Considero que, si la gente identifica los hechos que inciden en su entorno, dispone de un sistema jurídico para ordenarlos y goza de salud para afrontarlos, tiene posibilidades de ser sujeto, no objeto social.
Al periodismo le corresponde contar qué ocurre. A lo largo de la historia le ha tocado adaptarse a las circunstancias y a las innovaciones para producir información, opinión y entretención.
El primer ámbito implica anunciar algo que la mayoría desconoce. El segundo, divulgar o abrir espacio para un juicio o una apreciación de alguien. El tercero, ofrecer los dos anteriores, pero sin los rasgos de formalidad que exigen el primero y el segundo.
La humanidad siempre ha estado informada y ha podido expresarse, aunque no siempre con las condiciones idóneas. Merced al perfeccionamiento de la imprenta, el periodismo dio un salto cualitativo y cuantitativo.
Para unos, el periodismo es un oficio. Para otros, una profesión. No pocos creen que se trata de soplar y hacer botellas, pero su aprendizaje pasa por las aulas universitarias, y esto desde hace por lo menos un siglo, cuando lo que venía siendo vocación se mejoró con la teoría que fortaleció y orientó la práctica.
Su transitar lo ha llevado a superar retos y a reinventarse, como lo demuestra la aparición de la radio y de la televisión, que en su momento amenazaron con hacer desaparecer a la prensa escrita. Hoy se yergue otra coyuntura: la irrupción de las redes sociales y su desquiciante influencia.
Vale apuntar que algunas posturas idealistas le otorgaron al periodismo dos características que por años fueron dogma: objetividad, equivalente a la realidad, e independencia o autonomía. La verdadera realidad es que ambas han sido, son y serán relativas, pues detrás de un medio periodístico siempre prevalece un interés político o comercial.
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Y es que el periodismo tiene diversos ángulos porque informar es una necesidad y, como una arista de la comunicación, es un recurso para llegar a las audiencias. En ese marco, cualquier entidad, grupo, gremio u organización puede ejercerlo, pero son los medios masivos su razón de ser.
Dicha atribución ha motivado que los medios periodísticos conozcan la técnica y definan sus parámetros éticos, cuando los tienen, para brindar un servicio que incluye leer, escuchar y ver las posiciones del espectro social a través de la opinión periodística, que no siempre es formulada por periodistas.
El empuje de las redes sociales ha causado que los medios hayan perdido la llave que abría (y cerraba) la puerta para distribuir información y opinión, pues hoy cada quien informa y opina. De igual manera se cuestionan la objetividad y la independencia periodísticas cuando debe entenderse que las dos son mitos y que cada periodista y medio decide el nivel de su compromiso social.
Frente a ese panorama, es oportuno que los medios periodísticos no caigan en las redes del desconcierto. Históricamente han cumplido un papel y se han sobrepuesto a los desafíos. Si bien las costumbres sociales han cambiado y las emociones inundan el mundo virtual, cada medio debe pensar en su credibilidad, esa etiqueta que otorga valor social.
Mal hacen los medios al dejarse seducir por la moda de la inmediatez cuando deberían atender la frase de Coco Chanel: «Moda es lo que pasa de moda, mientras que el estilo permanece». Y en ese sentido, el estilo periodístico, del buen periodismo, conlleva códigos que explican al público su filosofía y sus pautas de actuación.
En nuestro país hemos vivido pasajes significativos, por ejemplo cuando la revista Crónica trajo el periodismo de profundidad en la segunda mitad de los años 80 o cuando Siglo Veintiuno y El Periódico estimularon la investigación en los 90, además de Plaza Pública, que fomenta el análisis y la interpretación gracias a una variedad de plumas. En ese contexto debe entenderse que los medios están ligados a sectores de poder. El punto es que una sociedad camina mejor cuando su referente informativo es la prensa. Por supuesto, también es obligación ciudadana saber qué representa esa variopinta oferta mediática.
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