Las múltiples visitas de las juntas directivas a la capital, a su costa, para rogarle a la institución se acompañaban de aves de corral, de regalos artesanales, de mordidas, de temor, de desconocimiento de la santa burocracia estatal ladina y de sometimiento para lograr un proyecto de energía eléctrica. Se quitaban el alimento de la boca para pagar ese tributo colonial.
Pasaban años y muchas veces generaciones para que se lograra ese servicio público que a los grandes empresarios y a los habitantes urbanos se les proveía sin que mediara ese tipo de rogativa para ser atendidos. El ente estatal de la energía, cuando aprobaba un proyecto, calculaba todos los costos implicados. Sin embargo, a la hora de la ejecución, condicionaba a la comunidad a poner mano de obra para abrir agujeros para los postes y proveer algunos materiales eléctricos, alimentación y honores para los trabajadores estatales, todo ello pagado por el pueblo, aparte de los gastos de la fiesta que se les tenía que dar a las autoridades por su benevolencia, con una inauguración con plaqueta, fiesta y comida pagadas por la comunidad.
Llegó el fatal año de 1995, con el no menos fatal Álvaro Arzú y toda su camarilla de riquillos y clasemedieros arribistas y racistas incrustados a su alrededor, que privatizaron los servicios del INDE a precios irrisorios. Porque, al final de cuentas, estos politiqueros no vendieron los bienes del Estado. ¡Los compraron a precios bajos! De repente, sin consultar a los afectados, los bienes invertidos en el proyecto comunitario pasaron a los activos de las empresas que compraron el INDE a precios de ganga sin que la inversión se les retribuyera a las comunidades. Hoy las altas tarifas, el mal servicio, la falta de desarrollo energético rural, las hidroeléctricas, Chixoy, Trecsa, la criminalización de la lucha social, el aumento de la pobreza y el drama de muerte y corrupción demuestran que la privatización fue efectiva y rentable para las clases dominantes, pero no para el pueblo.
«Ya somos un centro energético de primera magnitud, pero queremos más. Queremos ser un centro moderno de infraestructura, un destino turístico de primer orden, un centro logístico y una plataforma exportadora»[1], dijo Felipe Bosch en el pasado Enade, lo cual refleja la ambición desmedida de los dueños del capital y del Estado. No habló de caminos rurales como los evidenciados en los medios a raíz de las fuertes lluvias: alfombras de lodo, hoyos, piedras y miseria, en nada parecidos a la alfombra roja que pusieron para subir al trono de la Corte Suprema de Justicia al recién elegido presidente de dicho organismo. No habló de que la energía producida es para venderla a los países vecinos, no para los marginados rurales. No habló de que el turismo que promueven a través de hoteles cinco estrellas y de un Inguat fracasado descansa en la exhibición de la típica pobreza rural en que han mantenido a sus habitantes o de lagos contaminados por su actividad industrial.
Siempre se han enriquecido con la obra pública, desde que existe este Estado colonial. También han corrompido al Estado y utilizado a las clases medias urbanas para sus aviesos fines. Esa clase media que es la perseguida cuando actúa moralmente criticando la corrupción, siempre que la persecución no sea a su clase social porque el país corre el riesgo de fracasar económicamente. Han hecho del Estado el instrumento para concentrar la riqueza nacional y a través de ellos distribuirla sesgadamente a sus proyectos y visiones: ciudades intermedias, polos de desarrollo, autopistas, aeropuertos, puertos y centros logísticos, pero nada de caminos rurales, veredas, caminamientos, mercados locales, producción local, etc. Porque al final de cuentas los excluidos deben subirse al tren del desarrollo que ellos proponen (me imagino que igual al tren llamado la Bestia, al que los migrantes se suben para atravesar México).
No deberíamos dejar que sigan aprovechándose de los recursos nacionales. Aunque sea en pequeño, que se impulsen proyectos dignos en las comunidades para aflojar el cepo del colonialismo que por 500 años ha mantenido en agonía a la mayoría de la población. Más adelante, sus megaproyectos, siempre y cuando el desarrollo interno, propio, plural, incluyente y justo sea una realidad.
[1] Prensa Libre, 13 de octubre de 2017. Página 6.
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