Quiero pensar que junto a Carlos Pacay vivimos una Pascua, aunque los momentos sucesivos del duelo nos están golpeando.
La primera etapa la comenzamos a vivir médicos y sociedad altaverapacense el lunes 9 de junio del presente año cuando nos enteramos que el doctor Carlos Pacay, especialista en Medicina Interna y Neurología, había desaparecido horas antes. Así, como tantas y tantos guatemaltecos. Mutis en una tragedia no precisamente griega.
—Desapareció y nada se sabe de él —dijeron algunos.
Y la negación saltó en nuestro consciente.
—¿Cómo va a desaparecer el único neurólogo de la región? ¡Eso es imposible!
—¿Un neurólogo q’eqchi’ dedicado a servir a su pueblo? ¡No puede desaparecer así por así!
Negaciones fatuas. Necias para un país como el nuestro. Sortilegio de hombre masa, mujer masa, busca respuestas.
Y esas respuestas, ilusorias como las que más, comenzaron a hacer presencia acompañadas de los latidos de un corazón acongojado.
—Tal vez está de viaje —terció alguien.
—Quizá está enfermo —arguyó otro.
Ninguna de ellas. Carlos Enrique Pacay no estaba de viaje ni enfermo.
La desaparición de Carlos sucedió en un caótico entorno. Momentos álgidos para la sociedad verapacense: Más de 14 violaciones de jovencitas en un corto lapso, el secuestro de un empresario y su hija —estudiante de Derecho—, asesinatos a diestra y siniestra, asaltos a mansalva en plena luz del día y la cantaleta del gobierno de que en muchos municipios la violencia se ha reducido a cero. Igual que el hambre.
La ira hizo presencia entre el miércoles 12 y el jueves 13 recién pasados. Muchas reflexiones se convirtieron fácilmente en cólera: «¿Sabrán los imbéciles que se lo llevaron cuánto tiempo y esfuerzo se necesita para la formación de un neurólogo?; ¿sabrán los amos de la cultura de la muerte que para certificar a alguien como neurólogo, ese alguien tiene que estudiar un mínimo de 14 años sin detenerse un solo día?; ¿sabrán que en el interior de Guatemala, excepción hecha de Quetzaltenango, no hay neurólogos porque son muy escasos?»
Y esa rabia fue acendrada por las circunstancias: La angustia de la familia de Carlos Enrique; el desconcierto de nosotros, sus colegas; la desolación de sus alumnos/as; el pesimismo de sus pacientes y la cara dura de nuestras autoridades garantizando: Hambre cero, violencia cero. ¿Cuándo? ¿Dónde? ¡Vaya usted a saber!
Le negociación como etapa inició el viernes 14. Peticiones entremezcladas con una marcha de protesta. Corta etapa ésta producto de la suma de las anteriores más la realidad cruel y despiadada del hoy sin esperanza.
La etapa de depresión llegó simultáneamente: Un cadáver encontrado en la ruta a Chisec tenía algunas características de Carlos Enrique. No se podía reconocer porque su rostro estaba destrozado. Según uno de mis colegas, la ropa que vestía era similar a la usada por Carlos y el peritaje de las huellas dactilares ofrecía alto grado de certeza. Sin embargo, la negación embargó otra vez a todos/as. Simplemente, no podía ser. Era necesario buscar más certidumbre.
Estos momentos de duelo no se dan aislados ni puros. A veces se regresa desde la depresión a la negación, o se salta de la negociación a la quinta etapa que es la esperanza. Esa etapa que da fortaleza y busca sentido de lo sucedido. La esperanza entonces pivotaba en más peritajes. Y de nuevo, los pensamientos reflexivos y ansiosos azotaron nuestra mente: «Quizá no sea él y si lo es, la angustia de la espera habrá terminado. En caso no sea, habrá otro cúmulo de posibilidades».
Y esa incertidumbre cesó horas después. Los expertajes forenses determinaron que el cadáver correspondía al doctor Carlos Enrique Pacay Ramos, Internista y Neurólogo.
Hoy estamos seguros: El médico de a pie, el de transporte público, el no ostentoso, el de más grado académico entre nosotros (los que ejercemos en Verapaz) ha dejado este plano de vida. Intuyo que está en una pascua, en su Pascua y trato de encontrarle un sentido pleno como la del Resucitado. ¿Granarán sus frutos? ¿Florecerán sus semillas? Yo creo que sí. Ésa es nuestra esperanza. Y la de él, la vida eterna.
En el entretanto, un tuit del ministro Alejandro Sinibaldi minimizó el asesinato de ocho policías en Salcajá. El mensaje reza: “Lo sucedido a los agentes de PNC es lamentable, pero no podemos olvidar que es un día importante para nuestra selección, son dos temas distintos”.
Sólo nos queda implorar: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lucas, 23:34). Y yo agrego: Algunos, ni lo que dicen.
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