Resulta que, como uno de los efectos de la pandemia me volví una asidua visitante de varias plataformas en Internet, sobre todo de Netflix. Con la programación ofrecida llegó el momento, revelador para mí, en que me pasó lo mismo que cuando, en el inicio de la adolescencia, me saturé de las novelas de Corín Tellado. Es decir, series, películas, entre otras, de origen americano y europeo no me ofrecieron casi nada revelador. Pese a que me resistí lo más que pude, finalmente llegué a las series y películas coreanas.
Ante lo inevitable del hecho, me dije, me enfoqué en buscar alguna serie histórica. Así llegué a Mr. Sunshine (2018), un relato que se desarrolla entre 1871 y los inicios del siglo XX, previos a la Primera Guerra Mundial entre la última dinastía de Joseon y la ocupación japonesa. Sobra decir que tanto la trama como los distintos elementos de la serie así como las actuaciones, vestuario y demás son del más alto nivel. Así me enteré, por primera vez, de un actor realmente extraordinario, Lee Byung Hun, quien, para mi gusto, es la contraparte en oriente de lo que en occidente es Brad Pitt (en cuanto a belleza masculina se refiere). A partir de lo visto en la serie me interesó indagar un poco en la historia de este país y en la trayectoria del actor. Por ejemplo, descubrí que los japoneses son (o al menos fueron, según ese programa) para los coreanos, lo que en su momento los nazis constituyeron para los pueblos invadidos. Con asombro también vi cómo en esta serie la tensión amorosa que viven los protagonistas se resuelve casi sin contacto físico a lo largo de los 24 capítulos, hecho que, para los parámetros actuales, me pareció asombroso.
Por otro lado, al indagar sobre la trayectoria de Lee Byung Hun descubrí que, según dicen en algunas fuentes en la red, fue el actor mejor pagado del mundo el año pasado, unos 75 millones de dólares (?), lo que indica, entre otras cuestiones, el rango económico en que se mueven estos artistas. Asimismo, busqué otras películas y series en las que él ha participado y fue así como llegué a El juego del calamar, en donde tiene unas pocas apariciones hacia el final y, sobre todo a la serie Iris, en donde lo descubro como un agente secreto tipo James Bond, sin nada que envidiar a las series ni personajes de esta clase en Occidente.
Indagué un poco y me percaté de que este fenómeno en nuestro país es producto de la globalización, la pandemia y Netflix, y no es nada más ni nada menos que lo que se denomina como la ola coreana o Hallyu, un neologismo que se usó por primera vez en China a finales del siglo pasado para expresar la admiración que causó esta expansión cultural a través de estas series de televisión, películas y música. Curioso, porque mientras las caravanas de personas en Guatemala siguen dirigiéndose hacia el Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida, a nivel cultural lo que está imponiéndose es una manera de vestir, de actuar (manteniendo y fortaleciendo valores tradicionales, que a veces no corresponden a nuestra idiosincrasia), de ver los distintos aspectos de la vida, como lo hacen estos personajes coreanos.
Por mi lado, llegué tarde a este conocimiento. Veo, no obstante, cómo la presencia cultural de Corea del Sur en nuestro país ha logrado en pocos años más influencia que el resto de países orientales juntos. Datos para reflexionar, porque en esta época las presencias culturales extranjeras no están a la puerta sino hace tiempo que entraron y se instalaron para no irse.
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