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La élite encorbatada

“Hay mucha mujer trabajando en mandos medios y gerencia. No suben a los puestos directivos a pesar de sus capacidades”. Consuelo Beneitez
"A las mujeres se les preguntaba: ‘Cuál es el riesgo de invertir en ti’, y a los hombres: ‘Cuáles son las ganancias que tú anticipas que tengamos’”. Alejandra Colom
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La élite encorbatada

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Los grandes sillones de cuero que rodean las mesas de las juntas directivas empresariales son una quimera para muchas mujeres. A veces, muy de vez en cuando, una consigue sentarse en uno de ellos. La mayoría desiste en el intento. Este es el club de hombres de la élite empresarial.

En la fotografía, doce hombres. Encorbatados, entacuchados, entrenados para llegar al lugar que ocupan. Ninguna mujer. La siguiente imagen, idéntica. En la siguiente, una señora vestida de traje de dos piezas aparece sonriente en la esquina inferior izquierda. En la siguiente fotografía, desaparece. Vuelve a aparecer otra mujer cinco imágenes después. En el pie de foto se lee su cargo: “Gerente administrativa”, “directora suplente”, “secretaria de presidencia”. Rara vez, directora titular. Muy de vez en cuando, vicepresidenta. Nunca presidenta.

La dinámica se repite en las fotografías que llenan anuarios, memorias de labores y publicaciones conmemorativas de las asociaciones y cámaras empresariales. Las juntas directivas que las han dirigido históricamente apenas incluyen a mujeres entre los puestos de poder e influencia de cada gremio.

Son un club de Tobi. No hay un cartel que diga que no se admiten mujeres, como en el cómic de La pequeña Lulú, pero las trabas —directas e indirectas— a las que ellas se enfrentan para ocupar uno de los sillones de las salas de reuniones tienen el mismo espíritu discriminatorio.

Los encorbatados

Primero, los números. O el reto de conseguirlos. Las asociaciones y cámaras empresariales elegidas para realizar el análisis fueron las que integran el Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (Cacif). La Cámara Empresarial de Comercio y Servicios (Cecoms); del Agro; de la Industria; de Comercio; de la Construcción; de Finanzas; de Turismo; la Asociación de Azucareros; la Asociación Guatemalteca de Exportadores (Agexport); y la Federación de la Pequeña y Mediana Empresa. También se tomó en cuenta la Asociación Nacional del Café (Anacafé).

Simone Dalmasso

Obtener los datos históricos de cada una de las organizaciones es una quimera. Solo la Cámara de la Construcción tiene en su página web alguna versión antigua de la Revista Construcción en la que —buceando, con tiempo— aparecen los nombres de los miembros desde que la institución comenzó sus labores. En todo caso, el registro debe hacerse manual, ya que los datos no están abiertos.

Las respuestas que dieron las otras cámaras cuando se hizo la solicitud de información, van desde el silencio absoluto, al “no tenemos digitalizados los datos”, pasando por el clásico “manden un correo” que nunca se responden, o el “veremos qué podemos hacer” que nunca se hace. Algunas justificaciones para no compartir la información tienen un tinte que llega a parecer irónico. Se habla de una inundación que dejó sin registros a la Cámara de Comercio o de un trabajador del Cacif, el único que conocía los datos, que murió hace unos años, llevándose con él todo ese conocimiento.

A pesar de que la mayoría de organizaciones publicitan cada año el cambio de su junta directiva, parece que ninguna guarda un registro —o al menos no lo quiere compartir— de los integrantes de las mismas.

Para obtener esta información hay que desempolvar memorias de labores, rastrear línea a línea anuarios y publicaciones especiales o bucear en la hemeroteca para encontrar noticias referentes a los nombramientos. Algunas cámaras como la de la Industria negaron el acceso al histórico de memorias de labores, alegando que se trataba de información privada.

El Registro de las Personas Jurídicas del Ministerio de Gobernación guarda un inventario de presidentes y vicepresidente de algunas de las cámaras, que se solicitó por acceso a la Información Pública. En ocasiones, el catálogo va de la actualidad hasta inicios de los 80. En otras, apenas llega diez años atrás y no se tienen los datos de todos los períodos.  

Como si de un rompecabezas de cientos de piezas se tratara, Plaza Pública fue reuniendo nombres, cargos y años de gestión de los integrantes que dirigen los grupos de la élite empresarial. La conclusión es clara: la presencia de mujeres es mínima.

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En este enlace encontrará la base de datos completa con los nombres de los integrantes de las juntas directivas. 

El techo de cristal y el suelo pegajoso

¿Se trata de falta de interés de las mujeres de integrar las juntas directivas de las cámaras empresariales o hay alguna complicación implícita o explícita que les impide participar? La respuesta no es definitiva.

En los estudios de género y feminismos se habla del “techo de cristal”. Una barrera invisible sobre la que caminan hombres que ocupan los cargos directivos de la mayoría de empresas. Una barrera que a las mujeres se les impide traspasar.

Quienes investigan de cerca el tema, han empezado a identificar fisuras en este techo de cristal —por la entrada de mujeres en puestos de decisión—, y han introducido conceptos como “suelo pegajoso” —que tiene que ver con las dificultades de las mujeres en avanzar en su carrera profesional—.

Neus Bernabeu García, experta en desarrollo en género y asesora del Fondo de Población de las Naciones Unidas, lo tiene claro. “A mí me parece obvio —dice con mirada suspicaz—. Todos los informes muestran que las mujeres tienen todavía muchas dificultades para insertarse en igualdad de condiciones”. Todavía hay una brecha en los salarios, añade Bernabeu, que llega al 20% en personas con el mismo grado de educación. “Cuanto más elevas el puesto de dirección, más difícil es para las mujeres acceder”, dice. 

“Hay mujeres que quieren acceder y mujeres que no, como en todas partes”, continúa la experta. “Pero cuando hablas con mujeres directivas, aseguran que ha sido muy complicado. Ahora las mujeres llegan, pero a cuenta gotas y después de un proceso más complicado. No es que no puedas hacerlo, pero cuesta, y mucho, porque hay obstáculos permanentemente”.

Simone Dalmasso

En su despacho del departamento de antropología de la Universidad del Valle, Alejandra Colom, antropóloga, etnógrafa y catedrática del centro educativo, comparte la apreciación de las limitantes para las mujeres, pero insiste en la necesidad de profundizar más en el tema. “No creo que sea un techo explícitamente creado. Pero sí existe —expone—. Hay muchos factores que históricamente limitaban la participación de las mujeres”.

Para Colom, es interesante observar cómo esta práctica de discriminación se repite sobre todo en las empresas tradicionales, como la agroindustria. “Históricamente, la participación de mujeres del siglo XIX y del siglo XX en la administración de propiedades de fincas es nula. Siempre, como en prácticamente todo, no se esperaba que las mujeres participaran en la generación de riqueza, sino que más bien era un rol más tradicional de ser amas de casa y también un rol de participar en la caridad. En la salud, la educación, los huérfanos…”.

“En otros casos, —desarrolla su análisis— hay un rechazo desde un pragmatismo de las mujeres, en donde dicen: ‘No creo que sea aquí donde pueda tener más incidencia’. No es sólo un rechazo de parte de un modelo masculino dentro de las cámaras, sino también un escepticismo respecto a qué tan efectivo sea este mecanismo como forma de accionar como sector. Hay que preguntarse por qué hay tantas (mujeres) que no aspiran a eso dentro de familias con todo el privilegio para llegar a ocupar esos puestos. No hay nada que te lo impida más que, creo yo, una cultura bastante conservadora. Ahí tenemos que dar un paso atrás y entender las motivaciones de ellas”.

***

Consuelo Beneitez de Paiz es vicepresidenta de la junta directiva de Agexport. Asumió el cargo este año, después de haber sido directora de la asociación durante dos períodos. Antes, estuvo en la Asociación de Gerentes de Guatemala. Buscó ocupar estos puestos cuando se liberó un poco de la carga de trabajo en casa. Cuando sus hijos comenzaron a ser independientes “y ya no la voltean a ver a una”, ríe.

“Yo creo que el interés de las mujeres de entrar es más por el trabajo en el sector”, comienza. “No creo que las mujeres tengan como meta romper con los estereotipos. Cuando tú vas a una junta directiva, por abrir brecha no vas a ir. Vas a ir porque te interesa tu negocio, te interesa Guatemala y cambiar la realidad del país, mover las cámaras hacia una realidad más moderna... Por ejemplo, yo quiero llevar a los exportadores a otro nivel”, expone.

Dulce María Ralda fue directora suplente de la anterior junta directiva de Anacafé —la actual no cuenta con ninguna mujer—, y tiene un punto de vista similar al de Beneitez en cuanto a las motivaciones para entrar en los círculos altos de la élite empresarial. Ralda integró durante unos años la Asociación de Mujeres en Café, una organización dentro de Anacafé dedicada a mejorar la situación de las mujeres del sector. Después de un tiempo, vio que algo no cuadraba para ella: “Hacen un trabajo excelente, pero a mí me gusta influir en ambos, hombres, y mujeres”.

Ese “buscar influir” en el sector, en responder las necesidades de los caficultores, evitar bajadas repentinas de precios y buscar los mayores beneficios, fue lo que la llevó a un lugar en la junta directiva. La perspectiva de desigualdad de género, de la ausencia de compañeras en la mesa y de las posibles trabas para llegar a puestos altos son ideas que la empresaria evita. “A mí nunca me pusieron un pero. Jamás. Es más voluntad. No lo miran a uno como ‘es una mujer’. Aquí es más en qué podemos ayudar, colaborar. Es el amor al café, al campo, al trabajo. No se les puede obligar a las juntas directivas ni a las mujeres. Aquí está abierto a quien quiera participar”.

En este punto, sí existe una diferencia entre ambas empresarias. Beneitez ve un problema en la poca representación de mujeres en las cámaras, empezando por las propias empresas, que son el trampolín para subir a ligas mayores. “Hay mucha mujer trabajando en mandos medios y gerencia. No suben a los puestos directivos a pesar de sus capacidades. Hay empresas que no contratan a mujeres porque pueden quedar embarazadas. Conforme vayamos agarrando confianza, yo creo que es una pelea no solo que los hombres traten de subirlas, si no que las mujeres hagan su lucha”.

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La vicepresidenta de Agexport refrenda el argumento de Colom al exponer que la situación se arrastra desde hace décadas. “En nuestra generación es complicado. Todavía vivimos una época en la que la mujer tenía que cuidar a los niños. En muchas juntas directivas de las cámaras hay condicionantes para subir, como que seas dueña o tengas acciones de las empresas a las que representas. Eso en nuestra época no se estilaba, porque las mujeres normalmente se casaban y se dedicaban a cuidar a los niños”.

Aunque en muchas de las grandes empresas una condición para subir es ser dueño o accionista, en el caso de los hombres no siempre es así. Muchos de ellos pueden acceder a las gerencias sin ser propietarios.

“Yo ni pensar en mi época de poder participar en ningún lado porque tengo tres hijos —admite.—. En la mañana los sacaba al colegio y en la tarde los ayudaba a hacer deberes. A veces hay juntas a las cinco de la tarde. Es complicado que una mujer con hijos pueda comprometerse a eso. Para las mujeres, el desprendimiento con los niños es bien complicado. A muchas de las patojas que tienen ahorita 30 o 40 les costó mucho dejar a sus hijos para irse a trabajar. Porque aparte te refuerzan mucho que no es bueno que los niños se queden solos, que estás abandonando a los niños... esa parte cultural es muy dura”.

Dulce Ralda admite que el tiempo es un factor importante. “Ahora ya no tanto, me imagino, pero antes era mucho de que las mujeres tenían que estar en casa, con sus hijos. Pero, la verdad, yo me atreví”. “Yo siento que entré grande, pero fue en mi momento”, dice Ralda, que ahora cuenta 51 años, 11 más de los te tenía cuando su esposo falleció y ella comenzó a trabajar en la empresa familiar. “Yo creo que no hay una mujer que se quiera dedicar a esto y que le pongan un pero”.

—Pero si una mujer quiere entrar y al mismo tiempo se le exige que se dedique al cuidado de sus hijos sin ninguna ayuda, ¿no es una traba?

—Bueno, eso ya no es culpa de nadie más. —Responde Ralda. —Es culpa del ambiente del hogar. 

Neus Bernabeu, de Naciones Unidas, no comparte esta apreciación. Insiste en que debe aplicarse un principio básico: lo personal es político. “Hay cosas que no están resueltas, como el tema de la crianza de los hijos. Cuando debería ser una corresponsabilidad pero está sobre las espaldas de las mujeres, se produce cierto cortocuircuito. Son obstáculos que siguen estando presentes, y no son problemas de mujeres. Son problemas del sistema”.

Simone Dalmasso

El club de Tobi

Alejandra Colom presentó el año pasado un estudio titulado Mirándonos a nosotros mismos. Cómo pensamos las élites empresariales en Guatemala. A través de entrevistas a presidentes de cámaras se buscaba encontrar los elementos necesarios para provocar un cambio cultural entre el empresariado.

Al entrevistar a mujeres que habían intentado entrar en cámaras empresariales, Colom se encontró con que existía una fuerte presión para que ellas se comportaran de manera masculina dentro de estos círculos de poder. “Es una presión implícita, lo que hace que sea difícil mostrarla. Lo podemos nombrar desde fuera, pero mientras no se nombre desde adentro, podemos seguir pretendiendo que no existe”, dice.

“Se hizo un estudio en Estados Unidos sobre cómo se evalúan las ideas de las mujeres y de los hombres en start-ups —recuerda Colom—. A las mujeres se les preguntaba: ‘Cuál es el riesgo de invertir en ti’, y a los hombres: ‘Cuáles son las ganancias que tú anticipas que tengamos’. La gente que tiene plata percibe que las mujeres son un riesgo”.

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Lo define como algo fascinante. “Hay mujeres que mencionan que si tu comportamiento no es masculino, agresivo combativo, de club, se te hace muy difícil. Creo que eso ha desanimado a unas de ellas a involucrarse”, concluye.

Este comportamiento, como de club, lo menciona también Consuelo Beneitez. Cuando las mujeres logran llegar a sentarse alrededor de esas mesas con sillones de cuero, la presión se magnifica, dice. “Sentarse en una mesa con doce, diez hombres es complicado. Si una no está acostumbrada a hablar, si no conoce los temas, cuesta mucho. Pero para eso hay que educarlas. Cuando entra un hombre, los van educando. A las mujeres esperan que suban y es como una expectativa. Todos están viendo cómo lo hace”.

En relación a su experiencia, Beneitez emana firmeza. “Yo no tengo nada que perder cuando hablo. A mí no me da pena preguntar cuando no sé. Eso ayuda a irse desarrollando. Los hombres son más como club. Qué va a pensar el otro. Así funciona, porque es demasiado fuerte la competencia interna. Y los van preparando también. Los van preparando a ser como ellos. Entonces entra una mujer como disruptiva”, explica.

Jorge Briz Abularach, presidente de la Cámara de Comercio de Guatemala (CCG), hace un análisis diferente, desde la otra perspectiva de la mesa de juntas. Niega que exista algo parecido a un club, y en todo momento menciona que la organización que lidera promueve constantemente la participación de mujeres.

Celebra que las mujeres “ya representen” un 20% de los vocales de la junta directiva cuando en años anteriores era un porcentaje menor —en números fríos, es una vocal titular y una suplente y siete vocales, un tesorero, un secretario, un vicepresidente y un presidente hombres—. Aunque remarca que “una cámara no es solamente la junta directiva”. “Tenemos gremiales y ahí sí hay más mujeres. La cámara tiene en todos sus proyectos, en todos los planes y ejecuciones una participación muy activa por parte de la mujer empresaria”.

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—Pero los cargos importantes de la cámara, los que pueden influir no solo en el sector, también en otros ámbitos, son los de la junta directiva nacional —se le cuestiona.

—Sí. —admite— Pero esos son procesos eleccionarios. Las personas tienen que tener voluntad de participar y la asamblea nacional decide a través de elecciones.

Briz lanza el balón a las empresas, que son la base de la CCG: “La cámara está formada principalmente por pequeñas y medianas empresas, que por lo general son empresas familiares. Mientras más mujeres participen en estas empresas, más participarán en la cámara. Es un proceso. Y son las empresas las que deciden quién las representa en las actividades gremiales”, dice.

Carla Caballeros, directora ejecutiva de la Cámara del Agro, negó una entrevista presencial con Plaza Pública, pero sí aceptó a contestar una serie de preguntas por correo electrónico. Su opinión es similar a la de Briz. Para Caballeros no existe un problema de baja representación de mujeres dentro del sector del agro. “Cada gremio asociado promueve la participación democrática y los procesos de elección en donde no es un asunto de hombres o mujeres, sino de quienes se postulan y resultan electos”, resume.

Además, hace una crítica a quienes cuestionan la baja representación de mujeres en la élite empresarial: “Cualquiera que se involucra en la actividad gremial del sector privado y participa en las comisiones y proyectos que gestionamos, puede constatar que, lejos de la equivocada percepción de que no hay mujeres, las cámaras empresariales estamos integradas y representadas con una amplia participación de mujeres y hombres”.

Caballeros llega a la siguiente conclusión: “Creo que la mejor manera de empoderar a las mujeres es reconocer la igualdad ante la ley y promover que destaquemos por nuestras propias capacidades y nuestros propios méritos, y no por el hecho de ser mujer o de ser hombre”.

Se buscó la opinión de otras mujeres integrantes de juntas directivas y de otros presidentes de cámaras para saber su versión de la situación. Durante semanas, los miembros de la unidad de comunicación de las organizaciones se justificaron para no programar entrevistas alegando agendas llenas.

Simone Dalmasso

Los sillones del poder

Además del problema de la falta de representación, la ausencia de mujeres en las juntas directivas de las cámaras implica que el poder que estas agrupaciones ejercen está únicamente en manos de los hombres.

En la directiva del CACIF para 2016-2017 hay dos mujeres y diez hombres. En la Cámara del Comercio, para el período 2015-2019 cuentan con 43 hombres y 4 mujeres. En Anacafé, la Cámara de Finanzas y la Cámara del Agro, todos los hombres en la junta actual.

Una de las justificaciones de estos empresarios, con las que se han encontrado estudiosas en el tema, es que las mujeres pertenecen a otros ámbitos, aun dentro del mismo sistema empresarial.

La caridad de la que hablaba al inicio Alejandra Colom, que históricamente era atribuida a las mujeres, se ve representada hoy en las fundaciones. “No podemos homogeneizar a todas esas mujeres jóvenes y mujeres adultas, pero si puedes darte una idea de esas diferencias cuando ves cómo funcionan las fundaciones familiares”, expone Colom. “Las fundaciones sí están regidas por las mujeres de esas familias”.

Cuando la antropóloga realizó el estudio que presentó en 2016, descubrió que los empresarios hombres entrevistados, no eran conscientes de que esta diferenciación era discriminatoria. “Yo les preguntaba acerca de las pocas mujeres en las juntas directivas y había una diversidad de respuestas. Había un patrón que era: ‘Ahí está la fundación para que ellas se ocupen’. Había otros que decían: ‘Es cuestión de ellas, porque si ellas quieren pueden llegar a ser presidentas de una empresa’”.

Consuelo Beneitez secunda a Colom, en el sentido de cómo a las mujeres se les ha relegado una labor de cuidados. “Me acuerdo de haber ido a un curso de empresas familiares, uno de los señores dijo: ‘A las mujeres de la familia se le dan propiedades. Por supuesto tienen que estudiar, pero ellas tienen que cuidar a los niños’. Eso fue cuando yo era joven. Esa era nuestra cultura. Por eso no ves a más mujeres en las juntas directivas. No las estamos educando. No les estamos dando futuro. El futuro que les estamos dando es que se casen y tengan hijos”.

“Ese es para mí el punto más problemático. Cuando el discurso te dice que no hay ni una limitante, cuando implícitamente sí hay muchas barreras y mucha presión para que tu orientación vaya en otra dirección”, lamenta Colom. “Una de las respuestas que también he escuchado es que nada les impide entrar a las cámaras, porque no se ha nombrado todo el ambiente machista, sexista que las excluye o que exige que ellas se comporten de una forma. Para mí el meollo está ahí. Ese es el tema que hay que abordar. El de ese machismo implícito y esa segregación implícita que no se ha nombrado y que limita esa participación, y que ni las mujeres están conscientes de la complejidad de ella. Probablemente hay sentimientos de culpa por parte de las mujeres sobre su incapacidad de lograr incidir de alguna manera”.

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Colom explica que es muy representativo ver lo complicado que resulta romper las limitantes aun en contextos en los que las mujeres han sido privilegiadas con la misma educación que sus hermanos, y a veces, cuando pertenecen a familias que tienen influencia en el sector empresarial: “Si para las mujeres empresarias herederas no es fácil participar, podemos imaginar cómo es para el resto”.

La pregunta es obligada para Consuelo Beneitez. Su esposo, Juan Carlos Paiz Mendoza, es un hombre con trayectoria dentro de la élite empresarial. Fue presidente de Agexport entre 2004 y 2006, período en el que también fue presidente del Cacif. Paiz Mendoza se desempeñó además como Comisionado Presidencial para la Competitividad durante el gobierno de Otto Pérez Molina. Actualmente es el presidente del Enade 2017.

—¿Cree que le habría costado más entrar en la junta directiva de Agexport si no fuera porque su esposo fue presidente?

Beneitez hace una larga pausa. Piensa, levanta ligeramente la comisura de sus labios en una incómoda sonrisa y finalmente responde.

—Es difícil ser esposa. Mi esposo es muy conocido. Siempre soy la esposa de. A mí no me molesta, pero quizás sí fue más fácil porque conocían a Juan Carlos. Espero que no me llamaran a integrar la junta directiva por eso. Pero sí te abre más fácil las puertas, te hace más fácil entrar. Estamos tratando en Agexport que las mujeres vayan subiendo por sus medios. En Agexport tenemos 26 juntas directivas de las comisiones que tenemos y hay 52 mujeres. Lo que pasaba era que las mujeres no pasaban para arriba, ahora tratamos de que suban.

Para Neus Bernabeu, de Naciones Unidas, todos los espacios son buenos para hablar de igualdad de género y para redistribuir el poder, independientemente que esta no sea la meta de las mujeres que buscan integrar las cámaras. “Todos los estudios te muestran que una empresa es más productiva cuando tiene diversidad. No sólo en términos de mujeres y hombres. Tiene una capacidad de abrirse a nuevas ideas, genera otros beneficios. La sociedad es diversa y todos los espacios deberían serlo”, concluye.

Esta idea es a la que se agarra Beneitez para hacer incidencia entre sus compañeros.

—Los hombres y las mujeres somos diferentes. Cuando no hay mujeres, la Junta Directiva se pierde la otra parte. Somos más intuitivas, vemos la otra parte. Así es como yo vendo la participación de las mujeres en las juntas.

—¿Y se la compran?

—Sí. —Responde tajante— La gente ya entiende que la mujer tiene que entrar. La apertura ya está. Las juntas directivas tienen claro que necesitan mujeres por tanto trabajo que se ha hecho.

“Es un círculo vicioso, —añade— no hay mujeres en las cámaras todavía como para que sea aspiracional para otras mujeres entrar. Mi mamá siempre decía que el ejemplo arrasa. Hay que poner mujeres para que las jóvenes digan: ‘Yo quiero ir ahí, quiero hacer eso’. Como no ha habido, ven natural que solo los hombres lleguen a las cámaras”. 

La desigualdad en la participación de hombres y mujeres en las cámaras empresariales de Guatemala es un reflejo de la sociedad guatemalteca. En otros ámbitos, la proporción de mujeres en las altas esferas del poder es irrisoria, comparada con la de hombres.

En el sector público, puede verse tanto en puestos de elección popular como en cargos designados a dedo. Por ejemplo, en el Congreso de la República actual, únicamente hay 27 diputadas en 158 curules. Y en el Consejo de Ministros, después de las últimas renuncias, en las que dejaron su cargo dos jefas de cartera, el panorama quedó con una única mujer ministra, la de Relaciones Exteriores. El puesto en el ministerio de trabajo, hasta ahora ocupado por Leticia Teleguario, está pendiente de un nuevo nombramiento.

De regreso en el sector privado, los medios de comunicación de Guatemala están dirigidos, principalmente, por hombres. Según un estudio realizado por el Centro de Políticas Públicas (CEPPAS), a finales de 2016, un 73 por ciento de los editores y directores de medios eran hombres y apenas un 27 por ciento mujeres. 

Se van dando pasos, algunos pequeños, otros más grandes. Por ejemplo, el de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU), que desde septiembre de este año está dirigida por primera vez en 97 años por una mujer joven, Lenina García.

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Las fisuras en el sistema

Las perspectivas de cambio son positivas, pero se ven a medio y largo plazo. “Las jóvenes vienen pisando fuerte”, asegura Beneitez. “Creo que en unos cinco o seis años vamos a ver la diferencia”. La creación de un grupo de mujeres y otro de jóvenes dentro de Agexport, remarca, puede ser una vía para avanzar. Sin embargo, añade, “hay sectores donde realmente no hay mujeres. En la Cámara de Comercio y la del Agro es bien complicado”.

Para Colom, los quiebres interesantes están en las industrias que no son tradicionales: la producción de ropa para la exportación, la logística para las comunicaciones, los call centers...  “Cuando bajamos a las nuevas formas de riqueza, las mujeres se desempeñan de una forma distinta. Tienen más agencia. Yo pienso que uno de los factores es que no es dinero heredado, así que no tienen esa obligación moral de reproducir ciertos valores y creencias asociados a los roles de género”, expone. “Hay una masa crítica más amplia de mujeres educadas en esos sectores. Tienes más pares, no eres la única. Antes no sucedía. Tenías a un bicho raro, a la intelectual de la familia que seguía estudiando para siempre y terminaba siendo monja o profesora universitaria”.

—¿Cuánto tiempo pasará hasta que una mujer presida Cacif? —La pregunta va dirigida a Consuelo Beneitez. Ella suelta una carcajada, en la que se mezclan el escepticismo con las ganas de cambio.

— A ver…— hace números— Tiene que dar la vuelta a todas las cámaras, tiene que haber una mujer vicepresidenta o presidenta en alguna de las cámaras. No deberían de tener que pasar diez años sin que llegue una mujer. Pero no lo puedo asegurar. Eso depende de las cámaras y de las mujeres. Porque tienes que llegar por méritos. Vas a representar a un sector entero, y es una responsabilidad. 

“Yo diría que tiene que pasar en esta generación”, aporta Colom. “Hay que pensar en cómo se hereda el poder. Es de generación en generación. Hace 20 años ellos mismos decían que los padres y abuelos que eran empresarios durante el conflicto armado eran intransformables. Entonces, la pregunta es: los que están todavía en una edad donde se puede cuestionar y replantear algunas cosas, ¿cómo abordan el miedo de crear una masa crítica alternativa para cuestionar desde adentro? Y existen algunos que lo están haciendo, pero sienten miedo porque son una minoría”.

La conclusión de Colom es drástica. Bajo su perspectiva, las cámaras deberían rehacerse por completo. En general, explica, hay un problema básico: la estructura de poder esta fosilizada. Es masculina, blanca, urbana, ladina, hispanohablante... “Las cámaras reproducen muchas de las barreras que nos frenan el desarrollo de la equidad, de la participación, la igualdad, la visibilidad de los sectores. Y uno es el caso de las mujeres”.

“Las cámaras siempre van a existir —concluye la antropóloga—, pero quizás hay que cuestionar un poco la cuota de poder que tienen y cómo lo nivelamos, cómo lo ponemos en un plano más horizontal con otros grupos de poder, como organizaciones de mujeres, de indígenas, y no como es ahora, que es como un resbaladero”.  

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