Los procesos electorales están produciendo muy frecuentemente resultados sorprendentes, por no decir decepcionantes: como dijo en una entrevista de Felipe González con Marcelo Longobardi en CNN, las personas frecuentemente confunden la democracia con el buen gobierno, y los resultados recientes en varias partes del mundo demuestran que esto es una verdad evidente. El arraigo electoral que demostró Jahir Bolsonaro luego de un decepcionante gobierno, en donde obtuvo más votos de los que se esperaba, o la victoria por primera vez desde la segunda guerra mundial de una figura ultraderechista como Georgia Meloni en Italia, o el decepcionante gobierno que se alzó luego de la victoria de Pedro Castillo en el Perú, son algunos de los ejemplos de que la democracia frecuentemente arriba a auténticos callejones sin salida, debido a que las opciones finalmente terminan siendo decepcionantes.
Lo vivimos de cerca en Guatemala cuando en 2,019 se enfrentaron Sandra Torres y Alejandro Giammattei, dos opciones que no despertaban muchas esperanzas de cambio en los electores. Finalmente, se impuso el que fue percibido como una amenaza menor, aunque en sus casi tres años de gobierno, su popularidad sigue en picada: en varias ocasiones, Giammattei ha sido calificado como uno de los presidentes con menos legitimidad de la región, lo cual ya de por si es una dudosa distinción. La decepción, sin embargo, no acaba aquí: Giammattei y Torres ahora son aliados en el Congreso, y se espera que probablemente seguirán aliados en temas clave como la elección de la Corte Suprema de Justicia, demostrando lo que ya hace rato se sospechaba, que Torres negoció el apoyo que necesitaba Giammattei, para ganar autonomía y protección en el seguimiento del caso judicial que tiene abierto por financiamiento electoral, así como en el proceso de cancelación abierto contra su partido, la Unidad Nacional de la Esperanza. Esta alianza de los otrora enemigos demuestra que en la política, las enemistades son más aparentes que reales: en la práctica, los sectores políticos negocian frecuentemente treguas y alianzas que muy frecuentemente traicionan los intereses de los electores.
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La sensación de falta de opciones reales, por lo tanto, es una tendencia cada vez más sentida, ya que en la práctica, los partidos políticos parecen estar más preocupados por mantener sus intereses, que por solucionar los problemas y expectativas de la ciudadanía: las elecciones de medio período en Estados Unidos parecen demostrar esta trampa de la democracia, ya que los electores tuvieron que escoger entre un presidente que no despierta mucha confianza como Biden, y una opción francamente amenazante como la del expresidente Trump. Fue precisamente esta sensación de amenaza que produce el avance de la extrema derecha en Estados Unidos lo que movilizó a los votantes demócratas a cerrar filas para respaldar a un gobierno que no despierta mucho entusiasmo, lo que demuestra que en los procesos electorales frecuentemente no triunfa la mejor opción, sino aquella que se percibe como menos dañina.
Una tercera trampa de la democracia se ejemplifica perfectamente con lo que se podría llamar la dictadura perfecta: el respaldo mayoritario de gobiernos autoritarios, populistas y terriblemente violadores de derechos humanos, tal como ocurre en Nicaragua, Venezuela y El Salvador, lugares donde la base que mantiene a tales gobiernos es precisamente el respaldo mayoritario de los electores, aún siendo evidentes sus fallos, sus pretensiones mesiánicas y sus tendencias antidemocráticas. Cuando se visualizan este tipo de apoyo de mayorías inconscientes, acríticas y resistentes ante las luces de la razón, uno no puede menos que recordar el temor que a los griegos les producía la democracia, a la que consideraban una suerte de «tiranía de la mayoría», tal como, por ejemplo, afirmaba Platón: «La dictadura surge naturalmente de la democracia, y la forma más agravada de tiranía y esclavitud de la libertad más extrema». Indudablemente, producir un sentido crítico es aún la esperanza para rescatar estas mayorías silenciosas y acríticas que validan estas opciones despóticas y frecuentemente corruptas, pero esta tarea de educar al ciudadano parece imposible en la era de la posverdad, donde las personas le creen más a lo que ven en un video de TikTok que lo que puedan conocer mediante el estudio y la reflexión. Las fallas de la democracia, por lo tanto, le siguen dando la razón a Winston Churchill cuando dijo que era el sistema «menos malo». O en sus palabras: «la democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las demás».
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