Nos unimos para decir que no

Lo que venimos escuchando estas semanas es un NO de coyuntura, un NO de corto plazo, como expresión legítima que tiene implicaciones para el futuro de esta geografía que algunas personas perciben como República y que otras, me incluyo, percibimos como un proyecto criollo, racista, patriarcal y nefastamente neoliberal. 

Hay quienes perciben el momento como la oportunidad para rescatar las instituciones, la democracia, la patria, la república o cualquier otra manifestación liberal. Respeto esa mirada y el derecho de quienes la comparten pero creo que los problemas y las soluciones para este país demandan un nuevo concepto de Estado y una refundación que reconozco como algo muy lejano. 

¿Qué sentido tiene entonces unirnos para rescatar un proyecto opresor? Creo que las razones que mejor nos acercan al momento histórico son el pragmatismo y la estrategia. Primero, porque ningún cambio social se puede operar en el vacío y al margen de una correlación de fuerzas que, en este momento, es desfavorable para el progresismo o para cualquier proyecto radical. Segundo, porque el primer enemigo a vencer es el neoliberalismo y en esa mirada estratégica es mejor lidiar con una socialdemocracia que con el fascismo. 

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Laclau y Mouffe lo dijeron claramente: “Todos participamos en numerosos sistemas de creencias que son contradictorios entre sí, y, sin embargo, ningún antagonismo surge de estas contradicciones. La contradicción no implica pues, necesariamente, una relación antagónica”. Así, los antagonismos seguirán existiendo, pero podemos trascender las contradicciones con la mirada puesta en un objetivo que se resume en: contribuir a crear un espacio social en el cual podamos construir un proyecto contrahegemónico y transformador. 

En suma, la articulación en contra del proceso de regresión autoritaria mejor conocido como “pacto de corruptos” es necesaria, tal vez indispensable para que existan espacios de lucha que de otra forma pueden ser anulados durante años o décadas. La unidad efímera con sectores que reconocemos como adversarios o enemigos se justifica no por un ideal esencialista y criollo de patria azul y blanco, sino por la necesidad de coexistir ante una amenaza mayor, fascista y violenta.  

Semilla es una buena señal. Estoy convencido de que hay mujeres y hombres excepcionales en ese proyecto que nos abrió una brecha de luz y que debe motivarnos para estar junto a quienes sueñan con una patria menos injusta. Así también, apoyar a Semilla en la calle y en las urnas no será el final de esta coyuntura especial. De llegar a la Presidencia, nos esperan cuatro años de retos, luchas y de ilusiones, y eso es fantástico porque la otra ruta es más fundamentalismo, ignorancia, violencia y regresión.  

Me cuento entre quienes creíamos que en estas fechas íbamos a estar soportando la propaganda de lo mismo que hemos tenido desde Jimmy Morales. En cambio, Bernardo Arévalo, Karin Herrera, Samuel Pérez y otras personas nos demostraron que en una coyuntura complicadísima podemos soñar con estar mejor. No tenemos que estar totalmente de acuerdo con Semilla y su proyecto político, pero son la opción digna para este momento histórico.