¿Cuántas veces no lo hemos visto en los últimos ocho años? Hastiada con tanta podredumbre política y ante el riesgo que se revierta la victoria presidencial del binomio del Partido Movimiento Semilla –consolidándose así la llamada clepto-narco-dictadura que viene confeccionándose desde hace varias décadas–, la ciudadanía se alza nuevamente en las calles y plazas de las principales ciudades del país contra la actual judicialización del proceso electoral y la persecución política de los opositores al régimen.
Más consciente y mejor movilizada por medio de las redes sociales, sale a exigir que un grupo minúsculo de funcionarios corruptos –pero protegido por fuerzas oscuras poderosas– no violenten el orden constitucional con un golpe de Estado que tiene nombre y apellido, ni interfieran en la pacífica transición de mando entre el gobierno saliente de Alejandro Giammattei y el nuevo binomio presidencial conformado por Bernardo Arévalo y Karin Herrera. Al final, 6 de 10 guatemaltecos le están apostando a una nueva forma de hacer política por medio del Partido Movimiento Semilla para dirigir el país, y se aferran a defender esa democracia que tantas vidas ha cobrado a lo largo de su historia. Como bien dice el próximo mandatario: «Lo más revolucionario es recuperar la democracia».
Efectivamente, a muchos se nos eriza la piel de la emoción con solo imaginar ese momento histórico en que Bernardo, hijo del expresidente Juan José Arévalo Bermejo –cuyo legado humanista de aquella primavera democrática interrumpida hace 70 años él asume con realismo–, sea investido como presidente, reivindicando así las luchas sociales de ayer y de hoy del pueblo guatemalteco.
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La tarea va a ser titánica no solo en los próximos cuatro meses antes del 14 de enero a las 14:00, la tradicional fecha y hora de la ceremonia de investidura presidencial en el país, sino durante toda su administración. De eso ya hemos tenido pruebas claras en las últimas semanas. Porque si bien el presidente electo Arévalo ha sido muy claro en indicar que la principal acción de su administración va a ser la de una lucha frontal contra la corrupción, la agenda del próximo gobernante también tiene como propósito sentar las bases de un nuevo modelo de desarrollo.
Sería traicionar de nuevo la voluntad y esperanza de la ciudadanía pensar que gobernar en democracia eliminando los focos y neutralizando a los actores de la corrupción serviría para mantener los privilegios de unos pocos. Y si a algunos nos provoca esperanza una agenda que revierta las desigualdades sociales invirtiendo en políticas de educación, salud e infraestructura con prioridad en las zonas más abandonadas del país, para las elites tradicionales acostumbradas a sus privilegios sempiternos, lo anterior es seguramente una afrenta y causa de desestabilización política en los meses que vienen.
Semilla no tiene una deuda con dichos grupos, pues su campaña se basó en donaciones individuales de ciudadanos inspirados por el cambio. Así que la correlación de fuerzas que no van a favorecerle en el Congreso o grupos empresariales, pudiera encontrarla en agrupaciones de la sociedad civil, e incluso en la diáspora y con apoyo de la comunidad internacional. De allí la importancia de consensuar las múltiples agendas y visiones de sociedad para ir sentando las bases de un Estado próspero pero incluyente y equitativo.
Sabemos que la luna de miel entre el gobierno entrante y la ciudadanía tampoco es eterna. El balance entre las expectativas que se tienen de una gobernanza trasparente con rendición de cuentas y las acciones concretas por medio de políticas públicas con resultados, deberá contar no solo con el monitoreo sino con la presión ciudadana en el Congreso y ante otros actores reacios al cambio.
La batalla por Guatemala continúa.
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