Ya saben, el libre mercado evita la escasez, promueve la abundancia. Por eso ahora hasta está de moda convertirlos en intelectuales. ¡Hay de sobra! Pululan por todas partes, repitiendo formulillas como loros, luciendo títulos universitarios. No es de extrañarse el verles con iniciativa (dicen por allí que un tonto con iniciativa hace un imbécil). Además de las tres cosas que aprendieron de economía política, expresan opiniones medievales. La pregunta es ¿quiénes y por qué los publican tanto?
De repente el sionismo susurra desde los medios. La superioridad racial judía ronda como el fantasma de la libertad de expresión. ¿Qué pasaría si alguien, compartiendo el sentido del humor de Lars von Trier, dijera que comprende a Hitler? De Cannes lo echaron. Uno piensa: claro, leyendo el sionismo racista de algunos fácilmente se podría caer en la tentación, ¿no? Como cuando el cineasta danés quiere hacer una denuncia de racismo genocida israelí en contra de los palestinos. ¿Pasa lo mismo con la misoginia?
Jacques Seidner publicaba lo siguiente hace una semana: “Si la mujer no agrediera a su hombre verbal e inoportunamente —aunque ella tenga técnica y emocionalmente toda la razón de estar disgustada en ese momento— habría sin duda menos mujeres aporreadas y se podrían evitar dramas como nos reportan día a día los medios de comunicación, no solo en nuestra región —que se supone ser de gente poco más o menos inculta y violenta—, sino también en países del supuesto súper mundo, tal como sucede en España y otros países del Sur europeo, por ejemplo”.
¿Cuál es la diferencia entre una y otra posiciones? Pues fácilmente se podría decir que Seidner defiende y justifica la violencia de los opresores que siguen asesinando a diario a miles de mujeres en el mundo y, especialmente, en Guatemala. Mientras que Trier polemiza recordándole a Israel cómo su población fue masivamente perseguida por una violencia muy similar a la que ellos aplican hoy a las poblaciones palestinas. Pero más que nada Trier es una persona que ataca esa facilidad con la que mediáticamente se polariza el esencialismo alemanes nazis-judíos víctimas. Difícilmente podamos sostener, por un lado, que Trier es un neonazi, mucho menos un racista. Yo comprendo que el papel del director es hacer crítica de la historia y la cultura dominantes. Por otro lado, es muy fácil hacer ver que Seidner es un misógino que acuerpa y defiende el sentido de la dominación masculina en la historia. Pero el problema no es ese; no son los enanos, sino el dueño del circo.
El día que fue publicada la columna de Seidner, varias decenas de personas expresaron su descontento y pidieron la cabeza del columnista. Su equivocación se encuentra en suponer que son auténticos los compromisos manifiestos en contra de la violencia, el racismo, el sexismo, del medio que publica al columnista. Hay chanchullo malintencionado, por otro lado, en las voces políticamente correctas (de hueso reaccionario) que abogan por la libertad de expresión.
Pareciera ser que ese, como la mayoría de medios masivos que circulan impresa y televisivamente, no tienen otro compromiso más que con el capital (con una fracción particular). La lucha contra la violencia no es más que una mascarada que esconde el verdadero rostro institucional de elPeriódico. Cuando los testaferros de la hipocresía libre expresionista argumentan, asumen que un medio no puede “callar” formas de pensamiento. Si lo hacen, seremos iguales al demonio de Chávez, dicen. ¿Eh? Qué pasa cuando se leen las “reglas” para los comentaristas, que entre otras dictan: Se prohíben mensajes que contengan contenido racista, sexista, o cualquiera que discrimine. ¿No censuran, de antemano, con esas reglas la expresión de los comentaristas? ¿Por qué no las aplican a sus columnistas como una medida equitativa? ¿O las ponen solo por una hipócrita corrección política?
Hay una manipulación ideológica en el argumento de la libertad de expresión. No es lo mismo que un presidente, un gobierno, censure medios de comunicación a que un medio de comunicación decida qué sí y qué no quiere publicar. Un medio de comunicación que se haya comprometido a luchar contra la violencia puede fácilmente decirle a uno de sus columnistas: “Chato, nuestra política institucional entra en conflicto con tu discurso; sin embargo, en Guatemala podés publicar dónde te dé la gana. Así que dale, buscá otro sitio en el que piensen que la misoginia se justifica que allí nadie te dirá nada y con gusto te publicarán”. Según tengo entendido, hay algo que se llama teoría de la ponderación judicial. El medio de comunicación es libre de asumir la lucha contra la misoginia; de poner en la balanza, sobre la protección de uno de sus columnistas, el impacto que para las mujeres tiene publicar una columna como esa y privilegiar derecho a la vida libre de violencia en un país femicida (esto incluso lo puede sopesar un Estado sin amenazar la libertad de expresión ya que los derechos se encuentran en una colisión clara con los compromisos ideológicos de la constitución). El medio de comunicación es libre para evitar promover la violencia contra las mujeres.
Cuando el medio no hace eso, lo que demuestra es hipocresía disfrazada de defensa de la libertad de expresión. Ya dijimos, una cosa es que un gobierno prohíba (censure irracionalmente la libre expresión) y otra es una política institucional incoherente. Si elPeriódico avala este tipo de expresiones, ¿será porque sus intereses institucionales están anclados en otro sitio (el capital, como dije antes) y no en la lucha por erradicar la violencia (específicamente contra las mujeres)? ¿Será porque padecen miopía ante la violencia que confunden el conflicto de derechos?
El asunto es que los medios se autocensuran todos los días. Esa es regla y no excepción. Son empresas (incluso aunque reciban financiamientos de la cooperación internacional). El fin de una empresa es producir ganancia, generar riqueza monetaria, no informar o luchar contra la violencia. Difícilmente publicarán algo que atente contra los intereses del sector privado. Prácticamente nunca dicen que eso sea un obstáculo para la libertad de expresión. Al contrario, lo defienden como su derecho. Nunca dicen nada de la imposibilidad de acceder a información que no esté mediada por intereses empresariales. Nunca dicen nada de la falta de democracia en la producción de la información desde perspectivas subalternas. Nunca dicen nada de cómo la iniciativa privada monopoliza la prensa. ¿Y el resto de la sociedad civil?
Mi recomendación es que los lectores indignados terminen sus suscripciones con ese medio. Los columnistas y periodistas que ya no soporten que lo abandonen. Pueden hacer otros espacios más honestos. La tecnología lo permite. La menor circulación será el precio a pagar por una mejor comunicación. En elPeriódico trabajan varias personas que admiro por su integridad. No se puede generalizar. Comprendo el compromiso que implica acceder al privilegio de un espacio público. Pero también hay que poner un alto y hacer evidente la naturaleza profundamente reaccionaria que guía esa institución mediática llamada prensa guatemalteca. Hay que dejar de hacerles el juego a esos hipócritas que se dan baños de corrección política libre-expresionista a conveniencia; hay que dejar aislados a los defensores de la violencia.
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