A tal punto que el origen de nuestros valores, la moral, podría ubicarse en esa época, según Christopher Boehm en su libro más reciente (2012) titulado “Moral Origins. The Evolution of Virtue, Altruism and Shame.”
Boehm es un profesor de antropología y biología en la Universidad del Sur de California, donde ha estudiado a chimpancés y bonobos, así como la vida de cazadores y recolectoras del Pleistoceno Tardío. Para él, el...
A tal punto que el origen de nuestros valores, la moral, podría ubicarse en esa época, según Christopher Boehm en su libro más reciente (2012) titulado “Moral Origins. The Evolution of Virtue, Altruism and Shame.”
Boehm es un profesor de antropología y biología en la Universidad del Sur de California, donde ha estudiado a chimpancés y bonobos, así como la vida de cazadores y recolectoras del Pleistoceno Tardío. Para él, el origen de la moral se encuentra en un momento de transición política en la vida de nuestros ancestros, cuando pasaron de un orden jerárquico a uno más igualitario. Lo explica así: el igualitarismo primitivo surgió cuando grupos políticamente unificados lograron desterrar y castigar el comportamiento del macho Alfa. Esto hizo que el auto-control tuviera una gran importancia evolutiva, es decir, para la sobrevivencia y la reproducción, y se empezara a castigar a los aprovechados (free riders) con las particularidades que nos distinguen como humanos (p. 319).
El autor señala dos posibles motivaciones: Primero, los subordinados se rebelaron buscando más autonomía personal o mayor acceso a parejas para la procreación. Segundo, el deseo de repartir de manera más eficiente el producto de la cacería. El incentivo colectivo era disminuir la volatilidad en el acceso a nutrientes. Una mejor dieta requería organizar eficientemente la vida en bandas de cazadores, pues debía optimizarse el uso de energía del equipo para una activa persecución de presas grandes. Una alimentación más rica facilitó el aumento del tamaño del cerebro, lo que a su vez permitió el surgimiento de la conciencia y el deseo de los subordinados a ganar cierta autonomía y así mejorar su posición competitiva para acceder a recursos y parejas. Es decir que una innovación organizativa (cultural) dio lugar a una mejor dieta y a un cerebro más poderoso (biología), lo cual contribuyó a una mayor complejidad social (cultura), pero con un arreglo más equitativo.
Aunque Boehm reconoce que también es posible que el igualitarismo haya surgido mucho antes, y que ello haya posibilitado la cacería intensiva en bandas, afirma que lo importante es comprender cómo la moral tiene su origen en la capacidad del Homo sapiens de ejercer un fuerte control social, lo cual implicó la supresión generalizada del típico comportamiento de los machos Alfa y de los aprovechados, es decir, aquellos con una tendencia antisocial a mentir y hacer trampa. Sin esto, la eficiente distribución de la carne no hubiera sido posible y, 200 mil años después, seguiríamos en las cavernas. La distribución equitativa de los nutrientes hizo posible que las nuevas generaciones pudieran desarrollar su cerebro aún más, y se liberara tiempo para la innovación y otros descubrimientos, como dos fundamentales para el origen de las civilizaciones, los cuales fueron realizados por las mujeres: la agricultura y la domesticación de varios animales.
Esta teoría del amansamiento del macho Alfa, controlando su agresividad y poniendo límites a su comportamiento dominante para mejorar la calidad de vida del resto de la población, haciéndola menos jerarquizada y más equitativa, concuerda con la historia que nos cuenta el neurocientífico Robert Sapolsky –la cual he compartido con anterioridad en este blog. Cuando se inventó la escritura, hace unos cinco mil años, y se codificaron las primeras reglas de conducta socialmente aceptable, en los que hoy consideramos como libros sagrados, se dio otro gran paso en la domesticación de los Alfa: no matarás, no robarás, no codiciarás a la mujer del otro. La democracia, podríamos decir, es una de las más recientes innovaciones institucionales en otro intento por perfeccionar la sociedad en que vivimos. Pues si algo nos han enseñado la historia y la prehistoria es que la violencia se reduce al facilitar el acceso equitativo del mayor número posible de hombres a los recursos disponibles, porque esto fomenta la cooperación y disminuye las tensiones competitivas. Claro que, en el marco temporal de la evolución –que se mide en millones de años–, todavía estamos lejos de la sociedad ideal.
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