Un terreno yermo, solo polvo y un chamizo de hojas de palma color gris. Una mujer de caderas poderosas y en torno a ellas una soga. La mujer camina descalza, con esfuerzo. Mas allá en la cuerda un niño, también descalzo, también tirando, y al final una polea. Una soga en descenso perfecto a un pozo que no se ve. Las Brisas, 1988.
Un hombre sin dientes y lleno de barro apoyado en una pala. Detrás de la pala, una pala más pequeña y una niña vestida de rosa. Ladrillos de adobe por todas partes. Quilali, 1986.
Una mujer recogiendo algodón. Un señor secando café. Una niña espolvoreando fertilizante entre los surcos de un campo de labranza. Un bebé vestido de angelito para la procesión de Pascua. Mujeres llorando. Mujeres en un concurso de belleza. Un niño jugando con su abuelo en una bonita piscina azul. Un niño sin camisa y sin zapatos haciendo el pino en la calle. Un abuelo sentado en la puerta de una casa azul, con un periódico en las manos y un niño desnudo al lado. Villa del Carmen, Matagalpa, Granada, Managua…
Un niño vestido de verde con un fusil entre las manos. Campamento de la Contra en Honduras, 1986.
Un montón de hombres armados vestidos de verde. Caminando en fila por caminos marrones o frondosas quebradas verdes. Cruzando ríos. Posando con el fusil sobre los hombros. Descargando del lomo de las mulas los cuerpos grises, torcidos y semidesnudos de otros hombres vestidos de verde. Saliendo de un helicóptero. Oliendo una flor blanca. Cargando con el tronco de un árbol del que pende una hamaca y de ella un hombre herido. Esperando la leche que ordeña una mujer. Un hombre vestido de verde dentro de una caja de pino y su familia que posa junto a él. Santo Domingo, Jinotega, Abisinia, Mulukuku…
Un niño que, con el torso desnudo, se abraza como si tuviera frío mientras observa el cadáver de un hombre que, con la boca abierta y los brazos extendidos, yace sobre la tierra. Wiwili, 1986.
Un montón de niños mirando inquisitivamente tras unas tablas de madera. Rodeo Muy Muy, 1986.
Todas las imágenes son de William Frank Gentile.
Yo era muy joven y me sentaba en el rincón más oscuro del salón de la casa de mis padres con el libro de fotografías sobre las piernas. Y pasaba una imagen tras otra, una y otra vez. Un día me di cuenta de que aquellas tablas de madera no eran más que el ruedo de una plaza de toros. Y que aquellos niños asistían a un rodeo y que el pueblo entonces no se llamaba Rodeo Muy Muy sino solo Muy Muy.
1986, 1987, 1988… 2013.
Por las calles de Muy Muy se ven pintas de la Fuerza Democrática Nicaragüense (FDN), que fue una organización de la Contra, algo que no se ve en muchas otras partes de Nicaragua.
Esta mañana, antes de salir de Muy Muy, mientras desayunábamos en la puerta de una pulpería, Agustín Úbeda vino a sentarse con nosotros. Agustín dijo que era de San Rafael del Norte, en Jinotega, y que aunque era de una buena familia, había salido con cara de indio. Agustín Úbeda es el primer nicaragüense triste que conozco, pero su tristeza es una tristeza común de esas que huelen a alcohol. Al menos eso es lo que parece en un principio.
Agustín habló de que en la revolución fue duro y que los gringos los miraban como a perros. También nos contó que él era primo hermano de Carlos Fonseca, a quien confundió con Tomás Borge, y que su mujer era la madrina de la hija de Daniel. Después de demostrarnos que era un tipo de confianza, nos preguntó acerca de “nuestra misión”. Para Agustín Úbeda era evidente que Daniel Ortega nos había enviado allí a “ver algo”. No había respuesta para su pregunta, pero él seguía queriendo saber y empezó a preguntarse, en verdad a preguntarnos, si nosotros pensábamos que los de su raza eran perros que solo servían para trabajar. Luego nos pidió dinero para unos tragos.
A nuestro lado se paró un hombre montado en un caballo blanco. Por animar a Agustín le pregunté si sabía cómo se llamaba aquel animal y él me contestó que “Cara de Cuajada”. Luego sonrió, y me señaló un enorme cartel que anunciaba un desfile de caballos patrocinado por Wilfredo Navarro, un diputado local, mano derecha de Arnoldo Alemán. Solo la idea del desfile de caballos pareció animar a Agustín, y pensé entonces que aquel pueblo definitivamente debería llamarse Rodeo Muy Muy.
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