Moisés Naím, analista venezolano del Carnegie Endowment for International Peace, cree que el anuncio de Shoigu “tiene más de teatro y de política interna que de geopolítica”. Sin embargo, la sola propuesta rusa indica que las relaciones que la Unión Soviética forjó con varios países de la región durante la guerra fría nunca se extinguieron del todo.
Shoigu dijo que los planes incluyen el uso de aeropuertos caribeños para el reabastecimiento de bombarderos estratégicos y maniobras navales conjuntas con la Armada rusa. En 2008, durante una de sus muchas visitas a Moscú, Hugo Chávez dijo que si la fuerzas armadas rusas querían estar en Venezuela, serían recibidas “calurosamente”.
Las exportaciones de armas rusas a la región durante los últimos 12 años sumaron 14.500 millones de dólares. El 76% tuvieron como destino a Venezuela, según la exportadora estatal rusa de armas, Rosoboronexport.
En una comparecencia parlamentaria ante la Duma en mayo de 2013, el director de Rosoboronexport, Anatoli Isaikin, dijo que el volumen de los contratos con Venezuela eran producto de una “alianza estratégica” y que Rusia, además de ser su principal proveedor de armas, estaba construyendo en Venezuela dos plantas para fabricar fusiles de asalto Kalashnikov.
Rusia ha suministrado a Venezuela, además de 100.000 Kalashnikov, 47 helicópteros artillados MI-24, 25 cazas SU-MK2, carros de combate T-72B1, lanzaderas de cohetes Smerch y Grad, sistemas de defensa antiaérea S-300 y camiones de transporte. En su informe anual de 2013, el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) señaló que Venezuela es hoy el mayor importador de armas de América Latina y el 15º en el ránking mundial.
Un fraude ideológico
Hugo Chávez conoció a Putin en mayo 2001 y desde entonces sus relaciones se fueron haciendo cada vez más estrechas. Su admiración personal y política fue siempre mutua. Chávez vio en Putin un vozhd (líder) ruso casi arquetípico, casi una imagen refleja de él mismo.
Coincidiendo con el primer aniversario de la muerte de Chávez, Putin envió una carta a Nicolás Maduro en la que elogió “la energía inagotable y encanto personal del extraordinario líder venezolano y gran amigo que hizo posible cimentar la alianza estratégica ruso-venezolana”.
Casi contemporáneos –Chávez nació en 1954 y Putin en 1952– y de orígenes familiares igualmente humildes, ambos se beneficiaron en el poder del aumento astronómico de los precios del crudo en la década pasada, lo que les brindó enormes recursos económicos para ganar apoyo político entre sectores sociales dependientes del Estado y forjar alianzas exteriores con países clientes: las repúblicas ex soviéticas en el caso ruso y el bloque del ALBA en el venezolano.
Chávez percibió de inmediato que la “democracia soberana” y el capitalismo de Estado de la Rusia de Putin podían servirle como modelo para su propio “socialismo del siglo XXI”. En la actual crisis de Ucrania, los medios oficiales cubanos y venezolanos se han alineado sin fisuras con las posiciones rusas, presentando a Putin como un líder antiimperialista.
Pero solo un fraude ideológico puede hacer pasar al mandatario ruso como un político de izquierdas. Durante la era soviética, no existían multimillonarios rusos. Según las listas de Forbes hoy son 111, solo por detrás de los que hay en EEUU (412) y China (115), 69 de los cuales viven en Moscú, un rasgo muy ilustrativo de la concentración del poder económico de la oligarquía enriquecida a la sombra del Kremlin.
Aunque el PIB ruso y su mercado bursátil son una cuarta parte de los de China, los multimillonarios rusos tienen en sus manos el doble de riqueza que sus contrapartes chinos. No es causal, por ello, que Rusia ocupe el puesto 133 en el índice de percepción de corrupción de Transparencia Internacional, no muy lejos de Venezuela (165).
Putin no tiene ningún proyecto ideológico. Si algo, la economía rusa es un ejemplo paradigmático de capitalismo mafioso en el que no queda asomo alguno de marxismo o socialismo. En Rusia, como en la Venezuela chavista, las fortunas aparecen y desaparecen por los caprichos de burócratas anónimos y la diferencia entre lo legal y lo delictivo es borrosa.
Los reciente juegos olímpicos de Sochi pusieron en evidencia la corrupción estructural del régimen. Nunca antes en ninguna olimpiada se habían concedido contratos de obras públicas de forma tan opaca y arbitraria, la mayor parte a compañías de oligarcas como los hermanos Arkady y Boris Rotenberg, amigos de infancia de Putin y que hoy poseen unas de las mayores fortunas de Rusia. Según una investigación de Bloomberg, sus compañías recibieron 21 contratos por valor de 7.000 millones de dólares, un 14% del total del coste total de los juegos, de 50.000 millones de dólares, los más caros de la historia.
La ley rusa que exige que las obras públicas se concedan a través de licitaciones abiertas recién entró en vigor en 2012, cuando ya se habían concedido todos los contratos relacionados con los juegos. Un 70% de las inversiones de las obras de Sochi fueron financiadas por el Vnesheconombank (VEB), un banco estatal de desarrollo cuyo consejo de supervisión está presidido por ley por el primer ministro ruso, que en el momento de la concesión de los contratos era Putin.
Putin ha desmantelado casi por completo la prensa independiente, el sistema electoral y la separación de los poderes del Estado y se ha deshecho de sus críticos y rivales enviándolos al exilio o a la cárcel –o haciéndolos asesinar–, como cuenta pormenorizadamente el periodista ruso-americano Masha Gessen en su libro “El hombre sin rostro”.
De modo similar, en Venezuela existen una Asamblea Nacional bolivariana, una Corte Suprema bolivariana, una autoridad electoral no menos bolivariana y así sucesivamente: organismos obsecuentes, concebidos para obedecer al poder, no para limitarlo o controlarlo. Algunos académicos llaman al modelo chavista una “autocracia competitiva con partido hegemónico”, una definición perfectamente aplicable a la Rusia de Putin.
La simbiosis entre ambos regímenes es casi perfecta. Chávez y Maduro han utilizado a sus “boligarcas” para comprar los últimos medios audiovisuales independientes. En el índice de Libertad de Prensa 2011-12, Venezuela ocupó el puesto 120 y Rusia el 142. Una de las presentadoras estrella de la cadena de televisión internacional rusa RT en español es Eva Golinger, una periodista neoyorquina residente en Caracas a la que Chávez llamó la “novia de la revolución”.
Rusia es, después de todo, un petroestado como Venezuela. Las cifras macroeconómicas de ambos países son muy similares. El petróleo y el gas representan el 75% de las exportaciones rusas, frente al 67% en 1980, y la mitad de los ingresos del gobierno federal. En Venezuela esas proporciones son muy parecidas, aunque algo mayores.
Desde 1999, la renta per capita rusa ha pasado de los 1.500 a 13.000 dólares anuales al tipo de cambio, debido a que el crecimiento medio entre 2003 y 2007 fue del 8% anual (en Venezuela fue del 10,4%), pero el 45% de todos los productos que consumen los rusos son importados (en el país caribeño el 75%). Si el precio del crudo cayera un 30% el crecimiento del PIB seguramente se reduciría al 0%.
El Estado ruso domina un 50% de la economía y es el mayor empleador (25% de la fuerza laboral). Si se cuentan las ayudas sociales, hasta el 40% de la población depende del Estado. Ese modelo ha permitido a Putin establecer un nuevo contrato social: pasividad política a cambio de estabilidad social.
Según el economista Nouriel Roubini, los petroestados son intrínsicamente corruptos: la conquista del poder político conduce a la captura del poder económico, en un proceso que se retroalimenta, generando en el proceso un sistema oligárquico. Pero Venezuela tiene una clara ventaja para salir de esa trampa: una tradición democrática que Rusia nunca tuvo.
* Publicado en Confidencial, 20 de marzo. http://www.confidencial.com.ni/articulo/16680/las-bases-militares-de-put...
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