No pocos por ignorancia, perversidad o porque son simples muñecos de ventrílocuo han querido decolorar esos logros. Han llamado a la gesta aquella, «un simple cuartelazo, revolución de la burguesía, estallido social urbano, logros de unos pocos y la entronización del comunismo en Guatemala».
Pero ni antes ni después se tuvo a la mano un gobierno democrático como el de Juan José Arévalo Bermejo cuyos legados fueron jurídicos e institucionales. Estos pesan tanto en calidad como en cantidad y vale la pena revisarlos a continuación.
«Los legados jurídicos fueron: Constitución Política de la República de Guatemala de 1945; el Decreto 295, Ley Orgánica del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social; y el Decreto 330, Código de Trabajo»[1].
«Los legados institucionales son atinentes a: Instituto Guatemalteco de Seguridad Social con todo y su infraestructura, la Confederación Deportiva Autónoma de Guatemala, con toda su infraestructura, y las Escuelas Tipo Federación cuyas infraestructuras aún se encuentran en varias regiones del país»[2].
Y como nunca, se le otorgó a la Tricentenaria Universidad de San Carlos de Guatemala la autonomía tan necesaria para que se mantuviera oxigenada la academia. En aquellos años la USAC era la única existente.
A casi ocho décadas de la revolución de octubre, estos logros se hallan bajo fuego. La élite depredadora y sus adláteres (los que se satisfacen con una foto a la par o una palmadita en el hombro) han hecho todo lo posible por defenestrarlos. Las últimas embestidas han sido en contra de la Universidad de San Carlos de Guatemala con la espuria elección de Walter Mazariegos como rector, la suspensión del Comité Olímpico de Guatemala que afecta a nuestro deporte federado y los intentos de privatización en contra del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social que se vienen promoviendo desde el desgobierno de Otto Pérez Molina. A este último (al IGSS), el Estado de Guatemala le adeuda miles de millones de quetzales y todo apunta a un planificado desgaste para privatizarlo en un futuro cercano.
¿Por qué entonces muchas personas que son favorecidas por estas instituciones despotrican en contra de la Revolución de Octubre y son comparsas en los intentos de su destrucción? La razón es una: la crasa ignorancia histórica devenida del trastocamiento que se hizo de los planes y programas en la educación formal para crear masas no pensantes o busca respuestas en cualquier gritón de parque se ha hecho presente. Nos han convertido en individuos ahistóricos. Si quiere una prueba estimado lector, aborde al primer diputado del Congreso que encuentre frente a frente y pídale que le explique la diferencia entre país, estado, nación y república. Me quito el nombre si se lo aclara de forma precisa y concisa en cinco minutos de diálogo.
Una pregunta que puede generarse después de la lectura de los textos anteriores es: ¿existe entonces alguna esperanza para nuestro país?
La respuesta es un sí absoluto. Las tiranías nos han enseñado que ellas mismas se autodestruyen. Nosotros, como guatemaltecos, tenemos dos casos como ejemplos irrefutables: La primera corresponde a la autocracia de Manuel Estrada Cabrera. Duró veintidós años y su final no fue pacífico. La segunda incumbe al lapso despótico de Jorge Ubico Castañeda. Duró catorce años y su final tampoco fue de lo mejor. En ambos casos ha habido pseudohistoriadores que han tratado de romantizar esos cruentos finales. Aún se cuenta de cómo Jorge Ubico Castañeda, al firmar su renuncia, salió del palacio a pie acompañado por uno de sus perros (me refiero a un can genuino), y de cómo caminó hacia su casa donde vivió tranquilamente el resto de sus días. Pues, no fue así. Jorge Ubico Castañeda murió en el exilio, en Nueva Orleans, dos años después.
Así que, como tantas veces lo he dicho por este medio: «No hay mal que dure cien años ni enfermo que los aguante».
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
[1] Guerrero, Juan Gerardo. Entrevista. (20 octubre 2022).
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