendedores informales en los dominios del Trump capitalino y el discurso trumpiano ofensivo que se genera en medios de comunicación: «[… los derechos humanos] protegen a las turbas destructoras con justificaciones bizantinas de “diálogo y negociación”, como si la violación de las leyes y los derechos de los demás ciudadanos no existiera». Y en las redes sociales: «Revoltosos, regresen a sus comunidades», mientras los que así se expresan despotrican ante el discurso racista que se hace contra los migrantes latinoamericanos de parte del electo presidente de Estados Unidos. Esta doble moral marca el nivel de colonización que aún padecemos y que nos impide crear nuestros propios sueños. Tenemos que vivir la pesadilla que nos imponen desde dentro y fuera.
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[1] El País, suplemento de elPeriódico. Guatemala, 23 de octubre de 2016.
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