Sin embargo, pese a que algunos todavía disculpan a estos grupos involucrados en actos de corrupción con los falsos argumentos de que «los anteriores funcionarios han robado más y no los han perseguido» y de que «estos solo son chivos expiatorios», hay ciertas cuestiones que no son opiniones, sino hechos contundentes derivados de al menos la gestión directa del gobierno de Otto Pérez Molina.
En primer término, se ha develado la enorme cantidad de dinero que se mueve en el ámbito del poder, ya sea en manos de quienes lo detentan cada cuatro años porque votamos por ellos, o bien porque es su manera usual de acrecentar, también cada cuatro años, a través del cobro de favores, sus, ahora vemos, mal habidas fortunas.
En segundo lugar, por lo menos a mí, si bien me satisface el trabajo que el MP y la Cicig están realizando, también me indigna que estos personajes, cumplida su condena (con todo y los privilegios con que cuentan dentro de las cárceles del país), una vez que se hayan portado bien, salgan al poco tiempo a gozar de los millones que se robaron y que dejaron al margen del sistema financiero, por lo que no pueden recuperarse.
Aquí, entonces, hay por lo menos tres cuestiones imprescindibles que habría que reformar de inmediato.
Una, sugiero que el MP busque la manera de acusar a estos funcionarios y demás corruptos no solo de los delitos imputados, sino también de asesinato estructural, una figura que, si bien no existe, al menos los fiscales podrían mencionarla en sus alegatos. Es obvio que todos los implicados conocían la realidad del país y las consecuencias inmediatas de sus actos, y no les importó llenarse los bolsillos a costa de la muerte lenta o inmediata de miles de sus conciudadanos. Los robos desmedidos y premeditados que le hicieron al Estado guatemalteco tienen, desde el momento en que los cometieron, evidentes implicaciones no solo legales, sino también éticas: muertes en los hospitales por falta de insumos (cuando se ha visto que sí hay dinero para mantenerlos en un nivel adecuado), abandono total de la educación, desnutrición extrema, falta de viviendas adecuadas y una larga fila de etcéteras que no terminaríamos de contabilizar.
Dos, los bienes recuperados, por muy escasos que sean, deberían ser distribuidos, con una agenda rigurosa de seguimiento, a los ministerios que más lo necesiten (Salud, Educación), y no repartirse a criterio del presidente Morales, que, como se ha visto, en estas cosas de gobernar anda más perdido que los hijos de la Llorona, para emplear el lenguaje popular que a él tanto le gusta.
Tres, que, si bien los ciudadanos de a pie somos conscientes de que estos no son los únicos ni los primeros personajes que han cometido estos delitos de lesa humanidad en contra del pueblo guatemalteco, averigüemos cómo mantenernos más informados, cómo unirnos, cómo buscar alianzas, cómo presionar, en fin, cómo encontrar una serie de mecanismos que nos garanticen que ese desfalco que recientemente ocurrió en las arcas nacionales no siga dándose ni en el presente ni en el futuro. Y que otros, si intentan seguir con las mismas prácticas, sepan que su castigo legal y moral será tan grande como el daño que le están causando a un país entero.
Finalmente, si bien es cierto que los plantones en la plaza central sin un objetivo común resultan poco efectivos en términos de logros sociales, tampoco es justo, siento, menospreciar estas muestras de descontento, que al menos sirven como catalizador individual para quienes asisten a ellos. Así como los cambios individuales no se dan de un momento a otro, la mayoría de las transformaciones sociales tampoco.
Para lograr los objetivos de construir el país que merecemos y necesitamos nos queda por delante un enorme camino por recorrer. Debemos ser conscientes de que el trayecto será agotador, complejo, difícil y temerario. Porque, si como ciudadanos seguimos haciendo lo mismo que hasta hace poco y no velamos por que la nuestra se convierta en una sociedad justa, democrática, equitativa e igualitaria, lo que sí es cierto es que seguiremos hundiéndonos en el pantano de miseria que permitimos que se creara con nuestra cabal indiferencia.
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